Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Románticos

Vivir la vida sin amor a la vida

Pero…¿qué puede ser más malo que la propia muerte?
Tal vez Francesco, en ese momento no lo percibía, pero todos los que estábamos con él sabíamos la respuesta a su interrogante. Conocíamos la vida que estaba experimentando. Cada minuto de su patético relato, nos permitía conocer su paso, por situaciones de una trama tan desesperante como perversa, que transcendía la propia realidad mundana, disminuyéndola, logrando casi acomplejarla.
A decir verdad, él mismo, tanto por sus palabras como en la exteriorización del lenguaje de su propia figura, argumentaba que en su vida, sí, había algo peor que la inexorable muerte.
Tal vez eso; la seguridad de la muerte, resultaba opacada por la virtualidad de ese hecho que lo perseguía, lo apesadumbraba, lo dominaba, lo condenaba sin ningún tipo de defensa, a una tortura definitivamente rutinaria.
¿ Sólo Francesco podía soportar tal carga? ¿ esa sería la causa de su carácter destacadamente único y personal ? o ¿ Será que muchos de nosotros sufrimos similares aflicciones, sólo que él, una vez más se nos adelantaba en el diagnóstico, a sabiendas de que al menos, le quedan chances de luchar para revertirlo? Con el tiempo me dí cuenta que padecíamos el mismo problema pero mi intriga era saber cuáles eran las fortalezas y las armas necesarias para vencer ? cuestión que ni Francesco ni yo, aún hemos descubierto.
Algunas pocas respuestas afloraron con el tiempo. Algunas otras las vislumbre con perseverancia y mucho dolor pues, fui atando cabos, escogiendo y desarrollando una estratégia que consistía simplemente en descubrir cómo fue llegando Francesco a éste estadío ; y para esto, comencé a rememorar vivencias desde que lo conocí, es decir desde aquel día que los dos cumplíamos nuestros gloriosos y fantásticos ocho años. Nuestras madres convocadas en la única despensa del campo y adaptándose al surtido existente, compraban los humildes ingredientes para hacer dos tortas, que simultáneamente servirían de motivo para que nos conociéramos y que nuestras vidas se nutrieran de sincera amistad, hasta éstos días.
Con Francesco conjugábamos en la práctica, e instintivamente, el verbo contemplar. Esa antiquísima, como sabia costumbre de los grandes pensadores, que desde hace mucho tiempo, el tránsito de la vida moderna se encargó de arrollar y aniquilar, pero que en esos días la paz y la tranquilidad y el contacto con el medio paradisíaco que Dios nos regalaba, nos inducía de manera casi inexorable, que así debíamos hacerlo.
Contemplar, solo eso, ¡Qué lindo!
Recuerdo que ambos esperábamos el anochecer para descubrir, panzas arriba, alguna nueva estrella e inventábamos juegos que nos agilizaban tanto la mente, que nos hicieron expertos. ¡Ese Francesco era genial!!!. Siempre lo admiré, y dada su superioridad, jamás noté en él una señal de competencia o envidia, cosa que en mí , confieso a veces sucedía. Siempre miró la vida con amor. El encuentro con la naturaleza era su mejor cita, aún de adolescente, compartía con total ingenuidad las experiencias que tenía con los animales silvestres, con las chicas que le presumían. Tener un elegante tero con su smocking original, en una mano y abrazar a su noviecita con la otra, era una imagen repetida de aquellos días plenos de felicidad que compartimos. Varias veces cuando recién llegábamos a vivir a la ciudad me confesó nostalgioso, que lo desvelaba saber si realmente valía la pena el progreso que la ciudad económicamente le otorgaba, con lo que había abandonado en el campo. Yo hasta el día de hoy, me pregunto lo mismo.
Luego de auscultar varios pasajes de nuestras vidas descubrí que en todos convergía un denominador común, que paradójicamente sería la conclusión y respuesta contundente a ese fatal interrogante de Francesco. ¿qué puede ser más malo que la propia muerte? Vivir la vida sin amor a la vida.
Francesco siempre derrochó amor, tanto cuando lo daba; como cuando lo recibía, lo hacía en demasía. Su gran amor fue y a pesar del desgraciado destino, sigue siendo Ivana, en aquellos días, una chica con la estampa angelical de una caricatura de Shara Key, que en su niñez vivía a dos leguas y que conoció en las fiestas patronales. Esos diez kilómetros que distaban hasta su casa, fueron por años surcados por las ruedas cansadas de la bicicleta de don Arturo, el papá de Francesco, que al principio se resistía prestársela pero que luego se resignó, pues lo mismo, en escondidas se la sacaba. Pasaba por casa a buscarme y pedaleábamos incesantemente pues el guadal no nos daba tregua. Una sola mano hacía el trabajo de maniobrar, pues en la otra llevábamos flores que recogíamos al pie del Cerro del Águila y que tenían como destinatarias a Ivana y su mamá. Así fue que en un atardecer de primavera, Francesco le preguntó a Ivana si sabía volar y ella lo sorprendió, sabía a que se refería, ya lo conocía. El contenido de esa parábola era interpretado de la misma forma por ambos y lo más hermoso fue que los dos sabían que querían volar juntos para siempre. Desgraciadamente ese vuelo duró muchos años pero la fatalidad de los terceros se encargó que se bifurcaran los destinos. Su padre, un italiano testarudo había tenido diferencias con el padre de Ivana, durante el transcurso de su noviazgo, y no permitió que ella lo siguiera a la ciudad.
Francesco, genéticamente inmigrante huyó del dolor y armó sus maletas, sin poder llevarse lo más preciado, Ivana.
Esa es la causa del Francesco de hoy. Ese día perdió el amor.
Al tiempo de que nos instalamos en la ciudad, Francesco y yo terminamos el secundario, pues en el pueblo solo dictaban el ciclo básico. Luego al entrar a la universidad Francesco se destacaba, pero mis resultados fueron adversos, al punto que decidí volver al campo por un tiempo. Tiempo suficiente para que volviera casado.
Siempre nos juntamos con Francesco, sigue soltero, más que soltero solo. Ivana fue y será su único amor. Nuestra amistad sigue tan fuerte como entonces, pero buscando respuesta a su interrogante, también yo me planteé ¿Qué puede ser peor que mi propia muerte? Vivir la vida sin amor a la vida. Pues quién puede amar la vida sabiendo que no posee a quien ama, tal el caso de mi amigo Francesco. Y lo mismo me ocurre a mi, solo que no me cuestiono con tanta frecuencia, pues ¿Cómo puedo amar la vida sabiendo que mi esposa Ivana sigue enamorada de mi mejor amigo .


26/01/03.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.73
  • Votos: 75
  • Envios: 2
  • Lecturas: 5270
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.149.247.136

1 comentarios. Página 1 de 1
Peter Santiago Bustamante
invitado-Peter Santiago Bustamante 19-04-2003 00:00:00

Querido Poeta,y escritor. Quiero que Perdone algunas fartas,desde muy niño estoy lejos de mis dominios,Hijo mio la vida es tan complicada que hoy yo creo que estoy de pies por un milagro,de equilibrio,usted es un virtuoso yo no soy nada,pero a mi formas de ver tú bien sabes las respuestas,mis poesias bien grasias,estan siguiendo los pasos hasta que los criticos colegas !ho nadie quiere leer mi mediocridad.Tú relato es magnificent. Los quiere a todos.Peter Santiago Bustamante

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033