...Y SE AMARON POR SIEMPRE...
ÉL
Eran las primeras horas sofocantes de la mañana. El telegrama lo sorprendía descansando, luego de una jornada de trabajo fuerte, bajo la cansadora y tangible ciudad. Tan vieja como la Segunda Fundación, reconstruida hacía tantos anos atrás por los conquistadores.
Ella volvía.
El tren arribaría de Retiro a las siete de la tarde. Eso le daría casi diez horas para
pensarla.
¡Hacía veinte años que no la veía! Si aún la recordaba cuando se había retirado hacia las sierras con sus sólo diecisiete años.
Se había ido sin anestesia, casi sin decir adiós, después de un verano como todos los que habían vivido juntos desde pequeños. Así de intenso y maravilloso.
Días antes ella había llorado. Fue la única vez que la había visto llorar y nunca había sabido por qué.
Luego ya no volvió a verla más, sólo imaginarla.
¿Cómo es que se fue dejando envolver por la sutil telaraña que ella había tejido con sus suspiros tibios de gata?
De repente lo embargó una sensación de vacuidad. Fue un dejarse llevar por los acontecimientos sosos de la vida, como quien come sin hambre, por comer nomás!.
Miró el reloj, eran las cinco de la tarde .Buscó un automóvil convertible, el más limpio y llamativo (como a ella le fascinaba) y transitó lentamente las calles que habían recorrido juntos. El camino por ellos inventado, bajo el firmamento celeste del atardecer.
Estacionó el coche en la terminal de Retiro, casi al final de la calle.
Subió la pequeña vereda y vio ,con placer, que nada había cambiado. Aún estaba allí el andén en el que años atrás se habían sentado juntos a saborear el último membrillo de la bolsa o a pitar el cigarro armado.
Por un instante se estremeció. Todo su cuerpo sufrió la invasión del recuerdo.
Ella llegaría después de tantos veranos y se transformaría en su maestra. Le mostraría los filmes de los nuevos caminos descubiertos, las hierbas perfumadas que se recogían en el campo para vender, le comentaría el descubrimiento del momento ideal para cosechar y comer el piquillín, aquella fruta pequeña y dulce de gran semilla que le gustaba tanto; las cuevas entre las piedras donde se escondían las víboras, para salir luego a plena siesta.
El mundo les pertenecería y se lo regalarían.
Ella le había enseñado años atrás- en sus tantos comentarios- a cabalgar , y le había comentado cómo con sus escasos quince años había amansado el potrillo overo de la tropilla de su padre. Aquel que en sueños la había visto bajar de las sierras, vestida de blanco, con su séquito de niñas vírgenes siguiéndola hasta la capilla para, después de la ceremonia, verse raptada por él llevándosela lejos, a la ciudad por siempre, adonde viviría sólo para él y él sólo para amarla.
Y así el se imaginaba con ella. Juntos, en uno de sus largos recuerdos por las sierras en los que alguna vez habían descubierto aquella cueva en las rocas que los protegía del viento cuando se recostaban tibios, uno junto al otro, a contarse historias de amor.
Desde que ella se fue, la última vez, él no había regresado al hogar que visitaban de pequeños porque sólo era roca lapidosa si ella no estaba.
Pero ese atardecer quería pasarlo recordándola. Repasando cada instante vivido a su lado. Todo estaba en su memoria. Hasta podía rememorar cada uno de los amaneceres que los habían sorprendido esperando ver al lucero para pedirle mil deseos ella, sólo uno él.
Ya eran las seis de la tarde y él recogió los elementos que necesitaba, preparó todo para el reencuentro, se bañó, se vistió y fue ansioso a esperarla.
Algo era seguro,ella no volvería a irse y todo sería por fin como debió ser desde el principio. El no quería herirla, tampoco ser herido, sólo aspiraba a recuperarla,quería volver a sentirse vivo.
ELLA
Tomó el tren a la hora indicada. Pensó que era extraño que ese ramal aún continuara funcionando.
Paseaba poca gente y, en comparación con los micros, el viaje era caro, incómodo y largo.
Pero ella siempre había viajado así. Pronto la esperaría una vida mejor... lo presentía.
