Cuentan los lugareños, que allá en la montaña, en un rincón apartado y desconocido, un día de otoño un joven de unos 16 años, paseando para intentar descubrir nuevos parajes (cosas de crios ) se encontró con una cueva, después de la sorpresa se fue adentrando un poco.
Estaba oscuro, solo veía un recoveco del que colgaban muchas ramas. No podía seguir a pesar de apartar las hojas, el otro lado era muy tenebroso, casi de ultratumba.
Ya en su casa pensaba en su descubrimiento. ¿que habría allí detrás?. ¿que tesoro iba a sacarle del pueblo?. Decidido a todo preparó utensilios para entrar.
Era una mañana fría y las nubes amenazaban lluvia. Empezaba a clarear y el muchacho se apresuró a levantarse. Su madre con cierta extrañeza le preguntó que donde iba.
Voy a dar una vuelta por La Frondosa ( que así se conocía el lugar donde encontró la cueva ) a ver las colinas.
Durante el trayecto, de unos veinte minutos, iba emocionado. Se haría famoso.
A la entrada de la cueva giró la cabeza para ver si alguien le había seguido, sobre todo Luisito que siempre andaba con él y que de seguro se enfadaría cuando se lo contara. Pero ese descubrimiento tenía que hacerlo solo. Un presentimiento le recorría el cuerpo.
Sacó la linterna de la mochila y la encendió. Era un lugar oscuro pero no tan tétrico como le había parecido el día anterior.
Después de separar las frondosas ramas se fue abriendo camino hasta que pudo pasar al otro lado. Era un túnel corto, de unos tres metros, alumbró con la linterna hacia el frente y observó que se giraba hacia la izquierda.
No sin cierto temor, nuestro muchacho se encaminaba despacio hacia el interior y al llegar a la curva se sorprendió. Una luz iluminaba una estancia que había un par de metros mas allá.
No hacia falta la linterna pero el seguía con ella encendida. Al llegar, se le estremeció todo el cuerpo. Era una habitación cuadrada, de unos nueve metros cuadrados, muy limpia, demasiado limpia para ser una cueva, pero además, la luz, esa luz que entraba sin saber por donde.
Y en un rincón, hacia la derecha, la sorpresa. Un esqueleto sentado, mas bien acurrucado en el suelo. Tenía algo en la mano izquierda. Nuestro muchacho tenía un poco de miedo, nadie había desaparecido del pueblo ¿quien sería?.
Sigilosamente, como si el esqueleto pudiera despertarse, se acercó. Se iba fijando en el objeto de la mano izquierda. No podía creerlo, era un CD de música que extrañamente no tenía polvo, en realidad, nada allí tenía polvo, era como si esa luz limpiara el habitáculo.
THE WHO - QUADROPHENIA, eso era lo que ponía el CD, se leía claramente. Pero en su mano derecha, casi oculto por los huesos tenía un libro, estaba seguro de que era un libro.
Pausadamente se fue agachando hasta ver el título, como en el CD se leía claramente, era curioso pero otra vez se acordó de lo extraño que era que no hubiera polvo. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes.
Que personaje tan extraño, que dos objetos tenía en sus manos. ¿quién era? ¿como había llegado hasta allí? ¿nadie lo echaba en falta?.
De repente, el muchacho, casi sin darse cuenta empezó a subir la vista hacia la cara del esqueleto... y dio un salto hacia atrás como impulsado por un resorte.
No podía ser cierto. Se acercó despacio sin quitar la vista de la cara del esqueleto. Una lágrima salía de su ojo izquierdo. Si, era una lágrima, estaba seguro. Salía despacio, se deslizaba lentamente sobre lo que había sido una mejilla y finalmente caía al suelo, era continuo, miró al suelo y vio que donde caía la lágrima había crecido una flor. Pero una flor extraña, tenía siete pétalos y cada uno con el color del arco iris.
Otra vez las mismas preguntas ¿quién era?... Se fijó detalladamente en la cara, no era un esqueleto normal, parecía que daba paz a la estancia, incluso al propio muchacho.
Después de un rato contemplándolo se dio cuenta de la expresión que le transmitía. No había ninguna duda, no sabía quien era pero desde luego estaba seguro de que había muerto de pena. Era muy extraño, pero cada vez que lo miraba le parecía que se lo estaba diciendo: HE MUERTO DE PENA.
Al muchacho le cambió el rostro, poco a poco su cara se iba entristeciendo y casi sin darse cuenta a el también se le cayó una lágrima.
De vuelta a casa no dejaba de hacerse una y otra vez la misma pregunta ¿quién era?.
Pasaron unos cuantos días hasta que se decidió a volver a la cueva, todo estaba igual, tal y como lo había dejado la vez anterior. Pero esta vez era el muchacho el que tenía algo en la mano, era una enorme rosa roja que había cortado en el jardín de su madre.
Se acercó muy despacio, se inclinó sobre el esqueleto y depositó la enorme rosa roja sobre la mano que contenía el libro diciendo -No volverás a estar solo, amigo desconocido-.
El muchacho no dijo nada a nadie sobre su descubrimiento. Le parecía que solo el debía conocer aquel misterio. Si lo decía vendría gente de todas partes y se convertiría en una atracción.
De vez en cuando pensaba en el tesoro que encontraría en la cueva y que le iba a hacer famoso. Sin embargo, todo era completamente distinto, aquel esqueleto había cambiado su vida. Ya no volvería a salir del pueblo, se prometió llevarle una rosa todos los días de su vida.
Y así fue, nunca dejó el pueblo y dicen los vecinos que todos los días de su vida cuando iba a salir el sol le veían encaminarse hacia La Frondosa.
Nunca contó donde iba, pero si dicen por el pueblo que a todas las parejas que iban a casarse les llevaba a ver el esqueleto, y que estos, al ver su cara de pena, se prometían no abandonarse nunca.
Hace muchos años que aquel muchacho desapareció. Algunos jóvenes comentan que han visto dos esqueletos que sonríen paseando por La Frondosa y que cada uno lleva en su mano izquierda una enorme rosa roja.