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Un flamenco diferente

Un día soleado de primavera nació una bebé flamenco llamada Adamina. Vestía un plumaje blanco que adornaba sus largas patitas rosadas. 

Los padres de Adamina la adoraban por lo peculiar que era y su madre continuamente la cobijaba entre sus plumas para brindarle calor y cariño. Ella era un polluelo feliz que disfrutaba jugando con los otros polluelos del lugar. 

Jugaban a esconderse, a nadar y hasta hacían carreras a ver quién era capaz de correr más rápido con esas largas patas que la naturaleza les había dado. 

Todos en el flamboyán (la bandada de aves flamenco) querían mucho a Adamina.

Pasaron tres años y Adamina se convirtió en toda una señorita. Sus patas rosadas se habían alargado aún más y poseía un plumaje abundante que peinaba con esmero.

Pero había algo que empezó a llamar mucho su atención. Todos sus amigos comenzaron a cambiar de color. Algunos tenían plumas rosadas, otros rojas, mientras que ella continuaba tan blanca como la nieve. 

Preocupada, un día Adamina le dijo a su madre:
- Mami, ¿por qué soy diferente? ¿Por qué mis plumas no cambian de color? Yo solo quiero ser igual que todos...
- Oh hija mía, cuando eras niña tus plumas eran tan blancas y hermosas como lo son ahora y nunca te había preocupado. No importa que seas diferente ahora, lo importante es como te sientas en tu interior y como hagas sentir a los que te rodean - le contestó su madre mientras la abrazaba.

Adamina decidió seguir el consejo de su madre y se preocupó por aceptarse tal y como era. Fue cuando entonces volvió a ser tan feliz como cuando era pequeña. 

Aun cuando algunos flamencos la rechazaban por ser diferente, ella no permitió que le afectara y solo se rodeó de esos amigos que siempre la aceptaron como ella era, tan blanca y hermosa como la nieve.

Mucho tiempo después un flamenco sabio de 20 unos años vió a Adamina bailando con sus amigos y decidió acercarse a ella para contarle algo:
- Adamina, el secreto de tus plumas se encuentra en tu comida. Si algún día quieres ser tan rosa o roja como el atardecer comienza a comer lo que tus amigos digieren.

Adamina analizó confundida las palabras del sabio flamenco y lo comprendió todo. ¡Era la comida que todos los flamencos comían la que hacía que les salieran esas plumas de colores! Esa misma comida que ella desde pequeña no comía porque no le gustaba. 

Sabiendo por fin cual era la clave para ser igual que todos los demás, se quedó toda una tarde observando los rosados camarones que ella tanto odiaba pensando en si debía probarlos o no.

Ese día al atardecer se vio un flamboyán de flamencos que se encontraban bailando en el lago y entre tantas plumas rosadas y rojas había un ave feliz con un plumaje blanco, tan blanco y hermoso como la nieve. Efectivamente, era Adamina, que había decidido dejar los camarones en un plato y continuar siendo diferente.

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