Y ahora tal como llegaste te vas, aunque un poco mas puro. Y miro como te alejas por la calle opaca y vacía, primero tu sombra llega a mi cara, después oscurece la taza que dejaste con un poco de té, no lo tomaste todo, te fuiste antes de lo debido.
Escucho el crujir de los arboles y la lluvia que rebota en el techo intentándolo hundir, queriendo con desprecio oxidar sus pilares negros de pintura descascarada. La ventana se humedece, transpira como si fuera una cómplice y estuviese escondiendo mi figura lánguida derramada en la cama con una sábana que no abriga, con una soledad cada vez mas eterna.
Mi cuerpo yace inmóvil en medio de un frío melancólico, al lado de una vela que solo da el reflejo de sombras que parecen tener vida, acechan y juzgan mi perfil marchito, helado por tu abandono.
La habitación tenebrosa me contempla con grandes ojos negros en medio de la penumbra, pero el silbido del viento que se escucha como lejano, con el golpe de la lluvia en la ventana y el retumbar de las ramas de los árboles me entregan una melodía con tu olor íntegro y profundo.
Me dejo sucumbir por todo lo que me rodea. El reloj se detiene y el silencio se apodera de tu ausencia. Intento dormir pero tu silueta muda se pasea en la oscuridad de mi mirada.
Siento una herida latente, las sábanas absorben las gotas de sangre tibia que caen frescas de mi pecho como llorando lágrimas rojas por mi piel envuelta de oscuridad, rodeada de muerte me revuelco en las telas empapadas con mi pecho desgarrado por ti. Una brisa congelada entra por la ventana de mi habitación moviendo la cortina con suavidad y delicadeza, termina en mi cuerpo ensangrentado al lado de los restos de una vela derretida, apagada.



Invierno, 2004