En un viejo reino llamado Caramelot, vivía un buen monarca en su castillo de chocolate. Su báculo era un churro y su corona un aro de hojaldre. Ese rey se llamaba Javier.
Todas las mañanas al levantarse, los sirvientes de palacio le tenían preparado un suculento desayuno donde no faltaban los donuts, las magdalenas y las palmeras de chocolate con nata y de hojaldre.
Un día, del que nadie en el reino se quiere acordar, comenzó a hacer mucho calor, y el calor empezó a derretir el castillo. Gotitas de chocolate caían por las paredes de la fortaleza a la par que las lágrimas de Javier. Al final no quedó nada, tan sólo los cimientos de barquillo y mazapán.
Javier ordenó que trajeran más chocolate, pero.....¡por culpa de la ola de calor se había derretido todo el que había en el reino!!.
Enterado del problema del rey, un famoso confitero acudió a palacio.
- ¿Por qué no revestimos el castllo con piruletas y caramelos, que son más vistosos y no se derriten?.
A Javier la idea le pareció estupenda, e inmediatamente mandó traer cientos de estos dulces. El palacio fue recubierto otra vez, y como no había en el mundo otro igual se hizo muy famoso. Tan famoso como el buen rey, quien a partir de entonces se le conoció como Javier Piruleta.
Su argumento es breve, y de ensenanza, sobre todo para los que dirigen educacion de pequenos,conlleva un mensaje sutil, en la se denota quelo gustativo y el tacto son los sentidos por desarrollar adecuadamente en la primera infancia.Me gustaria que el autor siguiera redactando otros cuentos sobre Javier Piruleta, para que se convierta en un personaje favorito.