Ya llevo 4 días con TABARCA a mi vera. Me acuesto con ella y me levanto con ella. Por las mañanas me mira descarada y desafiante, por las noches me guiña alternativamente con sus 2 ojos bizcos. Sus dos prominencias se mantienen firmes y al mismo tiempo agazapadas, como esperando un despertar.

Esta mañana, como todas las mañanas, el Sol madrugador calentaba su trasero despejado y ella no se inmutaba. Al atardecer, como todos los atardeceres, los últimos rayos del mismo Sol, le dan en la cara y continua inmutable. Nos separan 25'.

Todos los días le llegan puntualmente los ferrys cargados de turistas, con sus gorritos, en pantalón corto y con sus maquinas digitales. La recorren palmo a palmo, exploran todas sus oquedades buscando restos de flora o fauna autóctonos, o quizás buscan el tesoro escondido por el pirata de Espronceda llamado "El Temido", beben de sus dulces fuentes artificiales esperando el elixir de la Odisea, inmortalizan sus curvas (ora acantiladas, ora arenosas) porque dentro de tropecientos años Tabarca ya no estará ahí. Y ellos ¿donde estarán? ¿donde estaremos todos?.
Dicen los lugareños que Tabarca fue un día Santa Pola. Yo creo que Tabarca siempre ha sido TABARCA.

Mañana iré a Tabarca. Me quitare las zapatillas y andaré en puntillas para no lastimarla, no me llevare el ducados para no contaminarla, haré ayuno para no producir residuos, no oleré sus flores para no gastarlas y deliberadamente, se me olvidara mi Yashica en el Ibiza blanco de matricula de Granada.

A la vuelta, ya en Santa Pola, me comprare una postal de Tabarca.