Al principio por elección de su madre, luego porque le daba tiempo para concientizarse del cambio de vida que sufriría los próximos meses.
Poco le importaba cuando amanecía y estaba soleado, ni si llovía ,ni si hacía frío.
Sólo sabía que no deseaba que el día fuera exactamente igual que el de ayer o el de
antes de ayer.
En su último viaje, hacía ya veinte años, había decidido no volver más. Fue una determinación que le había llevado todo un verano resolver, y que finalmente había tomado la noche que recordaba que él le había jurado amor eterno. Había llorado ante semejante decisión, pero luego simplemente la cumplió, sonrió y no pensó nunca más en los veranos en las sierras.
Se había peleado con su madre cuando quiso - y finalmente logró- mandar la invitación a su casamiento en la Gran Ciudad. Y se había puesto furiosa cuando supo que la misma quería mandarles unas fotos de ella , vestida de blanco, bajando del lujoso coche frente a la iglesia y otra saliendo del brazo de su marido, tan sonriente, tan feliz...
No se había permitido pensar nuevamente en el campo , las sierras y toda aquella vida...dura y casi salvaje como su corazón romántico.
Su mente se repetía insistente que algo diferente, nuevo y especial la esperaba en la Gran Ciudad.
Esperaba verlo pronto, ya en Villa Dolores empezaba a imaginarlo. ¿Aún tendría sus bigotes y el espeso jopo castaño en la sien?
Aunque sabía que él no le pediría explicaciones por su brusca partida y contaba que con el tiempo también había pensado mucho en ella, prefería verlo. Pronto, cuánto mucho antes mejor.
Él era su hombre. De complexión fuerte y dura. Profundamente relacionado con ella. Silencioso y pasivo. Poco avanzado en edad y que se sorprendía con las cosas más naturales. Tenía ojos marrones, tez blanca, cabello lacio, sedoso y nariz amplia como la de un indio norteamericano. No había más belleza en él que la que irradiaba de su interior de hombre sencillo, formado en el trabajo, luchador de la ciudad y apasionado por la libertad.
Ella era una mujer del campo y de la ciudad. Pero después de esos veinte años alejada de él,se dio cuenta que jamás viviría sin luz, buscando leña para cocinar o prendiendo el brasero para calentarse en las noches de invierno.
No había nacido para eso y no encuadraba dentro de sus sueños pasar sus días en el trabajo duro de campo. Por eso se había ido a las sierras para encontrarse a sí misma y decidir cómo vivir feliz y descubrirse.
Entonces -llegada la hora-arribó el autobús hacia el reencuentro con su amor.
Se fue.
Jamás volvería a aquellos pagos, salvo para pasar unas breves vacaciones... nada más.
NUEVAMENTE ÉL
Mientras esperaba el arribo en la estación seguía soñando despierto, reviviendo cada momento pasado a su lado. Ya no los entretenidos juegos de la niñez, sino la añorante pasión de su primera juventud.
Quería hablar con ella, quería que le contara aquellas confesiones esperadas desde
aquel fin que no fue sino un aplazamiento, en un cuento iniciado...
Y la vertiginosa locomotora de las palabras, iniciaría su periplo descarriado hacia
los abismos del olvido.
Recordaba que aquella tarde hacía un tremendo frío, hasta temió quedarse congelado mientras esperaba ... ¡Qué ironía! Congelado él , que instantes después se abrasaría entre sus llamas ...
De un momento a otro caminaba silencioso, con el temor en las manos, en todo el cuerpo, era la tarde aquella en la que tendrían que escapar juntos, dejar todo lo pasado atrás.
Finalmente, ella descendió de las escalinatas del ferrocarril.Eran las siete y cuarto de la tarde y como siempre, dio el primer paso. Entre sus cabellos lacios y oscuros se observaban sus pequeñísimos labios de frutilla tan deseables. Lo atrajo hacia sí y lo besó. Al principio fue un beso dulce, inmaduro, suave. Luego fue enroscándose en el deseo que vivía en ellos desde hacía tiempo. Sus cuerpos se comprometieron en una pasión sin fin. Y él volvió a ser hombre en ella y ella se entregó doliente otra vez a él. Y cada uno murió en el otro. Y renacieron para volver a encontrarse en caricias y llenarse de un dolor tan profundo, tan dulce, tan simple como sus vidas de entonces en aquel solitario lugar de la Gran Ciudad.
