La princesa salió por la gran puerta de hierro del castillo y sus húmedos ojos fueron testigos de la muerte de su humilde amado.
Elizabeth corrió hacia él... y lo ví, tendido sobre la tierra, envuelto en un manto tan rojo como mi heriodo corazón, mis ojos no han dejado de mojar la almohada, cada vez que recuerdo las palabras de mi padre: "La sangre real no se mezcla"; tomé la espada de mi amado empapada de sangre y la abalan...
-¡Hija, apaga la luz!- dijo mi madre desde su habitación, cerré mi libro y empecé a sollozar en sueños, mojando mi almohada.