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Hace muchos años existía un pueblo muy hermoso y bello que se llamaba Hamelin.
Pero una mañana sucedió algo muy extraño. Cuando los habitantes salieron de sus casas se encontraron las calles pobladas de ratones que roían todo lo que se encontraban a su alcance.
Por más ratoneras que colocaban los habitantes, no los eliminaban. Al contrario, parecían aumentar. La presencia de los ratones era tal que hasta asustaba a los gatos.
Ante la invasión, el alcalde de Hamelin convocó una reunión con el fin de poder encontrar una solución al problema junto a todos los pobladores. Todos discutían pero nadie daba una solución, hasta que el alcalde dijo:
-Tenemos cien monedas de oro que daremos a quien nos libere de los ratones.
Toda la gente aplaudió la idea y se retiraron contentos. Pegaron carteles por la ciudad y alrededores: «Cien monedas de oro a quien acabe con la plaga de ratones en Hamelin», rezaba el cartel.
Un día, un hombre alto y delgado vestido de negro, con un sombrero de punta, que llevaba consigo una flauta, mirando el letrero se dijo: «La recompensa de Hamelin va a ser mía. Esta noche limpiaré Hamelin de la plaga de ratones». Así, cogió su flauta y comenzó a tocar mientras caminaba por las calles. Era tan melodiosa su música que los ratones acudían unos detrás de otros persiguiendo al músico, al son de su flauta dulce.
Los vecinos observaban asombrados como el flautista se alejaba del pueblo acompañado de un séquito de ratones. Llegados a un río, el flautista lo cruzó sin dejar de tocar su flauta. Los ratones por su parte, que no dejaban de seguirle, no pudieron, sin embargo, cruzar el río siendo llevados por el caudal del agua.
Los habitantes felices por haberse deshecho de los molestos ratones, celebraron con música y baile la noticia toda la noche.
El flautista acudió a ver al alcalde y reclamar su recompensa, pero como ya no había ratones, el alcalde no le hizo caso y le echó de su oficina diciendo:
-Márchate de la ciudad. O ¿acaso piensas que te vamos a dar tanto oro por tocar una flauta?
Y el flautista, muy molesto, prometió vengarse.
Tocó una melodía mucho más dulce que la anterior. Esta vez, quienes lo siguieron no eran ratones, sino los niños de Hamelin, que salían de sus casas atraídos por la mágica música del extraño flautista. Dejaban sus juegos para acompañar al músico, y hasta los más pequeños dejaban sus cunas. Todos iban detrás del flautista.
Llegaron a una gran montaña, y con una seña, esta se abrió mostrando un mundo lleno de juegos, dulces y felicidad eterna. Todos los niños corrieron, y cuando estuvieron dentro la montaña, esta se cerró atrapando a todos menos a uno, que usaba muletas y al caminar más lento se había quedado rezagado del resto. Aquel niño, al ver como desaparecían todos se escondió, y esperó a que el flautista se fuera. Tras esto, el niño regresó a Hamelin y contó todo lo ocurrido a los adultos. El pueblo acudió a la montaña con palas y picos intentando abrirla, pero por más esfuerzo que hicieron, no lo lograron.
Todos se sintieron muy tristes entonces y se arrepintieron de engañar al flautista.
Y Hamelin se volvió un pueblo muy triste y silencioso, en el que por más que se buscase, nunca molestaba una rata, ni se podía ver a un niño…
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