¿Su rostro? Tiene la nariz torcida hacia la izquierda, la boca hacia la derecha y el ojo zurdo más bajo que el otro; recordatorio del encaje perfecto con aquel poste de hierro a los diez años. Sin embargo, gracias a la percepción visual y a la tendencia humana a ordenar las cosas y a hacerlas simétricas, estos rasgos faciales que la caracterizan son, a simple vista, inapreciables... (excepto cuando alguien la mira a través de un espejo). Razón por la cual esa frase de "la belleza está en los ojos del que mira" en su caso es totalmente cierta. Así que ser guapa o fea es una responsabilidad de quien tenga en frente, y si ese alguien es ella misma, es decir, si se está mirando en un espejo, lo hace tan subjetivamente, que le es imposible ver fea a la persona que más quiere en este mundo...
En cuanto a su cuerpo, si fuera una escultura diría que esta mal acabada. Pero eso sí, su celulitis está muy conseguida; demuestra que ha pasado la mayor parte de su vida sentada, pero haciendo lo que más le gusta, que es dibujar.
Hay gente que madura en todos los sentidos antes de tiempo; no es su caso, personalmente piensa que hacerlo es una soplapollez. Hay una tendencia general a creer que es signo de inteligencia; si es así, entonces Roberta es bastante tonta, porque es de una curiosidad adolescente. En realidad no se considera estúpida, simplemente a ella las cosas le llevan un poquito más de tiempo, cree que porque es muy despistada y no se fija en las cosas que se supone deberían importarle. En cambio se emboba con otras a las que casi nadie les presta atención. Metafóricamente, si la gente observa los números que salen al tirar unos dados esperando además a que les salga un seis doble, Roberta se fija simplemente en quién ha lanzado los dados. A esto de que hablo le he puesto nombre, se llama "robertarez" y no es un defecto, porque Roberta no tiene defectos; sencillamente, es así.
Pensando en su carácter diré, que las personas en las que en el fondo confía se pueden contar con los dedos de una oreja. Y cuando digo en el fondo, me refiero a ese trapo sucio que todos llevamos dentro y que, por dignidad, nunca nos atrevemos a enseñar; Roberta a su dignidad la llama "caer con estilo", debe ser porque en el fondo, como buen trapo sucio, carece de ella. No tiene por qué querer a nadie y por supuesto nadie tiene tampoco por qué quererla. Los abrazos, los besos, las caricias, etc, son cosas del protocolo social al que también dedica su tiempo, pero sólo para adaptarse a la vida occidental (y porque le da gustito, claro). El amor, dice que es... "me la pone tiesa (por un millón de razones que no está dispuesta a averiguar)" y por supuesto sabe que es eso realmente lo que mueve el mundo. Sin ir más lejos, Roberta empezó a ser inteligente, a ser la mejor de su clase, apenas hará dos años porque era la única forma de poder hablar de algo con el profesor del que se había enamorado. El deseo se le pasó, pero la ilusión de aprender que le proporcionó el amor siguen estando en ella. Y Jesús... y el amor de éste por el Jazz que hacía que Jesús y Jazz fueran para Roberta una misma cosa (¿jazzús, jezz, juzz...?). Y escuchar esa música, tan al filo de lo imposible, tan paradógica: una música libre aunque naciera de esclavos..., es escuchar a Jesús, que está lejos, pero el Jazz está muy cerca, empapando el trapo sucio que tiene por corazón que no es un corazón, sino una coraza... Pero Roberta también tiene sueños, que se resumen en dos. Uno de ellos es ser feliz, y el día que lo consiga... Pero el otro, el más importante, lo lleva envuelto en su trapo sucio para que nadie lo vea, y es darle una patada a la felicidad el día en que le llegue. Para ella, la felicidad o todo aquello que pudiera dársela es sólo un segundo premio; el primero es un salvavidas al que ella se aferra desesperadamente, pues mientras tenga un sueño que alcanzar, tendrá un motivo para despertar cada mañana. Porque Roberta, como cualquier ser humano, en su infinita estupidez, cuando se encuentra más de dos veces ante un hecho realmente bueno, deja de maravillarse para encontrarlo normal, e incluso insípido. Así la felicidad, que para Roberta debe ser como un poema, no se convertirá jamás en una lista de la compra.