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~“Apenas los han situado en cubierta,
esos reyes del éter, torpes y avergonzados,
dejan piadosamente, sus grandes alas blancas
colgar como remos de sus flancos”.
Fragmento de “El albatros” de Charles Baudelaire.
Prólogo.
Rómulus James Stanwell, llamado también Rómulo o simplemente “el Inglés” por sus familiares y amigos se sentó en el borde de la cama y contuvo el aliento. Esperó que la punzada del lacerante dolor atravesando su abdomen le dejara continuar con su labor.
En su habitación modesta y sencilla, hogar de su hija Mirtha, tenía todo sus efectos personales que no eran muchos. Pero siempre cuidó celosamente que estos dos artículos que acababa de colocar en la caja de zapatos permanecieran ocultos durante mucho tiempo al resto de los ocupantes de la casa.
Después de tapar la caja y asegurarla con unas vueltas de hilo, tomó una lapicera del cajón de su mesa de noche y garabateó unas líneas sobre un pequeño papel que pegó en la tapa con mucho esmero.
Desde hacía una semana venía planeando todo meticulosamente.
Miró el reloj de pulsera y comprobó que en unos minutos vendría su hija a buscarlo. Irían a la clínica donde sería intervenido quirúrgicamente. Dejó la caja debajo de la cama y se recostó sobre un gran almohadón.
Se sentía cansado, satisfecho por la faena bien hecha. Miró en torno de su habitación con la certeza de que ya no volvería a verla. Cerró los ojos cuando el dolor volvió y por unos minutos permaneció así a la espera de que golpearan la puerta.
Una lágrima le rodó por la mejilla y cuando tocó sus labios, hizo que el viejo marino recordara el sabor del mar.
Escuchó el sonido de unos tacos por el pasillo y casi inmediatamente, golpes inquisidores en la puerta.
Pensó en su fallecida esposa Gabriela, en su hija y su nieto, en su joven nieta que siempre lo trató con indiferencia por su afición al alcohol, en sus días a bordo del Calpean Star y por supuesto pensó en alguien que redireccionó su destino y cuya muerte fue una permanente sombra en su memoria.
Pensó una vez más en William Hardgrave.
Capitulo I
(El legado de Rómulo)
Los automóviles grises se pusieron en marcha llevando a un puñado de deudos y amigos de regreso a la cochería. Desde ahí ellos tomarían caminos distintos de retorno a sus hogares. Yo decidí ir en mi propio automóvil, como suelo hacer en estos casos.
Tengo que decir que conozco a todas y a cada una de las salas velatorias de la monopólica cochería de esta hermosa, decadente, húmeda y cruel ciudad. Con estas características si fuese una mujer, Zárate tendría muchos enamorados. Yo sería unos de los más tenaces y terminaría abandonado a mi suerte y hundiéndome sin remedio. Como se hundió el Calpean Star frente a las costas de Montevideo en 1960.
Hoy me tocó acompañar a un viejo amigo al entierro de su abuelo. Rómulo o “el Inglés” como lo llamaba afectuosamente su nieto. Se cansó de pelear con un cáncer y cerró los ojos por última vez a los 78 años.
En la puerta del cementerio, Martín, su nieto, me tomó del brazo y mostrándome una cara cansada por la vigilia, me llevó lejos del grupo que terminaba con los saludos y despedidas mientras se subían a los coches fúnebres.
--- Venite para casa, tengo algo que el Inglés dejó para vos…
--- ¿Para mi?--- confieso que no me tomó por sorpresa.
--- Si, dale. El inglés dejó unas cartas para la familia y un paquete con una nota a nombre tuyo.
--- Bueno, en un rato estoy por allá.
--- Gracias por estar durante todo este tiempo y en este momento en especial. Sos de fierro.
No fui muy pródigo en palabras, le di un abrazo y lo dejé secándose las lágrimas mientras me subía al auto.
