Todos mis amigos acudieron este día. Me siento halagado por todo lo que dicen de mi. Soy casi como un triunfador. De pronto todos se dieron cuenta de mis cualidades y acudieron a reconocérmelas.
Dicen cosas que yo no recordaba; como cuando le ayudé a una familia a trasladar sus muebles en una camioneta o cuando saqué a una niña que estaba ahogándose en una alberca.
Me emocionan los abrazos y el café de la tarde, la buena conversación y los buenos vestidos de mis compañeras. También el inconfundible aroma de la elegancia y el candil central de esta hermosa sala. Estoy contento.
Ser objeto de reconocimientos debe ser una actividad mesutrada, porque luego se te vuelve vicio. No puedes vivir sin ellos. Por lo pronto, heme aquí ufano de mis familiares y de mis amistades. Hasta creo que sueno con algo de presunción.
La verdad es de que este encuentro con la suerte me llegó en una hora inesperada; pero lo mismo ha servido para ser popular que para resolver mis problemas de identidad o los económicos; para querer más a mis hijos y al resto de mi familia, para pensar en lo maravilloso que son las tardes de campamento con el más pequeño o acudir a los mercados populares a comprar ropa y música con mi hija, a jugar fútbol o el patio de carne asada de las vacaciones y hasta el viaje a Santa Martha a troya o a Madrid que siempre he querido realizar y todo lo que he cambiado por este fugaz momento de homenaje y gloria.
Sin falsa modestia, me siento cómodo, reconocido, relajado. Realmente todo me parece excelente. Me gusta todo, todo menos el forro de terciopelo de este cajón que me recuerda que estoy muerto para siempre.
Veo que sólo tienes un par de cuentos, por lo que deduzco que acabas de unirte a esto. (Soy un lince,jaja). Me han gustado, son fáciles de leer y la idea de este está muy bien. Te animo a seguir. Hasta otra, colega.