(Basado en una historia verídica)
La memoria del hombre es tan compleja como tan hábil cuando se tiene juventud. Hay veces que de la nada se recuerda algo acontecido hace tanto tiempo atrás, que ni parecía que tal tema existiera.
Este es el caso de un hijo de la revolución de Vietnam, que cuenta, que mas de cuarenta años pasados, había una familia de cinco — padre, madre, y tres hijos varones, que se mudaron de la Florida a la ciudad de los rascacielos en el estado de Nueva York. Un hijo más mayor que los primeros dos, (el cual llamaremos de el hijo prodigo de ahora en adelante por motivos obvios), quien se hallaba viviendo en otro lugar del condado del Bronx, se mudó también con ellos. Debo aclarar que ésta familia era grande, mas los demás hijos e hijas estaban ya condenados, por no decir casados con sus torturas.
El apartamento a donde se mudaron, quedaba en el cuarto piso de un edificio, también en el Bronx, que de base, y dando hacia la calle, tenía una cantina que ya llevaba allí tanto tiempo, que hasta el viejo alcalde de la ciudad de Nueva York, Fiorello La Guardia, llegó a frecuentarlo en sus días de mozo cuando acababa de llegar de Italia.
En esa cantina, se rumoraba entonces, que de mucho tiempo atrás, y aún eran testimoniadas durante la estadía de esa familia en ese predio, las mayores peleas entre bandos de gangas, mujeres de la vida, y hombres celosos que ya jamás ‘Hollywood’ había visto en sus famosas telas mayores. En esas peleas morían gente mayormente a balazos y puñaladas, aunque hubieron, según tengo entendido, de vez en cuando uno o dos que murieron a patadas.
Para hacer la historia menos larga y complicada, el apartamento de la familia migratoria era un apartamento largo en extremo. Para que tengan una idea, la puerta de entrada daba a un corredorcito bien finito. Al abrir la puerta de la entrada, al comenzar ese corredorcito se encontraba a la izquierda, una puertita pequeña que daba a un cuartito dormitorio que acomodaba una camita en una sola posición, y un closet de pie que a duras penas las puertas le abrían al tropezarse con la camita. Ese cuartito se convirtió en el cuartito del hijo prodigo, por no repetir aquello de que el muchacho es aquel que se unió a la familia que llego de Miami.
Para continuar el cuento, desde el cuartito ese pequeño en la entrada, se seguía por el corredor hacia la cocina. Había algunos seis pies de distancia entre el cuartito a la cocina con la excepción de un cuarto de baño, pequeñito también, que se encontraba entre medio de las dos facilidades.
Luego le seguía la sala, o mejor dicho, un salón enorme de grande. Lo que le faltaba al cuartito dormitorio allá a la entrada, y el cuartito de baño, lo tenía la sala. A lo que voy insinuando, ese cuartito a la entrada, quedaba alejado de todo el resto de la familia, especialmente de noche mientras todos dormían.
El cuarto de los padres seguía mas para allá como un tren, alejándose de todo y de la entrada de la casa. Para que vean, el edificio tenía entrada por la calle Simpson; el cuarto dormitorio de los padres daba a una avenida de nombre Freeman. Un cuarto adyacente tenía entrada por el cuarto de los padres a la izquierda y las ventanas hacían esquina con Freeman y Simpson. Este sería el cuarto del hijo más mayor que dentro de poco se casaría y no duraría ahí un mes más.
El cuarto de los dos hermanos menores quedaba abrigado del cuarto de los padres y tenía entrada a la derecha, sus ventanas mirando hacia la avenida Freeman.
Con la ida del hijo más mayor, sobró un cuarto para dividir entre los hermanos más menores. Ahora cada uno tendría su propio cuarto dormitorio, aunque el cuarto en cuestión se usaba más para estudiar, oír la radio, etc.
Resulta que el hijo prodigo se quedo con el peor cuarto de todos; el pequeñito muy cerca de la puerta de entrada.
