Publicado en TRANVIA Revue des Ibersischen Halbinsel (Deutschland)
ISSN 0930-0724, Dez. 2001 Heft 63, pag. 54
Nosotros provenimos de una familia normalmente muy tranquila. No molestamos a nadie. No nos metemos con nadie. Normalmente son así las cosas, casi todo el tiempo. A mí por ejemplo, me gusta mirar tranquilamente la gente que pasa por aquí, escuchar sus conversaciones sobre los temas más interesantes, verlos pasear en el verano. A veces hasta llego a saludarlos, aunque no me respondan. Supongo que no lo hacen porque así son los quebequenses. Los automóviles también me interesan, aunque un poco menos, porque generalmente pasan muy rápido, y a mi edad no puedo captar bien los detalles de cada objeto. Yo jamás conduciría un auto de aquellos. A mí me gusta mucho observar los detalles de las cosas. Será por eso que me encanta también ver los árboles. Los cedros, arces, pinos, robles,… Las diferentes formas de las hojas me hacen recordar tantas cosas. Las del arce por ejemplo, cuando se ponen rojas en los días de otoño, son tan lindas que figuran como símbolo en la bandera del Canadá. Tengo entendido además, que un cedro está en la del Líbano.
El tiempo pasa y las hojas caen. Todos los años envejece uno un poco más. Los árboles también. Lo malo de ser viejo, es recordar que después de cada Enero sigue siempre un Febrero. Y no me gusta nada cuando llega Febrero, porque en sólo veintiocho días llega Marzo... y con el, la temporada de la miel de maple.
Esta miel se hace a partir de los maples justamente, o arces como se les conoce también.. La gente de por aquí, empieza por buscar los árboles más sanos y robustos. Luego –sin más–, los perfora cruelmente haciendo saltar la savia (que es como una sangre transparente) y la recolectan aun caliente, en baldes especiales. Debo reconocer que nunca he visto el proceso completo hasta su envasado, pero de lo que sí estoy seguro es que obtienen al final una miel oscura y espesa, al cabo de intensos calentamientos. Es la miel enlatada que venden en todos los supermercados y en los puestos callejeros. Hay latas desde medio litro hasta dos galones. A los quebequenses les gusta mucho la temporada del maple y frecuentan alegremente las cabanes a sucre, que son los lugares donde la fabrican. Los niños adoran los dulces y paletas hechas a base de la miel de maple. A mí no me gusta la miel, por supuesto. Ni las cabañas. Sin embargo, he sido testigo muchas veces de cómo se hace el proceso de extracción. Como ya dije llega un individuo común y corriente, escoge un buen espécimen, palpa lo mejor del tronco, perfora despiadadamente y amarra el balde adecuadamente, mientras el árbol se desangra entre viscosos gritos trasparentes que el mundo entero parece ignorar. Luego, repite la tarea innumerables veces, sobre el mismo número de árboles hasta que obtiene la cantidad de litros requerida. Diez litros de savia hacen un litro de miel. Y todo ello sólo para satisfacer los paladares insaciables de los amantes de la miel de maple.
Deplorable.
Esta mañana muy temprano, un chico de unos trece años anduvo por aquí con su balde y su taladro perforador. Se ve que ya tenía cierta práctica. No respondió a mi « Bonjour » y ni siquiera me vio. Se dirigió rápidamente al arce que crece al borde del sendero que lleva a la Universidad. Yo creo que ya lo había visto desde días antes, pues no vaciló ni un instante en escogerlo. Con una crueldad impropia de su edad perforó siete veces el tronco. No creo que haya sido por inexperiencia, sino que fue más bien por una costumbre malsana. Poco después, cuando la savia comenzaba a gotear, pateó el tronco repetidas veces para acelerar el proceso. Los últimos emblemas del Canadá que se habían aferrado a las ramas desnudas cayeron dispersos en el suelo, pero el simplemente los pisoteó sin mirarlos. Recolectó la savia, atravesó el sendero y se disponía a regresar cuando algo pesado le cayó en la cabeza. El balde rodó unos metros y llegó medio vacío hasta mis pies. La sangre transparente fue absorbida rápidamente por la nieve. Lo miré con desprecio. Más tarde, en el edificio todos estarán sumamente preocupados y pensarán tomar medidas para evitar accidentes tan deplorables. El chico muerto tendrá la cabeza abierta y la nieve habrá penetrado hasta las ideas, yo creo. Nadie se dará cuenta sino hasta horas después.
Ni un instante dudé. Como les digo, yo siempre soy muy tranquilo, pero a veces hasta los viejos robles dejamos caer alguna rama pesada de vez en cuando.
A veces justo sobre la cabeza de alguien.
Cuento excelente... Inesperado final y buena narrativa!