El teléfono no suena. Ella se fue hace seis días. No llama, nadie llama. A cada instante compruebo si el aparato sirve. Sí, funciona. Preparo otro trago y su vaso aún está lleno. Qué demonios espero, acaso una llamada equivocada para poder hablar con alguien. Otro trago, ya perdí la cuenta. Estoy ebrio, otro día más. Ella no volverá, no la dejaría. Ring, sonó. Dejaré que crea que no la espero. Segundo, no levanto el aparato. Tercero, es miedo, lo sé, es miedo. Cuarto, se salta el contestador, es ella. Hola, yo de nuevo, llámame.
Ahora marca veintitrés llamadas perdidas.