Crispín era un joven pastor que soñaba con viajar y conocer mundo montado en un caballo vestido de cowboy. Pero como tenía las piernas muy cortas, Crispín no podía cabalgar, pues no llegaba a los estribos. Lo cierto es que nunca lo había probado, ya que nunca había sido capaz de subirse a un caballo.
Pero Crispín no dejaba de soñar. Tal era su pasión que iba siempre vestido de cowboy, con su sombrero vaquero, su pañuelo al cuello y sus botas de montar. ¡Incluso llevaba una cuerda como la que usaban los vaqueros! Y de vez en cuando, si había alguien a quien contárselo, Crispín no dudaba en compartir su sueño con la gente.
-Jaja, mira el paticorto este, ahora quiere ser aventurero y recorrer el mundo a caballo -decía la gente que escuchaba a Crispín. Pero a él le daba igual.
-Algún día creceré y podré montar -decía Crispín para sí. Pero el tiempo pasaba y las piernas de Crispín seguían siendo muy cortas. Y cada vez se notaba más, pues crecía de todo lo demás, menos de las piernas. Así se le fue quedando el apodo de “el paticorto” y las burlas eran cada vez más humillantes.
-Mirad, ahí llega Crispín, el paticorto, dispuesto a comerse el mundo a lomos de su caballo… ¡su caballo de madera!
-Ahí se va Crispín, a ver si cena, pero con esos pasitos tan cortos que da lo mismo cuando llegue a casa ya ha amanecido.
A Crispín le costaba cada vez más sobreponerse a las burlas. Llevaba tiempo ahorrando para emprender ese viaje con el que soñaba, pero no sabía muy bien a quién pedir ayuda para solucionar el problema que tanto temía: subir al caballo y poder montarlo sin llegar a los estribos.
Un día, uno como tantos otros, un poco antes del amanecer, Crispín se disponía a preparar a las ovejas cuando descubrió que no había ninguna en el establo. Lo que sí pudo ver fue un caballo junto a la valla. Bruto, su perro pastor, ladró mirando al final del camino. A lo lejos, varios hombres estaban subiendo algo a un camión.
-¡Mis ovejas! -exclamó Crispín de repente-. Este caballo será de alguno de los ladrones, que habrá tenido que dejarlo aquí. ¡Vamos, Bruto, hay que recuperar a las ovejas!
Crispín empezó a correr, pero pronto recordó que no llegaría muy lejos. Entonces miró al caballo y tuvo una idea. Se acercó al caballo y acortó las tiras de los estribos haciendo un nudo. Le sobraba tanto cuero que le dio de sobra para reatarlo. Luego se alejó y corrió todo lo que pudo para encaramarse a la valla y de ahí dio un salto y se montó a lomos del caballo. Enganchó los pies a los estribos y el caballo empezó a trotar. Había visto suficientes veces cómo se hacía como para dominarlo, aunque era un poco más difícil de lo que parecía.
Cuando llegó hasta el camión Bruto ya tenía acorralados a dos de los ladrones. Crispín se bajó del caballo dando un salto y, usando la cuerda que siempre llevaba, ató a los ladrones a un poste. Luego llamó a la policía. Crispín recuperó a sus ovejas y se quedó con el caballo del ladrón, al que ahora monta como el mejor de los jinetes.
Todo el pueblo quedó maravillado de la hazaña de Crispín, y ya nadie se metió más con él, sino que empezaron a admirarlo por su tesón y su fuerza de voluntad. Al fin y al cabo, no nos definen nuestras limitaciones, por mucho que estas sean objeto de burlas y chanzas, sino nuestra capacidad para sobreponernos a ellas y trabajar para superarnos . Y es que no hay más límites que los que nos imponemos a nosotros mismos.