Vivencias españolas
El vehículo corre veloz sobre el sendero grisáceo que corta la llanura española.
A los lados, los pastizales amarillos, bajos, solo se interrumpen cada tanto por cuadros de piedras(¿nuestras pircas?) que solo sirven para delimitar terrenos, o cercar cerdos.
Ya salíamos de la ciudad grande, íbamos rumbo a la frontera portuguesa pero antes ¡ OH disfrute! Nos internaríamos en ese llano, en búsqueda de un pequeño pueblito o mejor dicho, lo que quedaba de él.
Era mi primera vez en España, pero entre nuestros acompañantes, una de mis amigas tenía allí parte de sus raíces y fui la privilegiada testigo de un ansiado reencuentro familiar como los que yo solo viera de niña en la pantalla del cine de barrio.
Ya en el sendero alguien nos vio y pasó la voz de que llegaban visitas extrañas al pueblo
Mi amiga, que no estuvo ajena a la visión del peatón, agitó su mano en señal de saludo y dijo pensativa...”será mi primo...”
En realidad en el pequeño pueblo casi todos eran parientes. Solo quedaba gente mayor ya que los jóvenes salían a estudiar a la ciudad más cercana y luego a Salamanca a la Universidad y no regresaban.
Al acercarnos a la plaza, centro de la ciudad, que aun conserva la fuerte distribuidora del agua en el pueblo, vimos en el único bar, un gran revuelo
¡Llegaron visitas al pueblo!¿Quiénes serían?
Macarena bajó lentamente del auto y sus ojos, llenos de lágrimas, se prendieron de otros ojos que, más cansados y rodeados de arrugas, tenían el mismo fulgor de los de su querida madre.
Tío y sobrina se fundieron en un apretado abrazo y el silencio dominó por un instante la escena
No fue por mucho tiempo, ya que los gritos de todos los presentes invadieron el local.
Se hicieron las presentaciones, los brindis y yo, que solo tengo sangre tana en las venas, me sentí parte de esa hermosa familia.
A partir de allí, llegó el momento de la disputa sobre quien tendría el privilegio de alojar esa tarde a tan imprevistas visitas.
Acordamos un pequeño recorrido y pude contemplar esas pintorescas casitas, con puertas de dinteles tan bajos como sus moradores y que hizo exclamar a uno de ellos, al ver que mi marido se agachaba para entrar
¡Mira que lo has cogido grande eh! Provocando la risa del grupo.
En los fondos aún estaban horadados en la piedra, los corrales en donde los cerdos dormían al abrigo de las heladas en invierno.
Mientras, en el comedor de la casa, surgieron de la nada innumerables sillas tan bajas como sus dueños y sobre la mesa, una gran cantidad de “pastas”, exquisitas confituras tradicionales, nos deleitaban la mirada. ,
Nos sentamos y se inició una amena charla. En un momento de la misma se acercó a mi lado uno de los anfitriones y nos advierte a los dos, por lo bajo ¡córrete que pringa!...al mirar mi cara de asombro e incomprensión, me señala el techo y veo sobre nuestras cabezas, y a muy poca altura, una fila de jamones que, estacionándose, lloraban su mezcla de aceite, salitre y condimentos.
.El espacio fue corto, la alegría desbordante, y la nostalgia invadía todas las mentes particularmente cuando el mas anciano de los presentes, dirigiéndose a todos, pero en especial a su sobrina, dijo “ aun veo en mis ojos alejarse el carro con tus padres. el cual los llevaría a embarcar a las costas portuguesas, sufriendo el dolor que era decir ¡hasta nunca queridos hermanos míos, que la suerte y el progreso los acompañe!
De estas anécdotas recogí muchas en esa maravillosa tarde que me sirvieron para comprender el significado de esos contactos perdidos en el tiempo y es mi deleite escribirlo hoy a mis hijos, quienes no sé si podrán adquirir estas vivencias, tan perseguidos como están por el tiempo y el progreso..