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VIII
Sentía una fuerte punzada en el cuello y aquella mujer se comprometió a hacérsela olvidar. Con los ojos cerrados, imaginó un paraíso único en el que quería estar. Sin nadie más a quien escuchar ni ver. Integrándose en una vida de supervivencia. Sin tener que pensar en nada. Sólo sufriría cuando las leyes de la Madre Naturaleza mostraran su crueldad. Rememoró de pronto imágenes filmadas de la extinta águila dorada atenazando con sus garras a su huidiza presa mientras surcaba majestuosamente los cielos incontaminados de una vetusta Tierra. Y le pareció que, aún así, aquella muerte se integraba en la perfección. Y trasladó esa imagen, en otros tiempos real, a su imaginación. Y se sorprendió tumbado sobre la hierba fresca de un extenso prado bajo la aguda mirada del águila de sus recuerdos, con el sonido del discurrir caudaloso de un inmaculado río a sus pies. Y viéndose a sí mismo en este estado sublime, decidió compartirlo con una mujer, el amor de toda su vida: su esposa. Y la veía echada a su lado, con los ojos cerrados, como degustando la paz que les rodeaba. Y la imitó.
Y aunque la realidad era ahora tan distinta, se sintió feliz al notarse acariciado por las manos de su mujer. Y cuando entreabrió los párpados, la vio delante. Y Johanna le sonrió. Y el se sintió amado.
Pero, aún así, pensó que no quería que ella llegara a conocer el sufrimiento en sus propias carnes. Siempre la había protegido de ese extremo. Si no jugaba bien sus cartas, tendría que elegir: sus propias felicidades o la de la humanidad entera. Y muy a su pesar, decidió qué escoger si se llegara a tal punto.
El dolor muscular desapareció, pero fue sustituido por un nudo en el estómago.
Johanna seguía masajeando, como si deseara relajar algo más que el cuerpo de su marido. Como si presintiera la batalla interior.
-¿Qué te ocurre, cariño?
-¿Recuerdas las videograbaciones en que aparecen imágenes del planeta rebosantes de vida?
-Sí, Merdik, por supuesto. En la universidad utilizábamos antiguos reproductores láser para recuperarlas y hacer un examen exhaustivo de lo que contenían.
-¿Y recuerdas el matiz del azul de los cielos que mostraban?
-Cariño, ya sé a dónde quieres ir a parar. Pero en aquella época, tú no habías nacido aún. No te mortifiques más.
-Del azul puro se pasaba al gris más oscuro y... llovía, ¿recuerdas?
-Déjalo ya. Sé que cuando empezaron a querer remediarlo, era ya irreversible. Ahora, en cambio, no tenemos ya polución ni en el aire, ni en los mares y ríos.
-Dirás, en lo que nos queda de agua. La evaporación fue desconcertante hasta para los más pesimistas. El efecto invernadero actuaba y abusaba.
-¿Quieres dejarlo ya, por favor? ¿No pasó ya? ¿No logró nuestra anterior generación rehacer la climatología? ¿No es un consuelo que, aunque las nubes se formen raramente, el ciclo se haya recompuesto?
-Y ahora estamos ante otra perspectiva tan poco halagüeña como la que adivinaban los alarmistas.
-Confío en esta humanidad, ¿sabes? Creo saber que lleva en sus genes el aprender de sus errores.
-Ojalá fuera tan fácil como dejarse confiar.
-Un beso selló momentáneamente su boca. Johanna presentía que su marido estaba llamado a jugar una baza importante en esa confianza que ella tenía hacia el género humano. Se besaron y acariciaron largamente. Y aunque sus cuerpos ya no eran jóvenes, gozaron con ellos como si lo fueran, pues sus espíritus sin erosión los animaban sin trabas.
Y Merdik Lamaret, tras hacer el amor con su Johanna, confesó que su mente estaba cautiva por las cadenas de los últimos acontecimientos.
-No te preocupes, cariño, volverás a pensar sólo en mí.
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-¡Está hecho!- dijo el mayor Seedus a Zander, su ayuda de cámara.
-Le felicito, señor. El almirante Kras y el vicegobernador Enriequet no deben caber en sus cuerpos de gozo.
-¡Póngame en comunicación con el presidente del planeta!
En la gran pantalla tridimensional, un rostro deforme increpa en una lengua ininteligible para todos los humanos que se hallan en el puente de mando del crucero estelar.
-Le ruego utilice la lengua confederativa.
-¡Maldito sea!- la lengua familiar contiene la misma carga de furia que la haleutiana-. Mayor Seedus, le exijo una explicación. ¿Qué autoridad se le permite a usted?
-Estoy dispuesto a hacerlo oficial cuando le comunique a usted mis condiciones para su rendición.
-¿Qué rendición? ¡Increíble! No hemos mostrado ninguna resistencia porque usted sabe que no disponemos de ella. Somos un planeta desarmado y, por lo tanto, antibelicista. Siempre hemos obrado en paz. No comprendo pues en nombre de quién y por qué actúa de este modo.
-A la autoridad suprema en funciones de Haleute: Comunico a las 10:53 AM, en huso horario unificado, del 8 de mayo del 3122, según calendario terráqueo integrado, que doscientas treinta y seis unidades de combate orbitan su exosfera en acción de bloqueo. Se exige a la autoridad suprema en funciones de Haleute que coopere con el mando operativo de la fuerza de aislamiento representada por el Mayor Thomas Seedus, Comandante Ejecutivo, si no desea se tomen en cuenta otras acciones disuasivas. Fin de la emisión.
La imagen distorsionada del Secretario Zander desaparece a la vista del vicegobernador del planeta Haleute. Un grito de rabia desdibuja aún más los rasgos del rostro de Visentras. Pocas veces ha tenido que recurrir a este sentimiento, pues en un mundo de paz no está justificado. Colérico por el trato que ha recibido, no cae en la cuenta de que quizás se esté repitiendo la misma escena en otros tantos sectores de la Confederación. Y no se equivocaría.
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