Benito pertenece al cuerpo de bomberos de la localidad desde hace más de diez años, y aunque ha concebido la posibilidad de abandonar un oficio heroico, en ocasiones a punto de costarle la vida, no acaba todavía de encontrar el sentido de su vida sin su oficio. Fuego y agua equilibran su existencia, no puede negarlo...

Ambos elementos, a su parecer, manejan su vida de tal manera que vale la pena transcribir siete días de su vida de su propio diario o "bitácora", como gusta llamarlo:

16 de agosto.- La guardia en el cuerpo de bomberos ha transcurrido sin incidentes. Sin embargo, esta relativa tranquilidad me recuerda el ojo de un huracán. En efecto, pocos minutos antes de cumplir mi guardia, se nos alerta sobre un incendio en un céntrico almacén. A pesar de la movilización inmediata, nuestro arribo al siniestro, resulta demasiado tardío. El edificio arde a partir de un tercer a un noveno piso, y las llamas parecen desbordarse, como si quisieran alcanzar las pocas nubes en el firmamento. Muchas personas atrapadas se lanzaron al vacío, minutos antes de nuestra llegada y ahora no hay nadie a quien salvar. No parece haber tregua, pero debemos sofocar el fuego para evitar una conflagración mayor (en la planta baja hay depósitos de materia prima altamente inflamable). Cobran notoriedad en la prensa las pérdidas humanas, entre ellas dos del cuerpo de bomberos y decenas de civiles. Se cuestiona nuestra eficiencia.

17 de agosto.- Tenemos estrictamente prohibido fumar con uniforme, aun cuando no estemos en la sede del cuerpo. Muchos de nosotros esperamos con ansia la hora de despojarnos de tales ropas para entregarnos al vicio con desesperación, aunque el sólo ver un cigarrillo encendido nos recuerde la fuente de muchos incendios en el mundo entero... Cocino en casa para liberar la tensión diaria, y la de ayer en particular. El cigarrillo me produce una sed irrefrenable, como si tuviera que "apagar un incendio estomacal" (por algo seré bombero). Cocinar, de igual manera, me recuerda aquellos hornos hirvientes de quemazones en ciernes. Una vez concluida la preparación de alimentos, busco el refrescante chorro de la ducha para aplacar el calor de ollas burbujeantes y olorosas. Lamentablemente, la reunión de compañeros en casa coincide con la muerte de los dos bomberos ayer, pero ya estaba planeada. Todos mis allegados fuman, con excepción de uno que censura constante y obsesivamente el vicio, como lo reconociera yo mismo escasas líneas atrás. El mote de "Aguafiestas" le viene a la medida por su oficio. No obstante, detesta su sola mención.

18 de agosto.- Es de madrugada y la reunión terminó. Aprovecho la tranquilidad de estas horas iniciales para escribir, siempre el mejor momento. Aguafiestas resultó profético a medias. Uno de los muchachos perforó accidentalmente su camisa de seda con la brasa del cigarrillo que fumaba. La reacción habitual como bomberos, si bien francos, fue escupir tragos a la camisa del compañero para apagar el "incendio". Celebramos el incidente con estrepitosas carcajadas, acalladas por Aguafiestas a través de la sola mención de la muerte de nuestros compañeros. Nos reprendió al decir: "Hace apenas algunos días todavía compartíamos con ellos".

19 de agosto.- Hoy atendemos dos reportes de conato de incendio. "Pan comido" fue la presuntuosa declaración de algunos compañeros acerca de las labores de rescate de hoy. Es verdad, ni siquiera puede llamarse conflagración a un incendio controlado en menos de diez minutos. Por suerte, no se reporta un solo lesionado. No obstante, una mujer sufre un ataque de histeria incontrolable. Nos enteramos que durante su infancia sufrió un incendio que casi le cuesta la vida. Capacitados para brindar no sólo asistencia física sino moral y apoyo psicológico, Aguafiestas consigue calmarla. Me percato de cómo los extremos ponen a prueba el temple de las personas y más la de nosotros (o la mía en particular) tras enfrentar percances entre ligeros e ingobernables.

20 de agosto.- Hoy fue mi día... Soy víctima de un accidente causado por mi propia torpeza. Me luxo el tobillo al querer esquivar una manguera en el mismo cuerpo de bomberos. La lesión es severa y por ello, el médico recomienda descansar durante tres días y aprovechar la oportunidad para hacerlo fuera de casa, de preferencia en la playa.

25 de agosto.- Me recupero en un hospital del puerto. La imprudencia de nadar en aguas frías casi me cuesta la vida, por enésima vez. Sólo recuerdo un fuerte calambre y después, tragar agua hasta desvanecerme. Gracias al relativamente presto auxilio del salvavidas y varios nativos pude salvarme. Hoy me visitaron mis compañeros. Agradezco que hayan llegado hasta aquí. Su aire sombrío no parece concordar con mi recuperación, pero no es por mí. La relación de hechos me enmudece... Minutos tras haber dejado mi casa, se suscita un incendio en ella y sólo Aguafiestas reconoce mi domicilio durante la conflagración. Como a nadie enteré de mi viaje y pocos sabían de mi accidente, el leal amigo emprende la tarea de buscarme para salvarme. Lamentablemente, como pudieron atestiguarlo otros bomberos, la construcción cedió llevándose consigo a Aguafiestas. Ni siquiera pudieron recuperar su cuerpo a pesar de los esfuerzos en ese sentido. Sus cenizas quedaron confundidas entre muchos otros restos materiales. La noticia me postra por completo...

26 de agosto.- El fuego y el agua han gobernado mi existencia durante diez largos años y por ello debo hacer algo, aunque todavía no sé que. Uno y otro amenazan cada vez más mi vida y me pregunto si podré resistir...

Benito ha dejado de escribir su bitácora. Tampoco se le ve más en el cuerpo de bomberos. Se ha retirado, pero dicen haberlo visto por ahí, trabajando en un baño sauna. Parece haber recobrado la tranquilidad entre calderas y chorros de agua. Extraño, ¿no es cierto?

FIN