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LA RUEDA DE CENIZA

Esa tarde había reunión en Tepezintla, las autoridades comunales citaban a una asamblea extraordinaria con un solo asunto en el orden del día.

- Pasen todos – dijo Andrés, el secretario del Consejo.

En el caserío comenzó una llovizna tupida. Soplaba un aire frío y húmedo. A lo lejos los gallos ponían notas de nostalgia al ambiente con sus tristes cantos.
Adentro los asistentes se apretujaban en el salón tratando de ganar un lugar en las bancas de madera.
Al entrar, Mateo el Comisariado saludó a los recién llegados:
- Buenas tardes, compañeros...
Narcisa y Sixto entraron y se sentaron en la banca frente a la mesa principal, junto a ellos se colocó el Licenciado Camargo, su abogado. Por otro lado entró Micaela llevando consigo a Hortensia y a Genoveva, las sentó junto a ella y –temblorosa- se acomodó el rebozo, sin evitarlo su mirada lánguida se perdía en un infinito rincón donde las arañas tejían las horas del tiempo.
En el presidium se sentaron los miembros del Consejo, ancianos de gran edad, asimismo tomaron su lugar todas las autoridades del lugar y los tequihuas . Frente a ellos se fue configurando la Gran Asamblea de comuneros y vecinos.

De manera silenciosa –casi etérea- se acomodaron en las frías y lustrosas bancas. Paulino llegó con su compañero Sósimo y Samuel; Noé el pescador, aún mostraba vestigios de humedad en su hirsuto pelo; otros más, como los cortadores de naranja, llegaron sudorosos y fatigados de la huerta al Salón Comunal. Teodoro, que era profesor de primaria en San Isidro llegó muy sonriente acompañado de Pancho y sus cuñados. Doña Cecilia, viuda y madre de una prole numerosa, charlaba animada con otras mujeres. No podía faltar la figura singular de Cleófas, borrachín consuetudinario, que si bien es cierto siempre andaba ebrio, nunca se excedía a tal grado que les faltase el respeto, además era comunero y asistía a las faenas y reuniones a que era convocado.

Simultáneamente a esta reunión se estaba desarrollando otra ahí mismo: un improvisado acto canino; llegaron varios perros acompañando a sus amos; los que llegaron primero hacían la recepción olfateando a los recién llegados, después de la revisión y unos gruñidos se desperdigaban por el salón, los más viejos -expertos conocedores del medio- se tendieron en el piso debajo de las bancas preparándose para una larga y sabrosa siesta, los perros jóvenes demostraron su energía retozando demostrando sus habilidades perrunas. Cuando llegaba una perrita, todos se disputaban el honor de recibirla, se armaba tal alboroto que exigía la pronta intervención de sus amos: Dos o tres gritos ¡”Solovino”, “Pinto” y “Duquesa”! y unas patadas sobre sus lomos, eran suficientes para apaciguar la trifulca de canes. Así fueron llegando –poco a poco- todos los miembros a la asamblea extraordinaria. Andrés, el secretario, a una señal de Mateo, hizo el tradicional pase de lista, anotando en el diario las asistencias y faltas (que hermosa caligrafía la de Andrés, a cada letra mayúscula la adornaba con excelsos giros bilineales – como dibujos en relieve – que denotaba señorío y elegancia, los nombres de Cipriano, Evodia y Herculano, adquirían rasgos nobles y elevados, cada trazo y cada vuelta mostraba el pulso seguro del artista. Los nombres comunes y breves como Blas, Amós, José, eran decorados con la cursiva refinada de Andrés).

Afuera seguía lloviendo quedo, sobre el camino se empezaban a formar los primeros hilitos de agua que, tejiéndose, desembocaban en alegres veredas color café con leche. Luego de contar las asistencias, el Secretario anunció con voz clara:

- Somos 188, por tanto queda instalada la Asamblea, esta es legal y puede tomar acuerdos, le pido a todos los presentes escuchen con mucha atención y respeto lo que aquí se discute y acuerde. Se les mandó a llamar con los tequihuas para tratar un solo asunto – tomó aire y volteó a ver a Hortensia – resuelto dijo: es el caso de la hija de Narcisa. Tiene la palabra el Señor Comisariado.
-
Diciendo esto se sentó en la banca. En la mesa había un cuaderno de raya chica, el diario de acuerdos, cuidadosamente forrados de papel lustre verde, una cuarta, dos sellos –muy gastados- y el cojín. Mateo jugueteaba con un lápiz en la mano, desde ahí, sin pararse, dijo:
- Ya todos sabemos el asunto de Hortensia, la hija del difunto Delfino y de Narcisa; la muchacha, al separarse de ellos, quedó a cargo su abuela Genoveva, pero se vino la de malas y cayó enferma, ora ni ella puede sostenerse, cuantimenos criar a la Hortensia, sino es por la buena voluntá que mostró Micáila, que sin ser de la familia se hizo cargo de las dos, así pasaron muchos años hasta que ora apareció Narcisa reclamando su hija. ¿Qué opina la asamblea?