Conduje hasta avenida Antártida pasando previamente por pequeños locales donde se vendían lápidas, placas de bronce y demás artículos funerarios. Mas adelante y a mi derecha pude ver las ruinas de Cloratlantica, la fábrica de químicos que terminó convirtiéndose en lugar ideal para adquirir hidrargirismo si te ponías a jugar con las simpáticas bolitas del mercurio derramado muchos años antes. Volví por la avenida muy despacio observando de tanto en tanto los descampados, pequeñas fábricas y esquivando un sin número de baches. Tomé después la avenida Anta y doblé unas cuadras más adelante en la calle Ituzaingó. Seguí unas cuadras más y detuve el auto frente a la casa de Martín. Imaginé que demoraría unos minutos y me puse esperar mientras fumaba unos de los últimos Gitanes que me quedaban. Mientras echaba el humo por la ventana y miraba por el espejo retrovisor mi cabeza divagaba.
¿Por qué de un cáncer de páncreas cuando todos los pronósticos eran favorables a una flamante cirrosis hepática forjada a través de décadas de whisky? Esa era una buena pregunta y creo que hasta un buen epitafio.
El auto de Martín dobló y en un momento estacionó despacio detrás de mí. Descendieron lentamente, primero él, después su madre y su hermana menor.
Salí del auto y me quedé esperando mientras entraban las mujeres a la casa.
--- Te espero afuera --- le dije, no quería seguir con el velorio a domicilio.
--- Bueno, esperá que ahora te traigo lo tuyo.
Entró a la casa y a los pocos minutos salió con una caja de zapatos con la tapa atada con hilo macramé y una nota pegada con cinta adhesiva.
--- Esto es. La verdad es que teníamos intriga por saber pero nos contuvimos.--- se rió. Cuando se reía se acentuaba el parecido a su madre.
--- Cuando vea lo que tiene adentro, te cuento. Ahora me tengo que ir.
--- ¿Hoy trabajás?
---No, estoy de franco. Esta noche te llamo por si necesitan algo.
--- Gracias otra vez.
No volví a casa. Seguí por Ituzaingó hasta Justa Lima, giré a la izquierda insultando a un motociclista y repitiendo por enésima vez que en esta ciudad cada vez el tráfico está peor.
Milagrosamente encontré estacionamiento y caminé unos metros con la caja debajo del brazo hasta el Nuevo George. Años antes este simpático y agradable café se llamaba Mr. George, pero sufrió algunos cambios en su estructura y en su nombre también. De todos modos sigue siendo un lugar sencillo y tranquilo para pensar mientras te quitás la sed. Me senté en la mesa contra la vidriera que permite ver la esquina de la calle Independencia y la escalinata del Banco Provincia.
Después de pedirle al mozo un café doble despegué la notita de la caja. Solo decía que era para mi y que a mi debía ser entregada, nada más. Corté el hilo de un tirón y levanté la tapa de la caja.
En su interior había un paquete de tela de forma oblonga. Era liviano y de unos 25 centímetros. También estaba allí en la caja, algo que solo había visto en revistas y en películas. Con el marco de un negro azulado y el tambor gris, el alza de la mira circular y cachas de madera chamuscadas y ennegrecidas por el fuego. Ahí estaba un viejo revolver inglés Enfield calibre 38/200 de caño corto, era el revólver de ordenanza de los soldados británicos durante la segunda guerra mundial.
Puse la tapa de la caja sobre la mesa y me recargué en la silla mientras encendía un cigarrillo.
Saqué el paquete de tela, deshice los nudos y lo abrí. Había por lo menos una docena de plumas largas, blancas y casi negras en su extremo. Puede que en el pasado hayan sido más blancas y sus extremos más oscuros, pero un medio siglo no pasa sin dejar marcas.
Recordé los cuatro días en que había visitado al viejo en la clínica, ofreciéndome a cuidarlo por la tarde mientras escuchaba decenas de historias sobre navegación y una muy particular sobre el hundimiento de un barco.
