Esta historia es una conversación entre dos adultos que escuché una vez, no he podido recordar donde fue, hasta a veces creo que lo soñé. Pero es una historia tan común, que pudiera ser mi historia, ó tal vez la de muchos otros; historia que por determinada razón nadie cuenta, por temor a lo que puedan pensar los demás.
Era un niño como muchos, con sus juguetes, sus amigos y sus sueños, muchas cosas le fueron dadas y otras tantas le fueron negadas; sin embargo a pesar de todo eso, cada niño siempre tiene una historia diferente que contar.
Cuándo, la persona en cuestión fue niño, hubo dos cosas en especial que sus padres nunca le dieron y que hoy después de tantos años hubiese querido que le dieran.
La primera de ellas es que sus padres nunca me daban a comer cebollas, tal vez condimentaban y sazonaban los alimentos con la cebolla, pero nunca le dieron a comerla de manera directa; de tal manera que creció sin saborear a ciencia cierta el exquisito sabor de la cebolla.
La otra cosa negada fue, escuchar música clásica, no niega que su familia escuchara discos de distintos genero, y que disfrutaban de veladas musicales en épocas de fiestas; pero la música clásica, esa nunca. Por tal razón creció sin disfrutar las hermosas melodías de Beethoven, Mozart, Vivaldi, Chopin, Strauss, Schumann, y de otros tantos que aún hoy sobreviven en el desapercibido pentagrama de la niñez de muchos.
Hoy después de tanto años, reflexionando sobre este particular se dijo: “Si mi niñez hubiese transcurrido con cebollas y música clásica, mi vida fuera distinta”.
Él sabe que muchos niños, y también muchos padres, pensarán que está loco, tal vez se dirán: “¡Vaya ocurrencia, y que darle cebollas y música clásica a un niño, si generalmente se acostumbra todo lo contrario!”. Pero a él no le importó; corrió el riesgo de ser mirado como cosa extraña, y siguió pensando que esas dos cosas, definitivamente hubieran cambiado el marco de su existencia.