Narcisa quiso hablar, pero un gesto de Sixto la detuvo, este miró a Camargo quien con voz atiplada dijo:
- Los señores Hernández mis clientes, han iniciado un juicio civil en la capital del Estado para exigir la patria potestad y la tutela de la menor aquí presente, que por derecho, según el código civil vigente en...
- ¡Espérese tantito! – espetó Andrés, levantándose de su asiento. Se hizo un silencio general, el licenciado quiso replicar, pero fue atajado por Sixto. Andrés tomó aire y dijo en tono acerado - Las leyes que nos heredaron nuestros abuelos como la más sagrada herencia dicen que la comunidad, constituida como asamblea general, es la que dicta la última palabra para arreglar cualquier asunto. Entonces será lo que aquí se determine...

- ¿Qué dice Micáila? –preguntó Mateo- ¿Cuál es tu asunto?.

Entre los asistentes se oyó un murmullo, Micáila, nerviosa, pasó saliva, temía que la traicionaran las lágrimas se paró lentamente de la banca (debajo de ella el “Solovino” levantó la cabeza, lanzó un largo bostezo y se volvió a tender sobre el piso), sintió que su voz no era esa, que ella estaba muy distante de ahí, en otro sitio; en una visión retrospectiva recordó las escenas junto a la pequeña Hortensia cuando el prodigaba sus primeros cuidados junto con la vieja Genoveva: su primer día de clases, su fiesta de cumpleaños, cuando se enfermó de paperas. Todo se quedó allá, ahora pesaban sobre ella los temores de que Narcisa, al reclamar a su hija, se la llevara a México y nunca la volviera a ver. Hizo un esfuerzo y tímidamente dijo:
- V–verá. Don Mateo, como usté ya sabe. Hortensia quedó el cuidado de doña Genoveva, pero por su enfermedá pos ya no pudo atenderla, desde entonces yo cuido a las dos.
- ¿Cuánto tiempo hace de eso? – intervino Sabino, uno de los miembros del Consejo.
- La niña la trajeron de brazos, orita anda en los nueve años, los cumple pa’ mayo, el día de la Cruz.

En el salón aumentaron los comentarios, varias veces tuvo que intervenir Andrés, para silenciarlos. Narcisa se inclinó sobre Sixto y el licenciado y cuchichiaron. Mateo frunció el ceño, se llevó el lápiz a la mejilla y con la punto se rascó el bigote ralo:

- pero la madre natural es Narcisa, ella la tuvo, se la dejó a Genoveva pa’ irse a trabajar, hora viene por ella.
- N-noo- gritó Genoveva, Narcisa no la quiso, se dejó de mi hijo Delfino y nunca volvió. Entre Micáila y yo hemos criado a Tencha...
- Bueno pero ora están solas –terció Lucas, el más viejo- y no pueden darle lo que’lla necesita, Narcisa viene pa’ llevársela porque es su madre, ella la parió, ora tiene el modo de que la críe mejor. ¿Tú que dices Narcisa?.
-
La aludida volteó antes para ver al licenciado y pedir su aprobación y dijo:
- Yo quiero mucho a Hortensia, no la abandoné, por necesidad me fui a trabajar a México, y por ella regresé, Sixto y yo tenemos un hogar pa’ que ella se eduque y reciba lo mejor, por tanto tengo derecho a reclamarla. Yo soy su madre –dijo sollozando- he venido por ella. Todo este tiempo he sufrido mucho...

En el ambiente se volvió a alzar otra nube de comentarios. Entre ellos se escuchó la voz de Cleofás, quien dijo:
- ¡Dicen que la riata siempre se rompe por lo más delgado ..., pero esta vez – hace un ademán con la mano significando dinero- pero... ora se rompió por lo más grueso –ja, ja¡
La asamblea se prolongó llegada la noche, hora tras hora se escucharon argumentos a favor de una u otra parte. Todos participaban en este debate. A esas alturas la formalidad había pasado a segundo plano. La mayoría estaban tumbados en el suelo. Algunos se habían quitado lo huaraches y se rascaban los rudos y callosos pies, otros que aparentemente dormían, se paraban de improviso y se arengaban frenéticamente a la concurrencia, después volvían a dormitar. Junto a la ventana estaba Lázaro que en franca desfachatez roncaba despreocupado. En este tenor giró la discusión, larga y tediosa. Al fin se escuchó la voz vibrante de Mateo. Se hizo un silencio completo. Los que estaban junto al dormido le aporrearon las costillas con certeros codazos para despabilarlo.
- Ya oyeron a unos y a otros y creo que es hora de tomar acuerdos, vamos a votar como de costumbre – volvió a carraspear- pregunto ¿Si están de acuerdo que Narcisa, la madre de sangre de Hortensia se la lleve a la ciudá?, si están de acuerdo levanten la mano...
Por un instante nadie se movió, luego lentamente se alzaron algunos brazos en dirección al cenit. El secretario parado hizo un rápido escrutinio y le comentó al oído a Mateo, quien retomando la palabra dijo:
- Ora quienes estén de acuerdo en que Hortensia se quede con Micáila, su madre de crianza, que levanten la mano...