No cabía duda de que estas eran plumas del albatros que el inglés había mencionado. Para ser exactos, del albatros que 48 años atrás había confabulado junto a un marino británico para echar a pique al Calpean Star.
Ahora tenía un trabajo pesado por hacer. Me pregunté si sería correcto presentarme en la casa de Martín y decirles todo lo que Rómulo me había contado. Lo pensé mirando a través del cristal de la vidriera sin poder decidirme. Dejé que lo decidiera la suerte. Tomé una moneda de la billetera y después de elegir un lado la arrojé hacia arriba. La atrapé en el aire y la aplasté contra el dorso de mi mano izquierda. No salió como esperaba.
Se me olvidó que nunca he tenido mucha suerte. También se me olvidó la taza de café, que ya estaba fría.
Capítulo II
(Un poco de historia)
Horas más tarde me encontraba tocando el timbre en la casa de Martín con la caja de zapatos bajo el brazo, una libreta de notas de tapas negras, un viejo recorder que alguna vez había usado para grabar mis clases de derecho y un cassette en el bolsillo del saco.
Su hermana menor abrió la puerta después de unos segundos.
--- Hola… yo se que es un poco tarde pero necesito hablar con Martín…
--- Pasá que ahora lo llamo--- me dio la espalda y yo la seguí hasta la cocina.
La hermana de Martín era bonita pero de un carácter bastante insulso, eso la volvía invisible para mí en las visitas a la casa de su hermano.
Mirta, la madre de Martín estaba preparando café y el fuerte olor me invadió las fosas nasales.
--- Señora…perdón por la hora en que vengo a molestar es que hay algo que ustedes tienen que saber.
Martín apareció en la cocina frotándose las manos y con los ojos enrojecidos por el sueño truncado.
Mirta sirvió unas tazas de café para los tres.
Martín meneó la cabeza.
--- A Mariana lo único que le interesa es el novio y la televisión--- dijo desaprobando la actitud indiferente de su hermana, después de escuchar mis palabras acerca de un barco hundido y cierta relación con su abuelo Rómulo.
Me senté frente a la taza de café y dejé la caja arriba de la mesa mientras tamborileaba los dedos impaciente por abrirla otra vez.
Fue su madre la que habló primero.
--- Mirá yo no quiero que vos lo tomes a mal, pero mi padre era un bebedor empedernido y muchas de las historias que contaba eran producto de su imaginación y del alcohol que tenía en las venas. No me mal interpretes, fue un hombre muy bueno y trabajador, también era inteligente. Mi madre contaba que aprendió rápido el castellano y que le gustaba leer mucho pero después de la muerte de mi mamá al viejo se le dio por decir pavadas…y tomaba cada vez más. Decía que veía cosas y hablaba con gente que no estaba ahí. A pesar de todo, fue un muy buen padre para mí.
Mirta tomó la taza con ambas manos y sorbió algo de café.
Martín sonrió con complicidad.
--- El inglés era medio mentiroso también por eso nosotros no le dábamos mucha importancia a los cuentos que contaba, pero es cierto, el viejo se hacía querer.
Yo me moví incómodo en la silla. Me desesperaba pensar que tal vez el viejo había intentado contarles esta historia una docena de veces y nadie había querido escucharlo.
Mirta volvió a la carga.
--- Yo sé que durante la última semana vos hablaste mucho con mi papá o mejor dicho lo escuchaste, pero lo mejor es que tomes con pinzas lo que te haya dicho. Vos fuiste una gran compañía para el viejo, él se sentía muy a gusto con vos.
Madre e hijo me miraban como pidiendo disculpas, esperando que yo dijera algo al respecto.
Me puse los anteojos y abrí la libreta llena de escritos, dibujos, flechas y garabatos.
--- Los hechos que el me mencionó son fáciles de corroborar, bueno no todos, de algunos no hay registros pero creo que cuanto me dijo es verdad--- destapé la caja y extraje el revólver y las plumas.
