(Cuento para la navidad)
El viejo Ramón, después de programar la música que le deleitaría esa noche de Navidad, se dejó caer en su sillón de lectura, disponiéndose a destapar un Chateauneuf-du-Pape, reserva especial, que tenia almacenado para la ocasión, colocando el teléfono en uno de los pasamanos del sillón para observar el tintineo de las bombillitas multicolores del arbolito de navidad y desde allí, recibir cómodamente las llamadas de felicitación de sus hijos, familiares y amigos, y la visita de los comensales, que tradicionalmente cenaban junto a él, así como a Pedro Melo, uno de su protegidos, quien le traería a Marisol, su hija de 18 años, como pago de los US350,000.00 que le adeudaba de intereses por un préstamo antiguo. A través de sus 72 años de vida había saboreado noches viejas inolvidables, pero desconocía que ésta sería la más especial de todas.
En el comedor la cena-banquete estaba lista, sin embargo, el reloj antiguo que estaba justamente frente a él, campanilleó a las 11:30 P.M. Y el teléfono no había timbrado, nadie había venido. Entonces reparó en que Roxanna, la alondra y Piolin, el canario, tampoco habían cantado su acostumbrado coro navideño. Un poco inquieto Don Ramón decidió moverse hacia el balcón de la tercera planta de su mansión multimillonaria, para observar asombrado como abajo, los moradores de las casas de cartón, habían desatado una alegría inusitada, los vehículos hacían sonar sus cláxones, el cielo estaba dibujado de luces multicolores, los villancicos que en toda la noche se escuchaban tenuemente, subieron a la escala mas alta del pentagrama, alegría y ruido por doquier. Las gentes se abrazaban, se besaba, se felicitaba, la muchedumbre estaba borracha de una felicidad que parecía incontenible, inundada de unos arrebatos y de unos entusiasmos que a Don Ramón le eran ajenos. Estaba desconcertado. Ignoraba que las personas pobres pudieran disfrutar de tanta felicidad.
Por primera vez se sintió prisionero de la ostentosa ornamentación de su palacio, aquellos desposeídos que le circundaban lucían felices -He sido un hombre bueno, he practicado con humildad los mandamientos del Señor, la caridad, la justicia. -¿Que he hecho malo? Nunca le he causado un daño a nadie. Mis viejos amigos vendrán a cenar conmigo, Pedro traerá a Marisol, los demás llamarán, meditaba, pero el sabía que no, que ya nadie vendría, -que nadie llamaría, estaba solo, irremediablemente solo.
Un sentimiento grande de nostalgia y soledad se apoderó de su corazón y se arrodilló allí mismo, fijó su mirada en el universo estrellado y se preguntó con toda la fuerza de su corazón:
-¿Por que?, -¿Por que Señor estoy tan solo en esta noche de pascuas?
-Por creer en el hombre, hijo mío, pareció contestarle una de las estrella, la más brillante de todas-.
No lo podía creer, -debe ser el vino, pensó.
-No es el vino, repitió la voz que parecía venir de la estrella. Preguntaste y te contesté-.
-Y entonces, Señor mío, -¿en quien debí creer?
-En el hombre, hijo mío, repitió la estrella, desapareciendo de la vista de aquel venerable anciano.
En ese momento observó que Pedro llegaba con Marisol, pero él había tomado ya la decisión única e inaplazable de un hombre a quien Dios privilegió con sus palabras. Con el rostro resplandecido, sonreía, cenaba con aquellos miserables un poco apresurado ya que el teléfono no paraba de sonar, ofreciéndole la mano a Pedro quien besó su anillo, como símbolo de agradecimiento. Afuera, los vehículos de sus amigos y familiares pugnaban por un tramo de estacionamiento, mientras el cielo empezaba a despejarse, la obstinada llovizna que acarició la sobriedad de toda aquella noche vieja, empezó a debilitarse, escuchándose los cristalinos acentos del villancico de paz, amor y esperanza que Roxanna y Piolin canturreaban.
JOAN CASTILLO,
22-04-2004.
Esta obra es bonita, pero el autor que tiene otros trabajos interesantes parece emular a otro escritor de esta página cuyos escritos misticos exaltan el fenomeno de la trasfiguraci{on y la visión escatológica, debe revisar y leer a otros autores de esta site para no parecer que plagia algo.