Esa noche, en su cuarto, la niña abrió la caja que le había regalado el hada. Ante su sorpresa, una flauta de plata asomó entre algodones.

- ¡¿Una flauta?! Pero no sé tocar.

Algo decepcionada, dejó la flauta en la caja y se acostó. En sus sueños oyó un suave silbido, como de una serpiente. Se asustó y corrió a la ventana para respirar aire fresco.

- Oh, vamos, sólo ha sido un mal sueño.

De repente volvió a oír el silbido, y esta vez estaba despierta. Se dio la vuelta hacia la caja, y el silbido volvió a cortar el silencio de la noche. Era como un siseo, como si alguien tararease en voz baja un estribillo. La niña se acercó y vio que el silbido procedía de la flauta. La cogió y se la acercó al oído.

- Tócame, Caroline, ponme en tus labios.

La niña echó a temblar, pero sabiendo que aquel objeto venía de su buena amiga la hada, obedeció. La puso en su boca y sopló. Inmediatamente los árboles del jardín agitaron sus ramas y una lluvia de hojas cayó sobre la hierba. Pero no tocaron el suelo, sino que se quedaron suspendidas en el aire, formando un pequeño arco.

La niña salió fuera de la casa y echó un vistazo al arquillo. De repente la flauta se convirtió en una llave, y en el espacio que había bajo el arco se vislumbró una cerradura también de plata. La niña puso la llave en ella y automáticamente un paisaje apareció en el umbral, como una imagen en un televisor recién encendido. La niña retrocedió un paso asustada, pero antes de que pudiera hacer nada una corriente de aire la llevó al otro lado, y entonces la puerta de hojas se cerró.