Se dice que hay siete maravillas en el mundo. Pero el silencio que hay aquí, en estos precisos instantes, podría considerarse una maravilla más. Con él me siento formar parte de la noche, refugiada en la fresca oscuridad de su cielo repleto de estrellas. Me siento cerca incluso de mí misma.
Pero esta sensación, a veces tan agradable como la de tu presencia, suele venir disfrazada con otro nombre. Esta sensación de silencio no habla, no ríe, no tiene calor, carece de vida. A veces su disfraz es la persistente soledad, esa que incesantemente se empeña en recordarme que no estás.
La noche me parece un colosal gigante que lo abraza todo, capaz de envolver al mundo entero en sus potentes brazos negros y nadie puede negarse a oír su apacible canto. Todos acabamos durmiendo al escuchar su silenciosa canción de cuna y al sentir en nuestra alma su suave balanceo.
Me gusta la noche. Me ayuda a pensar mejor, ya que inmersa en ella me olvido un momento del mundanal ruido, del peso de la obligación y de las cadenas que me esclavizan a la ineludible realidad de cada día. Acunada en la noche me siento a veces formar parte del Universo y soy consciente de la cantidad de belleza y vida que contiene en su infinito.
Pero cierto es también que, en ocasiones, la noche me llega a dar miedo, pues sus sombras acogen de igual modo las formas más oscuras y frías de mis propios pensamientos negativos, mi dolor, el recuerdo de un pasado que ya no tengo, todo.
La noche y su silencio no acallan nunca al corazón. Suele ser la mullida almohada de nuestra alma, enamorada o desesperada. Ella es testigo de nuestro interior y a ella le confesamos nuestros secretos sufrimientos.
A veces, incluso, hace que la oscuridad aún se vuelva más silenciosa todavía y así algunas personas pueden escuchar los pensamientos de otras, a pesar de la distancia que las separa. A veces ocurre, sí.
Por eso, desde aquí, desde mis sombras y mi silencio, he burlado un instante la vigilancia extenuante de mi carcelera Soledad y le he pedido a la mágica Noche que se apiade de mí y que extienda su suave terciopelo negro para que mi corazón escriba con letras de fuego su mensaje de amor.
Le he pedido, rogado y suplicado a la Noche que haga que la quietud sea absoluta y te lleve, allá donde estés, el deseo de mi corazón y la necesidad que siente mi alma de reunirse con la tuya.
Sé que me ha escuchado y que pronto llegará a tus sueños mi mensaje de amor grabado a sangre y fuego. Gracias a la Noche y su serena oscuridad, mi alma llegará a la tuya a través de su puente de silencio. Inmerso en tu silencio y en la paz de tu descanso, oirás cuánto te quiero.
Yo, entre tanto, me resignaré a seguir permaneciendo en la prisión de mi Soledad. Aquí te continuaré esperando y a la Noche y su Silencio seguiré escuchando, con la férrea esperanza de descubrir en su quietud el inconfundible sonido de tus pasos.
Jamás he querido a nadie tanto.