Su plena soledad le llenaba la cabeza de trágicos amores, desvaríos melancólicos y saladas lágrimas que, si bien en un principio no tenían ningún sentido para ella, para él significaba todo el amor que había estado protegiendo, escondiendo, guardando para el día en que todo tuviera que mostrar. El destino dictó sentencia -una vez más- y los más horribles presagios se cumplieron, elevándole al mayor desengaño habido y por haber –me refiero a por haber porque no se atrevería a confesar su amor ya demasiadas veces a partir de entonces- en su corta y sentimental vida.
En una excusa todos sus planes de futuro se fueron al carajo. En una piadosa pero viperina mirada se congelaron sus ilusionantes amaneceres de antaño, convirtiéndose en un último hálito continente de sus últimos deseos, de sus últimos sentimientos, existiendo tan solo para ella.
Una vez más le tocó sufrir, y en la más oscura noche, en el más obstruido cielo creyó morir, susurrando su nombre al mar, medio tumbado en la arena de aquella calmada playa, horizonte despejado, aguas recreando el sonido de la tristeza, de la melancolía e impotencia, recreando el sonido producido por aquella vieja sonata de Beethoven que aludía a la luna, solo que esta vez ésta había sido relegada a un segundo plano buscando la culpa en las tempestades que se avecinaban
Últimamente, ya cansado de soñar en cosas imposibles, qué alegría sintió al imaginarse con ella, jugueteando en cualquier parte –qué mas dará el lugar-, eso sí, luna brillante visible en el despejado cielo de agosto, ya a fines del verano. Ella sonriendo. Él, contento pero contrariado pues, no era esa mujer quién lo había rechazado? Qué ocurrencias tan extrañas tiene el destino que una vez quiso hacer un guiño a un amor que uno creía ya perdido, y resulta que en una fantasía –aunque bella y real pareciera- su dama corresponde a su fatídico amor, creando en su corazón un sentimiento de eternidad y triunfo, de desesperación por amarla y de esclavitud a ella, insistiendo más en su muerte en vida, en su ya imposible salvación; ese caballero es un servidor.
Oh dama del amor, no te pido su corazón, mas solo pido su creencia en mí, su confianza para que yo, en un último suspiro de amor, pueda morir en paz y feliz, sabiendo que no he derrochado mi vida amando a un espejismo, amando a alguien que cuando aun me estaba descubriendo parecía que llegaría el día en que lo dejaría todo por mí: su corazón, su alma y su amor, reiterándome, por y para mí. Esta vez no miento, el lecho de mi muerte veo venir.