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Venganza Roja

Una vez más la noche caía. La luna aparecía en el vasto cielo majestuosa y en la claridad del horizonte se dibujaba el contorno de un antiguo castillo sobre una aislada cumbre, en la parte superior de una meseta de los Cárpatos.

La noche parece apacible, el silencio reina en los alrededores, de vez en cuando, si se presta la suficiente atención, se puede escuchar el aleteo de los murciélagos paseando por los bosques en busca de alguna presa. Pero....en el interior de la fortaleza, en los calabozos, los desgarradores gritos de los inocentes hacen retumbar las gruesas paredes de piedra y podrían provocar,sin temor a equivocarme,el estremecimiento hasta del más valiente hombre.

- ¡Piedad, señor! ¡Piedad! ¡Déjenos en paz! ¡Libérenos! ¡Nosostros no sabemos nada, no hemos hecho daño! ¡Por favor, piedad!- Las súplicas aumentaban de volumen.

Los calabozos eran la parte más obscura y fría del castillo, la única luz provenía de 5 antorchas de mediano tamaño. Una situada justo al pie de la escalera que hacia arriba conducía al cuarto de emblemas y hacia abajo a las criptas; dos más situadas al principio y al final del corredor que contaba con diez celdas, cinco de cada lado y las últimas dos antorchas iluminaban con su flama tímida, el cuarto de tortura que se encontraba al fondo del pasillo.

Si todo hubiera estado en silencio, se hubiera podido apreciar el insistente sonido de una gota de agua que golpeaba la amplia mesa de madera, donde más de uno había perdido la vida por los insoportables castigos que en ella se aplicaban.

Justo ahora, cuatro figuras sombrías caminaban por aquel frío y húmedo pasillo, todos vestían de negro, portaban una larga capa que se arrastraba un poco por el húmedo suelo y cubría sus cabezas; las ratas con su constante y agudo chillido parecían abrir paso a aquellos seres.

Al llegar al final del corredor, se descubrieron, eran 3 jóvenes mujeres y un hombre alto y corpulento; la piel de todos era extremadamente blanca, excepto por las ojeras que parecían una gran mancha de tinta negra.

-¿Qué usaremos hoy , padre?- preguntó una de las jóvenes.
-Tráeme el cuchillo más pequeño, hija.- respondió el hombre y añadió: -Hilda, Erzebet, ustedes traigan a la niña y a los padres.-

Las muchachas se dirigieron a una de las celdas y abrieron la puerta, en el interior se encontraban una pequeña niña, de aproximadamente diez años, un hombre y una mujer jóvenes. Los tres estaban sujetos a la pared por unos grilletes; el metal ya había empezado a carcomer la piel alrededor de las muñecas.

Hilda se agachó y murmuró -Ven preciosa-, tomó del suelo una de las ratas que se entretenía mordiendo una de las pequeñas piernas de la niña y la apretó con su mano hasta que los intestinos le salieron por el hocico y añadió -Ella es nuestra- al tiempo que dejaba caer al roedor.

Una vez liberados los prisioneros, se dirigieron a donde se encontraba su padre. Después de varios días sin alimento, ni el hombre, ni la mujer y mucho menos la niña tenían la fuerza necesaria para resistirse. Hilda, quien sostenía a la pequeña, la entregó a su hermana Hesined, quien a su vez la colocó sobre la mesa atándola de pies y manos con las sogas.

-¡Miren, ahora es nuestro turno, ahora sentirán el dolor que yo sentí al ver el cuerpo de mi pequeño hijo, sin vida!-exclamó Hildegard.

Al escuchar esto, los padres trataron de rescatar a su hija, pero la fuerza de Erzebet y de Hilda era muy superior.

Todos los prisioneros de las celdas exclamaban:
-¡No , la niña, no! ¡Ella es inocente!-

-¡Mi hijo también era inocente!- respondió Hildegard, con tono triste. Acto seguido, hundió la punta del afilado cuchillo en el pecho de la niña. La inocente criatura solo pudo emitir un leve gemido y al instante su respiración cesó.

-¡NO!- gritaron los prisioneros. Su grito hizo eco en todo el castillo.

-¡Silencio mortales! ¡Observen!- dijo Hesined.

-¡Sientan el dolor de ver morir a uno de los suyos!- agregó Erzebet.