--- Si me escuchan por unos minutos van a ver por que creo que el Inglés no les mentía, al menos en lo que respecta a esta historia.
Martín y su madre intercambiaron miradas mientras yo pasaba hojas en la libreta. Les dije que iba necesitar un poco de paciencia de su parte porque antes que nada necesitaba hacer un poco de historia.
--- En 1886 se fundó en el pueblo de Las Palmas un frigorífico llamado Nelson’s River Plate Meat Company. Esto dio origen más tarde a una empresa británica, la Nelson Lines. Después de años de prosperidad, su dueño, Nelson Huges adquirió una flota de barcos frigoríficos que llevaba su producción de carne a Inglaterra. Ovinos y bovinos y no sólo carne congelada, también ganado en pie. Parece ser que este caballero fue pionero en este negocio creciente y exitoso.
Negocio que generó grandes divisas a la Argentina como así también a Uruguay. Y todo esto por ser los primeros en utilizar grandes buques con bodegas refrigeradas.
Con el correr de los años la compañía quedó en manos de los hijos del fundador, que falleció en 1889. La empresa sufrió el cambio de nombre en repetidas oportunidades derivando en la H. & W. Nelson Ltd para convertirse finalmente en la Nelson Steam Navigation Co. Ltd en 1901, con sede en Liverpool. Esta firma permaneció activa hasta los primeros años de la década del 30.
Pero otros acontecimientos tendrían incidencia en la historia.
A finales de la década del 20, Europa sufrió una terrible crisis económica que como consecuencia incrementó la brecha que ya separaba a la clase trabajadora de la burguesía. Esta situación financiera por la cual atravesaban los países de europeos explotaría finalmente en la crisis del año 30.
Durante este período las empresas navieras encontraron y supieron explotar esta emergente veta de oro.
La emigración a América por parte de la clase trabajadora y el bienestar económico de los sectores sociales más altos. Esto generó ganancias siderales a las navieras y también su expansión. Como consecuencia de esto, la actividad principal de la Nelson Steam Navigation Co. Ltd, pasó a ser el transporte de inmigrantes a América que salían a diario desde los puertos de Hamburgo, Le Havre, La Coruña y Vigo entre otros.
La totalidad de los barcos de la Nelson Lines tenían nombres compuestos por “Highland” y algunos tuvieron finales trágicos. El primero, el Higland Brigade fue torpedeado en 1918 por un submarino alemán, el Higland Enterprise, el Highland Hope que fue capturado por el crucero alemán Karlsruhe cerca de Pernambuco en 1914, el Highland Laddie, el Highland Rover y otros más. Pero a pesar de estos inconvenientes el negocio estaba en su apogeo.
Capitulo III
(El nacimiento del Higland Chieftain)
Dejé la libreta sobre la mesa y me acomodé nuevamente los lentes sobre el puente de la nariz.
--- ¿Mirtha, le molesta si fumo?
La mujer se levantó y me trajo un cenicero. Volvió a sentarse.
--- Esto pasó cuando mi padre era un recién nacido o bien no había nacido aún.
--- Si lo sé, pero tengo que contarles sobre este barco, antes de hablar del Inglés.
Martín se cruzó de brazos y señaló el revólver con la cabeza.
--- ¿Eso está cargado?--- preguntó.
--- No, ya lo revisé. De hecho aunque estuviese cargado no podría disparar Rómulo le quitó la púa que pica el fulminante de la bala hace ya muchos años, según me dijo.
--- Bueno seguí, que todavía no sé que tiene que ver el viejo con todo esto ---dijo Mirtha algo confundida.
Yo encendí un cigarrillo y miré el interior de la caja. Quedaba uno y tenía aún mucho que contar.
Busqué en la libreta la página donde unos días antes había dibujado una pequeña embarcación.
Examiné los tachones y flechas que surcaban las letras despatarradas. Y continué.
