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La Barriada

La brisa soplaba desde el mar llevando consigo el aroma a aquel montón de casuchas mal construidas en donde se aniquilaban los pobladores de aquel horrendo y maldito lugar. Escombros por todas partes, animales muertos, excremento humano por doquier, perros callejeros, las ratas enormes se paseaban entre las casuchas, los niños desfigurados por el hambre y la enfermedad. Era algo terrible y vergonzoso mantener en pie aquel cementerio de casuchas y ver como la población se iba sumiendo en la muerte y la desesperación.

La escuela permanecía vacía, tres o cuatro jovencitos asistían con regularidad a tomar sus lecciones mientras la mayoría permanecía en las esquinas fumando marihuena, inyectándose heroína y acabándose en vida. Escenas tétricas, horripilantes, niñas que apenas comenzaban a vivir caminaban con sus barrigas en las cuales se había egendrado a otra posible víctima de aquel mundo de sombras y de tinieblas.

Manuel, levantó la pierna para no pisar aquella montaña de excremento humano que estaba a la entrada del templo, allí, buscando la protección dormían varios vagos, deambulantes solitarios, las sombras de la noche. El olor era insoportable. Su mente se llenó de imágenes incomprensibles. A veces con timididez se preguntaba: "¿Dónde está Dios que permite esto tan horrendo?... Pero pronto se humillaba y comprendía que la culpa no estaba en el cielo sino en la misma humanidad. ¿Cuánto bien se podría hacer con los billones de dólares que se gastan en las guerras?... en los viajes espaciales, en deportes, en tantas cosas que no son prioridades del planeta, ¿cuántos animales en el mundo vivían como reyes mientras los pobres se morían de hambre en todos los rincones...

La culpa no era de Dios, era de los hombres sin conciencia que dirigen el mundo. Seguía su ruta,
la gente lo miraban, murmuraban entre dientes, las putas del lugar le echaban flores y lo invitaban a echar un buen polvo, pero él caminaba

erguido, pensativo, con su traje elegante, su corbata, su sombrero, sus zapatos brillados hasta reflejar la luz de aquel sol implacable que le azotaba la espalda.

Escuchó varios tiros a lo lejos. Vio a la multitud correr despavorida...

__" Es la policía, la fuerza de choque"
"Mataron a don Carlos y a su nieto en un tiroteo"
Gritaba uno que corría velozmente, casi se lo lleva enredado...

La barriada se convirtió en un infierno, voces, gritos, disparos... pero él caminaba inmutable, sereno, a veces sacaba su pañuelo y secaba el sudor de su rostro... Apenas podía pensar claramente, todo era tan asqueante que lo atormentaba. Tenía que hacer lo que había que hacer.

Primero fue a la iglesia a ponerse en paz con su Creador, era temeroso de Dios, sabía que allá, en lo profundo del Universo existía un ser sumamente inteligente que lo había ordenado todo.
No importaba lo que había leído en los libros de la universidad, en los tratados de los ateos, no le importaban las palabras de Marx, Engel, Sastre o Darwin y todos aquellos infelices que dejaron de existir y todavía Dios sigue existiendo. Todo era una mierda, una intelectualidad absurda y estúpida... pensaba en el Quijote, ese viejo no existió realmente pero Cervantes le dio vida y hoy existe en la mente de millones de seres humanos. Mientras reflexionaba tropezó con un perro muerto a punto de reventar, vio con rabia como su zapato izquierdo se impregnó de la piel podrida del animal, el olor subió por su pierna y penetró por su nariz, llegando a sus pulmones, se dobló, quizo vomitar pero no pudo... se acercó a un charco de agua y allí pudo limpiar aquella inmundicia.

Volvió a erguir su cabeza, respiró, caminó varias cuadras, ya podía distinguir a lo lejos la casa azul de dos plantas con una bandera de Puerto Rico flotando en el techo.

Sintió emoción, ya se acercaba la hora de la verdad, podría ver a su hijo, a su padre, madre, esposa y demás familiares. Había salido de aquel espantoso lugar cuando era apenas un niño y ahora regresaba después de muchos años al lugar en que vio la luz del mundo.

Aceleró el paso... varios borrachos se le acercaron y él extendió su mano y le dio varios dólares para que siguieran bebiendo... La alegría quedó plasmada en aquellos pobres infelices.

Los tiros habían cesado, la gente caminaba en silencio. Estaban acostumbrados a esas escenas casi diarias. No pasaba una semana sin que la policía interviniera en la barriada y el resultado final siempre era el mismo: varios muertos y heridos...

Manuel llegó cansado a la casa azul. El asombro fue muy grande. Allí estaba el rótulo: Se vende
Propiedad confiscada por los federales...
Manuel no podía comprender, no entendía nada, no podía conciliar las ideas ni las imágenes que daban vuelta en su cabeza. Ahora podía entender por que su familia le había dejado de escribir y de tener contacto con él. Desperado caminó hacia el bar que quedaba al frente de la casa. Allí se enteró de la verdad, de la redada y de la muerte de todos sus familiares, incluyendo a su esposa.
No era posible que aquello hubiera sucedido y a él no se le hubiera informado, pero asi lo dispuso su padre mientras agonizaba...
" No le digan nada a Manuelito, por favor "

Manuel se aflojó la corbata, las lágrimas corrían deseperadamente por sus mejillas, golpeó con fuerza la mesa de billar. Se dirigió al dependiente y ordenó que le sirviera licor a todo el mundo. Pidió un vaso repleto de ron y tomando el vaso lo bebió sin parar un instante.

El tiempo se tragó el día. La noche se acostó suavemente en la barriada. El bar había cerrado sus puertas por la ordenanza municipal. Manuel se tambaleaba, mantenía una botella de cerveza en sus manos... caminaba como un zombi, gritaba, alborotaba, golpeaba todo cuanto encontraba a su paso... se paró frente al templo y grito: "God is dead"... escupió en la entrada del templo, la saliva fue a chocar en la cara de un deambulante que dormía como un rey sobre el piso de cemento del templo de Dios.

Ya en las afueras de la barriada, Manuel seguía gritando, insultando a todo el que veía pasar.
Una patrulla intervino con él pero lo dejaron en paz...
La barriada no perdona decía, la barriada no perdona repetía, es un pantano de tierra movediza que se traga a uno poco a poco... la barriada no perdona, es despiadada, tritura la dignidad humana... Caminó tambaleante por la orilla del mar, deseaba lanzarse, desaparecer en aquellas aguas tranquilas, deseaba morir... gritaba, maldecía a Dios, maldecía a cuanto santo se le venía en la mente, maldijo a los presidentes, a los poderosos, a las autoridades...

Levantó la botella y dejó caer el último trago, cayó rendido en una cuneta y allí permaneció
todo cubierto de lodo, pestilente, angustiado
y la luz del día se metió en la zanja y abrió sus ojos y pudo comprender hasta donde había sido empujado... la barriada se lo había tragado también...

Fin
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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1 comentarios. Página 1 de 1
noaasdasd
invitado-noaasdasd 30-08-2004 00:00:00

muy bueno________________________________________________________

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