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El aprendiz de pastelero

A Ernesto le encantaban los dulces que hacía su mamá. La mamá de Ernesto era una gran cocinera. Lo que me mejor se le daba era la pastelería.

-Algún día seré un gran pastelero, mamá -dijo Ernesto a su madre una mañana de domingo-. Te dedicaré todos los premios que consiga con mis dulces. Y crearé un postre con tu nombre que se hará famoso en el mundo entero.

-Gracias hijo, pero eso va a ser un poco difícil -dijo la mamá de Ernesto, mientras le miraba las manos. 

-Algún día seré capaz de manejar mis manos robóticas como si fueran manos de verdad -dijo Ernesto, mientras pisaba el acelerador que le permitía mover su silla de ruedas.

Ernesto había nacido sin manos y sin pies, pero un inventor muy famoso había creado para él unos pies y unas manos robóticas que funcionaban con el pensamiento gracias a un chip que le había implantado en el cerebro. Pero el invento todavía no funcionaba del todo. Ernesto aún no podía caminar, pero sí que había aprendido a pisar el acelerador de la silla de ruedas, otro diseño de su amigo el inventor.

Al cabo de un rato, la mamá de Ernesto se estaba preparando para ir a dar un paseo. 

-Ernesto, ¿quieres venir conmigo? Hace un día estupendo -preguntó mamá.

-Me quedaré en casa, mami, tengo tarea del cole todavía -dijo Ernesto.

Ernesto hacía sus tareas en ordenador, porque escribir era todavía muy difícil para él con las manos robóticas. Pero la verdad es que Ernesto había terminado ya todas sus tareas. Lo que quería era quedarse solo en casa para prepararle una sorpresa a mamá. Cuando esta se fue, Ernesto fue a la cocina. 

-Le voy a preparar a mi madre un bizcocho de chuparse los dedos -dijo Ernesto, de camino a la cocina.

Con mucho esfuerzo, Ernesto sacó los utensilios de los armarios usando los accesorios de su silla de ruedas y de sus manos robótica. Su amigo inventor había colocado extensiones telescópicas en las manos para que llegara a cualquier sitio y había instalado un elevador en la silla que se activaba con un pie para que pudiera llegar más alto.

Pero en el proceso, algún que otro cacharro se cayó al suelo. Pero Ernesto no se desanimó. Recogió los trozos y siguió con su tarea. Pero en el proceso se le cayó bastante harina y también algo de azúcar, se le rompieron unos cuantos huevos y derramó bastante leche. Y al batir la mezcla, la mitad se le salió del recipiente.

Sin perder el ánimo, Ernesto vertió el contenido en un molde y lo metió en el horno. Cuando su mamá llegó a casa, un delicioso aroma a bizcocho recién hecho lo invadía todo.

Cuando la mamá de Ernesto llegó a la cocino y vio al niño allí, dijo:

-Hijo, pero ¿qué has hecho?

-He tenido algunas dificultades con los utensilios y los ingredientes, pero terminaré de recogerlo enseguida.

-No, hijo, no es por el estropicio, es por lo que hay en el horno. ¿Lo has hecho tú solo?

-Sí, mamá, aunque he tenido dificultades y lo he puesto todo hecho un asco.

-No es eso, cariño, eso son solo cosas. La próxima vez lo harás mejor, estoy convencida.

-¿No me vas a reñir?

-¿Por ser valiente y hacer lo necesario por perseguir tu sueño? Eso nunca, Ernesto. 

El inventor aprovechó la hazaña de Ernesto para mejorar los brazos robóticos y para reprogramar algunas funciones del chip.

El aspirante a pastelero está cada vez más cerca de conseguir su sueño, aunque todavía le queda mucho por practicar. Si sigue así, seguro que algún día lo logrará.

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