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~~El tipo cruza la calle pero los pasos tras él continúan y se acercan, haciendo crecer la evidencia de la persecución. Varias veces ha intentado sacudirse el sonido del polvo, del polvo que lo sigue: entró a un bar para esconderse en la bebida; aprovechó la oscuridad de un pasillo; también procuró apurar el paso, y el último recurso, cruzar la calle.
Nada ha podido menguar el sentirse espiado, nada aleja o distrae al seguidor, ahí esta, más o menos guarda su distancia sin perderlo de vista.
El tipo quiere mirar mas teme a sus miedos. El que lo hostiga, sabe, y por eso lo hace descaradamente no le importa la discreción, si hubiera podido usar cascabeles, o calzar botines con chapillas al estilo cowboy o portar en los bolsillos un cencerro, algo que hubiera permitido consagrar su presencia, lo hubiese hecho. Cancerbero pudo haber sido su nombre, y conoce de temores. Además, el perseguido no ha tenido la delicadeza o podría mejor decirse el valor, de voltearse a conocer a su verdugo; no se ha permitido siquiera el simple hecho de la presentación furtiva, ese momento en que se escruta, casi siempre con temor, la silueta de la sombra postiza y uno se hunde más en el miedo, en la desesperación, en sus propios latidos. Huye, solamente huye, como el perro que se le ha pateado. Huye, en la consumación de la cobardía.
Cuando aprovechó la oscuridad de un pasillo y de sus paredes mohosas para esperar que los pasos siguieran o perdieran su rumbo; los zapatos se detuvieron, el ruido sordo de la piel desapareció. Pero en cuanto echó a andar otra vez por la acera, volvió el ritmo, el tic-tac de la persecución. Ya se había apresurado, y las manecillas se apuraron como si él les diera cuerda alterando el mecanismo. Es a mí a quien sigue, pensó.
Cuando el tipo salió de darse unos tragos en un bar, después de más de media hora de espera y licor, los pasos tambaleaban tras él, ebrios quizás, con un sonido burlón como diciendo, nosotros también bebimos, whisky además, por la seguridad de las pisadas. Apenas hubo oído a su rastreador, el miedo despeja el alcohol y se dedica a ser perseguido. Consumado el hecho, adquiere todas las características de una presa, los nervios comenzaron a traicionarle y tropezar, las manos le sudaban con un sudor viscoso, cómplice quizás de la persecución. Los labios le temblaban y el pensamiento afloraba escaso, con una rigidez que poco a poco le bajó hasta las piernas de donde el miedo parecía haber subido.
Apura el paso, la rapidez puede ser una aliada, piensa. Y trata de desembarazarse así, caminando rápido. Por el contrario, las pisadas del otro se hicieron más fuertes y se convierten en una tortura en los oídos de la víctima; cuando el eco de la persecución comienza a atormentarlo, buscó en las vidrieras algún dato físico de su verdugo. Miró a los lados, esperando de los cristales de la ciudad la denuncia de aquel que oía y temía pero que no había visto. El silicio de las vitrinas completamente mudo, solamente le revela su imagen y por supuesto la de la urbe desierta.
Ahora decide cruzar la calle. Piensa que a lo mejor de enfrente, los cristales se vean más pulidos, la ciudad más nítida y…, y queda la esperanza de evadir al perseguidor. Cruza la calle, hace como para mirar pero teme. Y los pasos lo alcanzan guardando distancia.
En medio del temor recuerda las vitrinas de la otra acera, busca la silueta portadora de los pasos y se ve caminando agitado delante de un sonido que no ha podido ver. Amaga voltearse y vuelve a cruzar, busca en la esquina de las pestañas alguna huella del tipo, sin embargo sólo escucha sus pasos, el rumor de la persecución continúa sin desgajarse aquilatando en su interior, el miedo. Un rato camina en sig-sag de una acera a la otra, sin atreverse a mirar, entrando en calles desconocidas donde los cristales se pierden, los faroles comienzan a romperse y la ciudad a volverse sucia y pobre.
Ya no sabe que hacer y va a explotar el último recurso, se detiene, piensa enfrentarlo. Respira profundo, los pasos dejan de escucharse, el miedo se le hace más oscuro, más que la noche. Reinicia la marcha despacio, los vuelve a oír. Ahora se detiene inseguro, y una vez más respira, talvez para sacarse un poco de cobardía; gira lentamente y encuentra la avenida reseca, solitaria. Camina en esa dirección y regresa a la casa, acompañado de sus fobias.
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