-¡Ustedes mortales, asesinaron al último vástago de nuestra familia, a nuestro pequeño hermano!- dijeron las tres al unísono.

Hildegard abrió el pecho de la niña y le extrajo el corazón.

-Tomen o ¿acaso no tienen hambre?- les dijo a los padres mientras les mostraba el pequeño corazón.

La mujer al contemplar tal espectáculo se desvaneció. El hombre logró liberarse de Erzebet y se disponía a atacar a Hildegard, pero Hesined
anticipándose, tomó el cuchillo de la mesa y de un certero tajo le cortó la cabeza que rodó por el suelo; las ratas de inmediato corrieron hacia ella y comenzaron a devorarla.

Hildegard soltó una siniestra carcajada, le dio una palmada en el hombro a Hesined y añadió:
-Muy bien, hija. Veo que tu velocidad va en aumento-.

Hilda quien sostenía a la mujer, la dejó caer al suelo y las ratas al ver más comida se abalanzaron sobre el cuerpo.

Hildegard tomó el cuchillo nuevamente, abrió los brazos de la niña en canal, la sangre comenzó a brotar. Erzebet se dirigió a una de las celdas y trajo consigo a un jóven, lo colocó debajo de la mesa, justo donde escurría la sangre y le preguntó. -¿Tienes sed, muchacho? bebe, bebe todo lo que quieras-.

El jóven sin pensarlo dos veces se acercó al chorro de sangre y bebió.

-Es dulce, verdad?- agregó Hilda.
El muchacho seguía bebiendo.

-Suficiente- dijo Hesined. -Te gustaría seguir saciando tu sed, y comiendo lo que tu desees? ¿Quieres tener riqueza y poder? ¿Te gustaría salir de aquí?- le preguntó al muchacho.
Él sólo asintió con la cabeza.

Hesined, tomó de la mano al joven, lo puso de pie, le sujetó el rostro con una mano y con la otra retiró su larga cabellera que le caía sobre los hombros cubriéndole el cuello, una vez hecho esto comenzó a besarlo, primero en los labios, luego bajó lentamente al cuello...dos afilados pares de colmillos brotaron de su boca y se hundieron en la piel del muchacho.

Hesined succionó gran parte de la sangre del jóven, pero cuando estaba a punto de morir, tomó el cuchillo y se hizo un corte en la muñeca, acercó la herida a la boca del muchacho y la sangre caía sobre sus labios. Después de unos instantes,el muchacho comenzó a beber del brazo de Hesined.

Hilda lo apartó y le dijo: -Es suficiente, ahora eres uno de nosotros.-

El joven se incoporó, sus ojos estaban rojos, como si les hubieran inyectado sangre, contempló a la niña en la mesa y se arrojó sobre ella para seguir bebiendo del rojo elixir.

Erzebet se disponía a detenerlo pero Hildegard la detuvo y le dijo -Déjalo, que disfrute un poco más.-

-¿Tienen hambre, tiene sed, tienen frío?, nosotros podemos liberarlos de su sufrimiento, entreguen al culpable de la muerte de mi hijo y los recompensaremos con eternidad.- dijo Hildegard.

-No se resistan- replicó Erzebet.

-Pueden ser eternos- dijo Hilda.

-Sólo entreguen al culpable- exclamó Hesined.

Muchos de los prisioneros aceptaron el trato y se convirtieron en seres de la noche, seres que no pueden ver la luz del sol, que se alimentan sólo de sangre, seres eternos. Muchos otros se resistiron a hablar y fueron mutilados y devorados por las ratas y por sus mismos familiares que decidieron entregar su alma a la noche.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 6.27
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Marius
invitado-Marius 01-06-2004 00:00:00

no se podía espera r nada menos de tí, me impresiona bastante tu forma de escribir, ya sabes que aquí anda tu fan, como siempre.

Alejandra
invitado-Alejandra 08-04-2004 00:00:00

Pues a mí me gustó mucho tu cuento la verdad está muy padre. Sigue escribiéndo!! Espero seguir leyendo más cosas de ti. Felicidades!

Giselle
invitado-Giselle 06-04-2004 00:00:00

Hola queria decirte que tu cuento la verdad es buenisimo segui asi espero leer otro de tus cuentos. Muchisima suerte Giselle Agüero.

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