Iba a morir, a pesar de tener treinta años iba a dejar de respirar, de ver el mundo y enfrentarme cara a cara con la muerte. Parece terrible pero en verdad no lo es. El rostro del doctor parecía mas triste que el mío, por mi parte me sentía raro, como si supieras que alguien vendrá por ti, quieras o no, y sabes que aunque llores o rías será lo mismo, vas a morir... de la misma enfermedad de muchos de tus ancestros.
Mientras salía a la calle, decidí no ir al trabajo, ni avisar a todos mis familiares, pero en verdad es un poco raro saber demasiado, pesa mucho y deseas descargarlo, compartirlo con alguien, con cualquiera que deseara escucharme, pero, quién desea escuchar a un condenado, sólo los curas, y si tienes a una princesa que te ame, nadie mas... Eso es verdad pues si vas donde un amigo seguro que te dirá que vayas a otro médico, que luches por la vida, pero en verdad, yo estaba cansado, de visitar tantos matasanos y decidí no ir nunca mas.
Me senté en un parque y comencé en la manera de matarme. Deseaba morir sin dolor, pues aun recordaba a mi abuelo morirse en su cama gritando hasta el último aliento todo dolor. Recordaba también sus ojos antes de morir, cómo se fijaban en los míos, parecía querer decirme que no lo dejara, que deseaba sentirme... La verdad es que aún siento su mirada, más ahora que sé que pronto estaré de alguna manera mas cerca a él.
Creo haber pensado en cinco maneras de matarme, pero la que mas me gustó fue la de llenarme de insulina y tirarme hacia el fondo del mar donde nadie me pueda encontrar. Me paré y no sabía que rumbo tomar. Vi a un perro que me miraba como si fuera un fantasma y el condenado comenzaron a aullar, eso me asusto mucho, sentí que los espíritus estaban a mí alrededor, pues sentí como un hielo en el espinazo.
Caminé hasta llegar a un barrio de gente de mal vivir. Ya eran mas de las ocho de la noche cuando vi que se me acercaba delincuentes con muy malas intenciones, pero cuando uno no tiene nada que perder como que el miedo no desea acercársele, mas bien comencé a sentirme mejor, como mas alegre. "Hola", les dije. Ellos eran como diez, tenían puñales en sus manos, sus ojos estaban llenos de terror, era como si yo fuera un fantasma... Soltaron sus armas y se fueron corriendo como perros. "¿Estaré muerto?", me pregunté. Me fijé en mi sombra y aún estaba allí... Era raro pues parecía tener como vida propia... Se hacía más grande, más pequeño, mis extremidades se agrandaban, se achicaban, en fin, yo sabía que esto era producto del enfoque de la luz de los postes de las calles. Pero no sé por qué me quedé sentado en el suelo, apoyado sobre el poste de luz, mirando mi sombra; algo dentro de mí me decía que en ella podría encontrar compañía, comprensión, o ese calor que uno desea sentir cuando está solo.
No recuerdo cuanto tiempo estuve así, pero fue lo suficiente como para poder alucinar pues vi que mi sombra se paraba frente a mí y me pedía que lo siguiese. Como no tenía lugar a donde ir, le seguí. Caminamos unidos por un hilo de la oscuridad hasta llegar a una casa abandonada. Entramos, primero él, luego yo. Las luces de la casa se encendieron y aparecieron muchas sombras mas, rodeándome como si yo fuera el hueco de una torta negra. Luego, vi que una pequeña sombrita pronunciaba mi nombre y me decía si deseaba morir o vivir o vivir como ellos, es decir, como una sombra que vive en la oscuridad eternamente. Le dije que deseaba morir. En ese instante, se escuchó como un rumor de olas, como si fueran un mar de sombras... De pronto sentí un impulso y salí de aquella casa. Mientras me alejaba volteé la cabeza y vi que todas las sombras me estaban mirando. Me fijé si la mía aun me seguía y allí estaba la cobarde, como un perro con la cola entre las patas.
Ya estaba por amanecer y pensé en buscar a mí pero enemigo, a uno que en verdad yo odiaba. Después de pensar por varios minutos me acordé de uno que hacía mucho no veía, pero que aún me quedaba las marcas que me dejó cuando me robó lo que yo mas amaba, mi novia.
Sabía el lugar en donde vivía y hacia allí fui. Mientras me acercaba a su casa pensaba en todas las cosas buenas y malas que había hecho yo, y comencé a reírme. "Es bueno vivir", pensaba. Toqué la puerta de su casa y apareció mi exnovia, su esposa. Me miró lívida. Pregunté por su esposo. Después de un rato salió el pobre, estaba temblando. Le dije si podía hablar un momento con él. "¿Para qué, de qué deseas hablar?", preguntó. Le dije que iba a morir y deseaba conversar un momento con él. Me miró extrañado y seguramente pensaba que estaba loco pero aceptó mi ofrecimiento…
Fuimos a un café y le conté lo de mi enfermedad, lo que pensaba de todo y nada mas, mientras él me miraba. Luego me paré y me despedí, antes de irme, le dije si podía abrazarlo. Aceptó. Creo que fue lo más bello que he sentido en mi vida, era como si el dios te ofreciera tu pecho para descargar todos tus dolores, fue tan hermoso que no pude dejar de llorar, luego me largué corriendo como un fantasma.
Pasaron varias semanas y cuando ya comencé a sentir los dolores fui a conseguirme la insulina. Después de conseguirla fui hacia el mar, alquilé una lancha, alimentos y una pequeña casa de lona. Aun recordaba una isla en donde mi padre y yo íbamos con frecuencia, hacia allí decidí ir a morir... Mientras navegaba sentí una paz infinita, parecía que estuviera en el cielo, el silencio era hermoso, armonioso, el sol era como un amigo caluroso, los peces como unos inocentes niños de pecho... Todo era bello... Cuando llegué a las isla, armé mi carpa y comencé a escribir este diario que ustedes están leyendo, cuando lo terminé cogí una botella y puse estas líneas dentro, y luego, la tiré al mar...
Si estás leyendo estas líneas es que aún no he muerto, pues si algo aprendí es que uno es algo más que un cuerpo, pensamiento, emociones, uno es su propia vida y estas lineas son mi propia vida, como el sentimiento más puro que tengo...
Surquillo, febrero del 2005.