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Había una vez un caballero que siempre andaba por las más insólitas tierras en busca de aventuras exclusivas.
En una ocasión llegó a un estrecho en el que una inusual escena atrapó su atención. Había cuatro animales, específicamente un león, un águila, un galgo y una hormiga, disputándose una presa que encontraron a la vez.
Cada animal jalaba con todas sus fuerzas para llevarse la totalidad del premio, pero ninguno lograba hacerse con el control absoluto. Por ello, cuando vieron al hombre decidieron que este intercediera y resolviese la situación como mejor considerase.
Interpelado, el caballero decidió tomar su espada y trocear la presa de la forma que más justo le pareció. Cada animal tuvo un pedazo acorde a su tamaño y necesidades, por lo que estuvieron muy agradecidos con el hombre y acordaron dar cada uno algo que le fuese útil.
De esta forma, el león se arrancó un pelo de su melena y le dijo que cuando le hiciese falta convertirse en el rey de la selva, solo tomara el pelo en su mano y dijera “Dios y león”. Luego, para retornar a su estado natural de humano, solo debería decir “Dios y hombre”.
Así, el águila le dio una de sus plumas, la hormiga una de sus antenas y el galgo uno de sus pelos, e impartieron las mismas indicaciones que el león. Con esos regalos, diciendo la frase oportuna para cada animal, el hombre podría metamorfosearse, algo que enseguida valoró como de mucha utilidad para las aventuras que pudieran presentarse.
…
No tendría que esperar mucho el caballero para probar los valiosos regalos que le hicieron los animales.
Tan solo unos días después llegó a un castillo apartado, donde, según le habían dicho los moradores del pueblo más cercano, habitaba una princesa encantada por un malévolo gigante, que la obligaba a permanecer presa de él.
Nadie se atrevía a acercarse al castillo, y mucho menos intentaba ver a la princesa, ya que los pocos osados que lo habían hecho, habían perecido en el intento.
No obstante, el caballero desbordaba temeridad y ahora, al disponer de tales accesorios de animales, estaba dispuesto a ser más osado que nunca. Además, conocer a una princesa encantada, que además era famosa por su belleza, podía ser la oportunidad de su vida para encontrar el amor.
Con estos pensamientos el caballero se acercó al castillo y para su sorpresa la princesa estaba sola en uno de los balcones. Sin pensarlo dos veces, y olvidándose del gigante, fue a los bajos del balcón y comenzó a hablar con ella.
Ambos se gustaron a la primera. El uno era la pareja perfecta del otro, tal y como muchas veces se habían soñado. Sin embargo, la princesa no podía dejar de estar temerosa y lo advertía una y otra vez de que se fuera, pues el gigante podría llegar en cualquier y acabar con su vida.
El caballero le dijo que no se preocupara, pues tenía sus recursos para vencerle. No obstante, precisaba que ella, que era lo única que lo sabía tal y como le dijeron en el pueblo, le dijese el secreto del gigante.
La princesa encantada le dijo que era cierto que ella sabía el secreto, pero que no podía decírselo porque el gigante la tenía amenazada de muerte.
Tras mucho insistir del caballero, y porque ciertamente había quedado prendada de él, la princesa accedió a decírselo.
Resulta que la clave de la vida del gigante estaba en un huevo dorado que él personalmente guardaba con mucho celo. Si el huevo era destruido, el gigante moriría y el encantamiento que obligaba a la princesa a permanecer en el castillo, incluso cuando este no estaba, desaparecería.
Mientras el caballero procesaba la información el gigante irrumpió en el castillo y fue a su encuentro para matarlo. Sorprendido, el hombre tomó la antena que le había regalado la hormiga y gritó “Dios y hormiga”, con lo que quedó convertido en un ejemplar del minúsculo animal.
Gracias a esto pudo burlar al gigante y escalar hasta la torre donde estaba la habitación de la princesa. El gigante desistió de su búsqueda y pensó haber visto mal, así que se retiró a sus aposentos a descansar tras las actividades de una tortuosa jornada.
…
Fueron tres días los que el caballero, ya convertido en hombre, pasó junto con la princesa en su habitación.
En ese intervalo el amor que había aflorado entre ellos creció y ambos estudiaron varios escenarios en los que podrían derrotar al gigante y liberar a la princesa encantada.
Llegaron a la conclusión de que el huevo dorado estaba en el interior de un puercoespín al que el gigante llevaba a todos lados, como si se tratase de un fiel perro.
Pero antes de que pudieran trazar una adecuada estrategia el gigante, que había estado fuera atemorizando y cobrando impuestos forzosos en comunidades alejadas, regresó al castillo.
Apenas llegó olfateó el rastro del caballero y se dispuso a enfrentarlo. Liberó al puercoespín para que hiciera el trabajo sucio, pero el caballero se anticipó al embate de este y se transformó en un temible león.
Las dos criaturas trabaron una encarnizada pelea y cuando el león estaba a punto de vencer, el puercoespín se transformó en una veloz liebre y salió huyendo. El león-caballero no quería dejar escapar la oportunidad de hacerse con el huevo, razón por la que adoptó la forma de un galgo y fue en persecución de la liebre.
Cuando estaba a punto de atraparla, vio como la presa se le escabullía y se convertía en paloma. Rápidamente, el galgo se transformó en águila y en pocos segundos logró atrapar con sus garras a la paloma, la cual ya no tenía forma de escapar.