Desde la primera noche en ese cuartito alejado de todo, no bien se acostaba, el muchacho, ahora el mayor de los hijos que vivían en ese apartamento, sentía que la cama se levantaba, de la extremidad de los pies, como dos pies de altura. A principio era un movimiento tímido, pero luego se convirtió en un temblor de tierra deliberada. Esto duró tres años.
Durante esos tres años, el joven retó lo que fuera que estaba causando tal incómodo. Nunca le dijo nada a nadie. El leía la Biblia y la temblequera cesaba inmediatamente. Pero al otro día comenzaba todo de nuevo, parece que le gustaba que le leyeran y le oraran o le era tan odioso que volvía a subir y bajar la cama con energía infernal. Parecía una competencia, o el joven cedía aquel cuarto a aquel espíritu enojado, o el espíritu tenía que irse.
Un buen día en invierno, por eso del primer año de estar en ese cuartito, el joven fue despertado por un frío endiablado que comenzaba desde sus piernas y seguía para su cabeza. Cuando por fin despertó, él se encontraba trepado en la ventana mirando hacia afuera, como preparado para tirarse al vacío, cuatro pisos mas abajo. De haber sido en verano, el joven hubiera sido empujado por aquel espíritu que se apoderaba del cuartito. Gracias al invierno, el frío despertó aquel joven, y él se dio cuenta de lo que estaba por hacer y logró bajar y cerrar la ventana. Luego al percatarse que esa hazaña no fue idea de él, prosiguió a limpiar de nuevo el ambiente con la Biblia y sus oraciones. Ya él sabía que era ésta la única arma con la que el espíritu travieso se tranquilizaba.
Luego de retar éste espíritu por tres años, el joven se mudo a otro Estado de la nación americana a trabajar mientras esperaba ser llamado para la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
Después de volver de Vietnam, el joven fue a visitar a sus padres por un mes completo. Ya sus padres no vivían en Nueva York, sino que se habían mudado a Pennsylvania.
Un buen día, el padre y el hijo se sentaron a desayunar, y el padre le preguntó que, que creía el joven de aquel apartamento en Nueva York. Ahí, el hijo, quién ya casi había olvidado el asunto le contó a su padre lo que acontecía en la privacidad de aquel cuarto maldito.
El padre sin más ni menos le hizo una confesión a aquel hijo. Resulta que una noche fría y húmeda, el hijo todavía no llegaba de unos servicios religiosos a los cuales asistía a traducir para un evangelista.
El padre se encontraba viendo televisión en espera a que llegase su hijo. Cuando de repente escucho el ruido de la puerta delantera que se abría y se serraba normalmente, como cuando llega alguien. Escuchó el ruido de la puerta del cuartito abriéndose. Ahí el padre asumió que era el hijo llegando y esperó a que su hijo le viniera a saludar y contar de la actividad de esa noche.
Pasaron algunos minutos y el hijo no salía del cuartito. Ya que cuando miró hacia el cuartito, la luz ya estaba encendida, el papá decidió ir a preguntarle a su hijo que como había pasado la noche. Solo que, cuando llego a la puerta del cuartito, el cordón de la luz estaba bailando de un lado al otro del cuarto, de la ventana hacia la puerta y de la puerta hacia la ventana, no había tal hijo. Ahí, el padre lleno de pavor apagó todo menos la luz del cuartito y se fue a dormir.
Cuenta el padre que se lleno más de espanto aún, cuando oyó la puerta delantera abrir unos cinco o diez minutos mas tarde, y al mirar entraba su hijo, esta ves en cierto.
El padre entonces siguió su confesión de lo que había escuchado, y todo lo que se había dicho por los alrededores del edificio y por los vecinos — que ahí en ese apartamento, en ese mismo cuartito, unos meses antes de ellos mudarse ahí, había sido asesinada una prostituta.
Y el padre no le dejó saber nada al hijo, para que el hijo no se asustara ni desanimara.
¿Horripilante? ¡Mira lo que el viento sopló hacia la memoria de un joven de la tercera edad!
© Copyright 2005 Luis E. Ocasio