Después todo fue un transcurrir y un esperar.
Todo fue encuentros, risas, amor...
Mas todo seguía igual. Aún eran libres, se pertenecían uno al otro. Y aquella despedida hacía veinte años había sido sólo el adormecer de los sentidos, por un tiempo.
Aquel reencuentro era el ritual del amor que emergía desde las entrañas de sus cuerpos jóvenes al sol...
Sí, él realmente la amaba .¿Por qué?...Por qué si aquel verano llegó como todos, con su sonrisa de dientes blanquísimos, su piel dorada y sus largos cabellos de trigo sueltos brillando al sol...
¿Por qué? Si volvieron a contar juntos las estrellas, a leer sus poemas, a reír de sus chistes, a bañarse desnudos... ¿Por qué? Si fue aquel verano cuando le juró su amor eterno frente al lucero del alba...
¿Por qué, por qué?
Fue porque se amaban desde los juegos de niños, desde la adolescencia, desde la desdicha de la separación, desde toda la Eternidad.
OTRA VEZ ELLA
-Elige cualquier rincón de estas ciudades- le había dicho él- y te construiré un castillo. Elige el paisaje más bello, hacia él mirará el ventanal más amplio. Las más bellas flores, las plantaré en tu jardín. Los más deliciosos frutales, con su aroma de azahares,perfumarán tu cuarto. La más tibia de las maderas chispeará en el hogar. El más brioso de los caballos tendrás para pasear los días en que estés triste. Yo sólo viviré para amarte, y tú para ser feliz-le prometió dadivoso él
Y ella al escucharlo lloró.
Nada tenía aquello que ver con sus sueños. En nada coincidía con sus ambiciones. ¡Pero era tan hermoso! Hubiera deseado que una piedra del tamaño de olvido, borrara todos los recuerdos, pero ya era tarde, ni siquiera el hubiera existido
-¡Dios, jamás me alejaré de ti!-le exclamó con plañidera y sensual voz-.
-Este será el primero y último verano juntos. Ya no te diré más adiós, ni me iré a buscar nuevos rumbos y caminos. Ya todo es mío, tú me pertenecerás... ¡Qué más puedo pedir!-agregó decidida y lo abrazó fuertemente.
ELLOS, AHORA JUNTOS
En el convertible se dirigieron al cementerio, volverían a su casa,donde los esperaban sus auténticos amores: la sangre de ambos que se convertirá en flor, los anillos de esposos,sus tres rosas sin espinas nacidas del sublime amor, sus canciones, sus fábulas de amor, las nubes que remontarían sus penas y la libertad de crecer libres en las palabras para así, partir juntos.
Y al anochecer regresaron a su vida acomodada y feliz.
Se acercaron despacio. Sus corazones palpitaban de algarabía. Sus ojos nadaban en lágrimas y pudieron verse en los rostros las huellas de los años sufridos. Veinte años de almas en pena.
-Perdón- se dijeron al unísono.
Volvieron a arribar el automóvil rojo y supieron de inmediato cuáles eran sus destinos.
Ya en la casa, el refugio de ambos, volvieron amarse. Primero con pasión desenfrenada, luego suavemente.
Él le dio de beber una bebida dulce y burbujeante y ella fue durmiéndose lentamente entre sus brazos.
Ya todo estaba bien , él había empezado a comprender ese extraño juego, todo empezaba y acaba en él mismo, en sus sueños, en sus temores, en sus más oscuros deseos, en su propia mente.
Todo era un extraño laberinto que Él mismo se había ido tejiendo.
Nunca nada había sido lo que parecía. Nada había ocurrido en realidad...¿ Ni siquiera ella, su querida amada?...
Al fin él le construiría su castillo y ella ya jamás se iría de su lado.
Adaptación de Nora Mabel Peralta Página 8 21/05/03