Solemos tener sentimientos que no sabemos como enmascarar, una revolución interna se agita sin cesar cuando alguna necesidad nos acucia, bulle constante y nos domina.
Tal era lo que sentía Mariángeles, ella rogaba en silencio que alguien muriera pronto para conseguir el órgano que su hija necesitaba, murmuraba sus conjuros entre sollozos con las manos entre las caras; ella tambien había sido producto de un implante fallido y ahora sufría la aventura de un advenedizo doctor Frank Gestein. El fuego de un incendio en su precaria vivienda le había deformado el rostro, sus padres desesperados recurrieron a un cirujano plástico recién venido de la gran urbe, con el deseo de restaurar los bellos rasgos de su niña, pero el doctor Frank Gestein despues de varios intentos los desahució, solo quedaba un camino que según él había investigado y era colocarle una nueva cabeza junto a la otra, y esperar que esta tomara las funciones de la anterior. Su madre se ofreció como voluntaria, pero el doctor tenía sus escrúpulos en quitarle un órgano a un ser vivo, y aún suplicándole no aceptó.
Por aquel entonces la loca del pueblo en una de esas corridas sin sentido por los senderos del bosque se desbarrancó quedando desnucada en el fondo de un zanjón. Fue un buen donante. Tenía algo de desquicio en su mirada pero estaba intacta y asi fue como pasó al improvisado quirófano de pueblo, implantada al lado de la que madre natura habíale dado a Mariángeles. La intención era quitar la quemada cuando aquella se adaptara al nuevo cuerpo, pero esas cosas del rechazo y otros factores que el doctor Frank Gestein no les supo explicar hicieron que el nuevo rostro se mantuviera fresco y lozano pero sin adquirir inteligencia. Cosa de locos, diría el psiquiatra metropolitano que la analizó. Asi que desde entonces ella hablaba para un lado mientras miraba para otro; y ahora su chiquita, la misma que engendró en los días que permaneció en el hospicio tratando de rehabilitar la cabeza donada, necesitaba un órgano, y por culpa de esas cabezas de mierda que hablaban para un lado y miraban para otro tenia cinco cuerpos disponibles y ninguno le servía.
Por naturaleza Mariángeles habia sido desde niña timida y retraída, pero la desesperación que comenzó a quemar sus entrañas al ver a su hijita corroída por un tumor cerebral, que ya empezaba a aflorar como un tubérculo empujando sus ojos, hizo que inyectara en su propia sangre la adrenalina a la que otrora estuviera acostumbrada la loca, y la impávida cabeza repentinamente salió de su mutismo.
Recordó que su última salida había sido hacia el barranco, pero algo tironeaba y no la dejaba continuar, el cuerpo era de Mariángeles y se resistía, giró la cabeza para pegarle un tarascón pero aquella cara desfigurada que la miraba de tan cerca la intimidó, quiso alejarse y no pudo, miró su cuerpo y entró en confusión. Casi sin hablar, una por pánico y otra por furia pusiéronse de acuerdo en lo que ellas consideraron una causa común, degollar a algún viajante.
Asi fue que a las cinco personas que osaron transitar por el sendero las atacaron tan salvajemente que no sirvieron ni para repuesto de loco. Las dos cabezas querían mirar para asestar el mejor golpe, pero eso de que cuatro ojos ven mejor que dos no se cumplía en este caso. Fue un desastre.
La mañana las encontró a las dos abatidas, una por el cansancio, la otra por desesperación; una chispa de locura brota de los ojos de Mariángeles, mira la cabeza de la loca que duerme plácidamente y no lo medita más, coge el hacha, practica el golpe un par de veces y luego con decisión entierra el filo en su cuello implantado.
El alarido de horror se expandió por el bosque, bajó por el sendero y llegó hasta el hospital municipal donde una niñita esperaba una respuesta salvadora. Sonrió tras su deformada piel al reconocer la voz de su madre en aquel grito lejano. Mami traía la salvación.