Apenas aterrizó de su vuelo, y antes de que el gigante fuese a su encuentro, el caballero exclamó “Dios y hombre” y adoptó su forma natural. En fracciones de segundo desgarró a la paloma y con el huevo dorado en su mano, justo antes de que las manos del gigante apresaran su garganta, lo apuñaló.
Todo lo demás sucedió más rápido aún. Al romperse el huevo el gigante fue desintegrándose y desapareció para siempre de la faz de la tierra.
El encantamiento que pesaba sobre la princesa desapareció y ya podía salir del castillo cuando gustase. No sería nunca más la princesa encantada y podría contraer matrimonio con el caballero, algo que ambos hicieron de inmediato, para vivir felices por el resto de sus vidas.
Cuenta una vieja historia que había una vez un caballero amante de la aventura y lo épico y que un día se topó con una escena bastante inusual.
En medio del camino por el que transitaba había un león, un galgo, una hormiga y un águila que peleaban entre ellos por llevarse una presa para alimentarse.
Tras mucho porfiar, cuando vieron al caballero los animales decidieron que fuese él quien decidiese quién se llevaría la presa. Ellos, reconocedores del poder y la sabiduría humana, aceptarían su decisión.
El caballero reflexionó unos instantes y le pareció que lo más justo era dividir la presa en cuatro partes iguales, una para cada animal.
Satisfechos con esto, las criaturas se sintieron en deuda con el hombre y pensaron que debían darle algo a cambio. Por ello, el león y el galgo le dieron un pelo, la hormiga una de sus antenas y el águila una pluma.
Pero no eran atributos animales simples. Los animales explicaron al caballero que esos atributos eran mágicos y le servirían para sus aventuras. Tomando uno de ellos y pidiendo a Dios transformarse en el animal en cuestión, el hombre podría adoptar la forma del ejemplar y hacer todo lo que este hasta que pidiese volver a ser hombre.
Muy agradecido por los regalos el caballero siguió su viaje, deseando encontrar alguna aventura digna del empleo de los mismos.
…
Así, llegó a un lejano castillo donde le habían dicho que vivía una bella princesa, encantada y presa por un gigante mago.
Sin temor alguno el joven se acercó a la ventana en la que había sido informado que la princesa se asomaba con frecuencia y apenas la vio quedó prendado de ella y la llamó.
La joven también gustó mucho del caballero, pero los encantamientos que pesaban sobre ella le impedían irse con él.
Sin embargo, tanta empatía hizo con aquel apuesto hombre, que le confesó todos los secretos que sabía del brutal mago que la tenía prisionera.
Resulta que la vida del gigante dependía de un huevo dorado que llevaba con él a todos lados, en el interior de un fiero puercoespín. Si el huevo era destruido el gigante moriría, y todos sus maleficios dejarían de surtir efecto, con lo que la princesa dejaría de estar encantada y podría marcharse con el caballero para ser feliz.
En ese momento el gigante no estaba, por lo que lo mejor, según pensó el caballero, era esperar por él en el interior del castillo. Sin embargo, no había forma alguna de entrar dada la seguridad extrema que había en todas las entradas, al menos no como hombre.
Por ello el joven tomó la antena que le había regalado la hormiga y pidió a Dios convertirse en el minúsculo animal.
Tal y como le habían prometido los amigos faunísticos que había hecho, se transformó en una ágil hormiga y escaló hasta la habitación de la princesa, que al principio se asustó mucho, pero luego, cuando el caballero retomó su figura de hombre, se relajó y comprendió que aquel hombre era su salvador, venido por voluntad divina.
La princesa encantada y el caballero se amaron con gran pasión y trazaron un plan mediante el que pudieran destruir al gigante cuando regresara al castillo.
Pero resulta que este llegó antes de tiempo y tomó por sorpresa a los jóvenes.
Al ver al hombre el gigante lanzó a su fiero puercoespín en su persecución, para que acabase con su vida.
Los planes que había hecho con la princesa no servían de nada, pero el caballero, ágil de pensamiento, tomó una sabia decisión.
Agarró el pelo que le había regalado el león y pidió a Dios transformarse en el rey de la selva, con lo que entonces fue él el que hizo correr al puercoespín.
Cuando estaba a punto de atrapar al secuaz del gigante, ese animal que guardaba en su interior el huevo dorado, el león vio que el puercoespín se transformó en una ágil liebre, mucho más rápida con un león.
En respuesta a eso el caballero tomó en su garra de león el pelo del galgo y pidió convertirse en un ejemplar del rápido animal, con lo que dio alcance rápido a la liebre. Sin embargo, segundos antes de que pudiese atraparla esta se transformó en una paloma y emprendió un rápido vuelo.
Imposibilitado de atraparla como galgo, el caballero tomó la pluma de águila y se transformó en un bello ejemplar de la veloz y rapaz ave.
Así dio rápido alcance a la paloma, a la que atrapó y, ya con su forma de hombre, desgarró para obtener el huevo dorado.
Mientras todo esto sucedía el gigante se había acercado a la princesa, a la que estaba decidido matar por haber revelado su secreto.
Afortunadamente, antes de que el gigantesco hechicero pudiese hacer algo el joven clavó su puñal en el huevo dorado, acabando con la vida del ser que había tenido prisionera y encantada a la bella princesa.
Tras esto fue al encuentro de su amada, con la que contrajo rápidas nupcias y se quedó a gobernar en el castillo que antes había pertenecido al cruel gigante.
De esta forma la princesa encantada quedó librada de los maleficios que pesaban sobre ella y vivió feliz para siempre, junto a su amado buscador de aventuras y gran amigo de todos los animales.
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