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El mendigo (a partir de 10 años)

Un día de verano de hace muchos, muchos años, un grupo de guerreros Irlandeses que estaban acampados en la colina de Howth, se preparaban para salir de caza.

-Hace un día espléndido -dijo Conan, el jefe-. Hoy seré el corredor más rápido que haya existido jamás.

Los demás guerreros estallaron en una carcajada porque Conan era de baja estatura y de complexión maciza.

De pronto,  se oyó una voz que parecía provenir de un arbusto:

-¡El más rápido! ¿Tú? ¡Bobadas! Nadie puede ser más rápido que yo.

Entonces, un hombre de apariencia estrafalaria apareció a la vista del grupo. Tenía aspecto de mendigo y vestía un abrigo hecho jirones, largo hasta los pies. Calzaba unas enormes botas tan cubiertas de barro que parecía imposible que pudiera levantar los pies del suelo. Su cabello y su barba eran largos y estaban enmarañados y su piel ennegrecida aparecía surcada de arrugas.

Mientras estaban distraídos observando esta aparición, no se dieron cuenta de que se acercaba un barco y que atracaba en la bahía. Un guerrero desembarcó y se dirigió hacia ellos a grandes zancadas. Su casco dorado brillaba al sol y su capa púrpura ondeaba al viento. Provenía de Escocia y su fama de valiente le precedía.

Conan y sus hombres se vieron sorprendidos por su llegada. 

-¡Bienvenido! -dijeron con una sola voz.

Sin dejarles añadir nada más, el guerrero alargó el brazo, los señaló con el dedo y dijo:

-Vengo a proponeros una apuesta. Escoged a vuestro corredor más veloz para que corra contra mí.El vencedor obtendrá todos los caballos y los carros del otro bando.

 

-Nuestro corredor más rápido no está aquí-repuso Conan.

-¡La carrera tendrá lugar ahora mismo! -dijo el guerrero.

-En ese caso -intervino el mendigo-, acepto el reto. ¿Hasta dónde debemos correr?

-Nunca corro menos de setenta millas.

-De acuerdo -aceptó el mendigo-, si Conan nos proporciona dos caballos, propongo que hoy cubramos la distancia a caballo y mañana regresaremos corriendo.

Así lo hicieron ante la mirada estupefacta del os guerreros. No podían creer que Conan permitiera que sucediera una cosa parecida.

A la mañana siguiente, muy temprano, el guerrero del casco dorado despertó al mendigo. Estaba deseoso de empezar la carrera.

-¡No, no, nunca corro tan temprano! Pero si tienes tanta prisa, empieza y te alcanzaré más tarde -repuso el mendigo, que se dio la vuelta y se quedó dormido de nuevo.

Despertó a media mañana y se puso en marcha para alcanzar al guerrero. 

Era un espectáculo ver cómo flotaban al viento los bordes de su capa mientras saltaba y se impulsaba hacia delante, sin correr en ningún momento. En poco tiempo alcanzó al guerrero.

-Estamos a medio camino -le dijo-. ¿Has comido algo?

El otro no se detuvo a contestar, ni siquiera se molestó en mirar hacia atrás- El mendigo lo sobrepasó y un rato después se detuvo.

-Bueno, estoy hambriento y tengo que comer algo -dijo para sí.

En los alrededores abundaban los arbustos repletos de moras maduras y jugosas. El mendigo empezó a comérselas a puñados. Cuando el guerrero lo alcanzó, tenía la cara y la ropa morada del zumo de las moras.

-Jirones de tu capa han quedado atrapados en unos arbustos unas diez millas atrás -gruñó el guerrero.

-¡Vaya! -se lamentó el mendigo-. No me puedo arriesgar a perderlos.

Retrocedió para recuperarlos y en tres grandes brincos y un salto volvió a alcanzar al guerrero.

Mientras tanto, Conan y sus guerreros los esperaban en lo alto de una colina.

-¿Veis algo? -se preguntaban unos a otros.

-Me parece que distingo algo a lo lejos -dijo finalmente Conan.

Ante la vista del mendigo, los hombres de Conan gritaron de alegría. Pero cuando se agruparon a su alrededor, oyeron el  grito enfurecido del guerrero del casco dorado que se acercaba con la espada desvainada. Levantó la hoja sobre la cabeza del mendigo, pero cuando Conan y los suyos se atrevieron a mirar, era la cabeza del guerrero la que rodaba por el suelo.

-¡Que esto te sirva de lección! -exclamó el mendigo-. Tienes suerte de que hoy me sienta generoso.

Dicho esto, se agachó, tomó entre sus manos la cabeza del guerrero y se la volvió a colocar sobre los hombros.

 

Cuento tradicional de Irlanda

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