Otra vez silencio, nuevamente se alzaron, uno a uno, los brazos en señal de aprobación. Había expectación general del conteo que Andrés hacía. Contó una vez, hizo un ademán severo con la mano, y volvió a contar, para ello caminó en medio del salón y conminó a los votantes para que estirasen bien el brazo. Finalmente se dirigió a la mesa y le habló al oído a Mateo, este frunció el ceño y se revolvió en su silla, se rascó la nuca, cruzó unas palabras a los lados con los miembros del Consejo, se alzó de su asiento y con voz grave dijo:
- Tenemos un empate. Ora, el Consejo y yo vamos a decedir de otro modo este asunto. Volteó a ambos lados, llamó a los tequihuas, les dio unas breves instrucciones, luego se encaminó al centro del salón, pidió que lo despejaran y desde ahí llamó a las dos mujeres protagonistas del litigio, y así les dijo:
- Voy a hacer una rueda de ceniza y pondré, aquí en el centro a Hortensia, cada una de ustedes –explicó- la van a tomar de la mano, cuando yo dé un cuartazo sobre la mesa cada quien jalará a la muchacha, la que la logre sacar de la rueda es quien merece quedarse con ella.

Entraron los tequihuas llevando dos pequeños botes con ceniza, la esparcieron formando un pequeño círculo. A un ademán de Mateo colocaron a Hortensia en el centro y a las dos mujeres a los lados. Mateo se acercó a la mesa, se acomodó la cuarta en la mano derecha, se irguió, levantó la mano y la dejó caer con fuerza. Se escuchó un estampido. Narcisa jaló con fuerza a la niña, Micaela apenas se movió, aflojó el brazo con que sujetaba a Hortensia y se llevó las manos a la cara sollozando entrecortadamente. Narcisa con aire triunfal, apretaba a la sorprendida niña y reía nerviosa. Mateo mirando fijamente a Micaela dijo:

- Voy a repetir de nuevo esto, creo que no se entendieron bien las cosas. ¿Verdad Micáila?...

Otra vez alzó el brazo y el fuete tronó en todo el espacio. Tampoco hubo forcejeo. Nuevamente Narcisa jaló hacia ella a Hortensia. Micaela no se movió de su lugar. Mateo soltó la cuarta, se dirigió a ella, su cara adusta denotaba cierta seguridad apenas notable en sus ojos entrecerrados y los labios apretados, se paró frente a ella y exclamó:

- Con la autoridad que me da el venerable Consejo, voy a decedir con quien se queda esta muchacha...
-
Diciendo esto tomó de los hombros a Hortensia y categórico exclamó:
- Ninguna madre que quiera a su hijo, es capaz de causarle un daño. Narcisa jaló dos veces a la muchacha, sin importarle lastimarla, en tanto Micáila prefirió perder a Hortensia que hacerla sufrir, lo que demuestra su verdadero amor maternal. Madre es quien cría, cuida, educa y se desvela por un hijo, no importa si lo haya parido o no, por tanto, es a Micáila a quien corresponde esta muchacha...

Mateo empujó suavemente a Hortensia hacia Micaela quien la abrazó con lágrimas en los ojos. Narcisa y Sixto no dijeron absolutamente nada, comprendieron que todo estaba perdido, el licenciado volteó para encontrar algún signo de apoyo en el auditorio, sólo había una reprobación generalizada. La tradición se había cumplido, la justicia está en buenas manos y todos la acataban.
Había dejado de llover, las nubes descobijaron una hermosa luna llena del mes de marzo, el bullicio nocturno de los insectos daban un toque de magia tropical al ambiente. Al final de la calle el “Pinto” ladraba mientras el “Solovino” jadeaba por encima de la “Duquesa”
Datos del Cuento
  • Categoría: Tradicionales
  • Media: 5.8
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
ITZIHUAPPE ESCALERA CORIA
invitado-ITZIHUAPPE ESCALERA CORIA 13-11-2007 00:00:00

Bueno, bello y verdadero. Los antiguos usos y costumbres de nuestro pueblo es digno en muchas ocasiones de admiraciòn, estimulo y respeto. GRacias por compartir esta historia.

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