Tengo unos cigarrilos que estudiaron en Oxford y se doctoraron en psicología.
Los enciendo de uno en uno, claro, y me escuchan atentos desde el cenicero.
Ellos se explican con hilillos de humo y me van tirando de la lengua.
Verás, tengo un problema de metáforas.
A ver, siéntese, relájese y cuénteme qué le preocupa hoy.
Mira, yo iba por la carretera, leyendo los indicadores. Dejé la ciudad de la voz cambiada, donde el ridículo falsete se sepulta bajo la losa ronca y viril de un pésimo afeitado.(Joder, ya estoy con las dichosas metáforas.)
Pasada ya la fonda clandestina de los aprendizajes, la luz palidecía muriéndose y el pais perdía brillo y hierba y agua y fresco.
Supe que fuera mejor o peor el porvenir, lo más bueno ya había pasado, pero tenía que seguir.
Quizás en alguna curva habrá un árbol, o tras un repecho vendrá un riachuelo. O tal vez no, y la carretera ha de ser así hasta el final.
Sea como sea o como haya de ser, el chófer conduce con desgana, reposta gasolina con desgana, cambia de marcha con desgana, pone la radio con desgana y si no se detiene ni se baja por pura desgana.
De vez en cuando me tienta desviar el coche hacia algún camino secundario que puede sin duda ser peor, más oscuro y más seco. Lo supone uno por los caminos que ha visto en sí mismo y en otros conductores.
Intento olvidar la idea y acelero. A uno no le gusta dónde va, no tiene especial interés en llegar, pero corre, tiene su toque de ironía. ¿Qué opina usted.?
Yo nada, que ya me estoy apagando. Tendría usted que ir encendiendo otro.