Ya era la hora de salida del trabajo y no tenía nada bueno o malo que hacer. Había estado leyendo una obra de Volpi, y, aunque no era para quedarse enganchado, me gustó el reto de entrar en sus letras... No recuerdo cuantas horas estuve con el libro, pero, cuando miré mi reloj, supe que debía hacer otra cosa. Cerré el negocio y fui a una tienda en donde vendía DVDs. Me compré como siete, y, de todos ellos hubo uno que me interesó. Era de David Linch, la obra era: El hombre elefante. Prendí la TV y la vi completita. Me gustó sobre todo cuando el hombre elefante, que era un hombre deformado, es perseguido por el populacho, cubierto su rostro por una bolsa de tela. De pronto, es acorralado y cuando está por ser golpeado como una bestia, grita que es un ser humano, que no es una bestia... Eso me hizo sentir más mi humanidad. Terminó la película y apagué la TV. Luego, recordé que la máquina de escribir estaba prendida, mirándome de reojo, murmurando que ¿cuándo me voy a sentar y ponerme a escribir? Enseguida, le dije. Y, aquí estoy, sentado sobre esta máquina, escribiendo todo cuando viví en el día de hoy. Aunque no crea que pueda, por lo tanto diré que el día y la noche han sido muy generosos conmigo al darme este espacio en donde mis palabras vuelan sin alas... Es un sentimiento que guardo desde que era un niño, hasta en sueños vuelo... Pero ahora, en este espacio blanco, vuelo con las alas de mi imaginación... Podría contar acerca del anciano que le gusta hablarme por horas y horas, pues no tiene mas que hacer durante el día, ya que es jubilado, o podría escribir acerca del mach de fútbol entre dos equipos europeos que cautivo mi atención por dos horas, y, al mismo tiempo, la atención de muchos trabajadores que se detuvieron a ver este juego... Pero, mejor les cuento lo que soñé, sí, claro que sí... Estaba sentado sobre la ventana de mi cuarto cuando dos niñas de cinco años y de razas diferentes se me acercaron y me pidieron si podía cambiarles el color de su piel... No soy Dios, les dije. Pero ella dijo que si podía, inclusive podía hacerlas volar lejos, así como las aves. Bajé de mi ventana y cuando estuve frente a las dos niñas, me di con la sorpresa de que eran gigantescas. De pronto, me cogieron con sus dedos y sin que me escucharan, me metieron dentro de una caja. Todo estaba oscuro, pero pude escuchar murmullos. ¿Quienes son?, pregunté. Las luces de aquella cajita se prendieron y pude ver toda una fila de personas que jamás había visto, sin embargo, todos ellos me dijeron que yo era Dios. ¿Están locos?, les dije. Pero ellos se me acercaron y me tocaron todo el cuerpo. Sino fuera porque las dos niñas abrieron la cajita seguro que me hubiesen aplastado con sus asquerosas manos. Una de ella me sacó con la punta de sus dedos y me llevó hacia la parte de una ventana. ¿Aquí estabas, no?, preguntó una de ellas. Sí, le dije. De pronto, pude ver como mis manos apenas se movían coloreaban todo el color del cielo, que esos momentos era celeste, por uno de color amarillo... Es un sueño, pensé. Pero, cuando terminé de pensar vi que de mis labios brotaban aves, de colores, y salía disparados como naipes... Toqué con mis manitas la ventana y sentí un frío tremendo, y, comencé a temblar. Las niñas se acercaron y me sacaron de la ventana y me metieron en una cama de plástico, en una casa de latón, de colores, y con dos o tres muñequitos inanimados, al menos eso pensé, pero no, no estaban así, pues, cuando les toque con mis manos empezaron a mover, hablar y a sacar las cosas de la casita y arreglarlas como si fueron los mayordomos... Luego, cerré los ojos y me puse a dormir, a pesar que hacía frío. Y bueno, ese fue mi sueño, y, desperté cuando sonó el teléfono. Era mi hermano que vive en España diciéndome cuándo me venía para allá. Muy pronto, le dije, aunque mentía. Colgué el teléfono y vi sobre mi mesa el libro de Jose Volpi, y encima de mi escritorio, una máquina con papel escrito... Me acerqué y era un largo cuento de más de cuarenta páginas. Lo leí y me gustó. Se lo devolví y fui a prepararme el desayuno, tenía hambre y mucha sed... Mientras comía vi a un chico vestido de ropa de todos los colores en la ventana de mi casa. Me asusté y decidí no escribir más, al menos por esta noche...
San isidro, mayo de 2006