---En este contexto de crecimiento económico desenfrenado, la Nelson Lines decidió la construcción de una nueva flota de unidades que contarían con tecnología de avanzada. Esta labor se le fue dada a los astilleros de Haland & Wolff de Belfast en Irlanda, con el consabido nombre compuesto por “Highland”. Y así es como estas nuevas embarcaciones idénticas fueron puestas en servicio entre los años 1928 y 1932. Eran el Highland Monarch, Highland Brigade (II), Highland Princes, Highland Hope (II), Highland Patriot y por supuesto el Highland Chieftain.
Este último fue botado el 21 de junio de 1928, después de varios meses de pruebas de mar y alistamiento fue puesto en servicio el 21 de Febrero de 1929. Su primer viaje unió Londres con Buenos Aires haciendo algunas escalas en puertos franceses y brasileros operando para la Nelson Lines.
El Higland Chieftain podía desplazar mas de 14.000 toneladas netas gracias a sus modernos motores Burmeister & Wain a fuel oil de 8 cilindros en línea acoplados a sus respectivas hélices.
Esto le permitía alcanzar una velocidad de 15 nudos en crucero. Tenía además de las dos chimeneas de bajo perfil, dos palos, trinquete y mayor, para vigía y la antena de la estación de telegrafía Marconi sin hilos. Estos paquebotes eran los primeros en la compañía en ser propulsados por motores de combustión interna y elevado rendimiento térmico. Las embarcaciones anteriores tenían máquinas de vapor de doble y triple expansión con la excepción del Highland Warrior que era el único de la flota con una turbina Parson.
Dentro de las bodegas aisladas y refrigeradas se podía almacenar carne congelada y otros insumos que requiriesen baja temperatura.
En el espacio destinado a la primera clase se podían encontrar grandes comodidades, salones decorados en un exquisito “Old English Style”, con pasamanos y mamparos cubiertos de madera y otros detalles que denotaban lujo y confort. Por otro lado setenta pasajeros podían ocupar lugar como pasajeros de segunda clase y hasta quinientos en la tercera. Lo cierto es que los inmigrantes se apiñaban en el sollado en espacios con escasa iluminación e igual ventilación, baños compartidos y pobres condiciones de higiene.
En el año 1932, un puñado de estos navíos fue comprado por una naviera recientemente fundada, la Royal Mail Lines Ltd. que surgiera de una reorganización comercial de otra empresa más antigua, la Royal Mail Steam Packet Company creada en 1913. Entre estos barcos, el Higland Chieftain tuvo nuevos dueños pero siguió navegando bajo el mismo nombre en la actividad de transportes de pasajeros, carga y correspondencia entre puertos de Europa y América del Sur.
Nuevamente acontecimientos de orden global lograrían cambios en su historia. Esta vez el estallido de la Segunda guerra mundial. El gobierno británico necesitaba medios de transporte para sus tropas y por este motivo muchos barcos fueron confiscados, el Highland Chieftain entre ellos.
El 11 de octubre de 1940 durante un ataque aéreo sobre Liverpool realizado por un escuadrón de bombarderos Dornier de la Luftwaffe, el navío fue severamente dañado. Esto hizo que quedara fuera de servicio hasta el año 1948. Ese mismo año fue reparado y volvió a surcar los mares otra vez uniendo Inglaterra con el Río de la Plata. Pero el destino le tenía reservado otros planes y por último fue comprado en enero de 1959 por otra naviera. Esta vez la Calpe Shipping Co. que lo rebautizó como Calpean Star convirtiéndolo además en buque frigorífico.
Esta vez fue Mirtha la que detuvo mi monólogo.
--- Mi papá decía solía decir que el bombardeo a Liverpool fue una cosa espantosa. No se acordaba mucho porque tenía solo diez años. Su madre y su hermana murieron bajo los escombros de una iglesia que servía de refugio.
Yo me volví a subir los lentes que para ese entonces ya habían derrapado lo suficiente para apenas quedar parados en la punta de mi nariz.
--- Si, imagino que debe haber sido algo terrible. Creo que el Inglés sobrevivió al bombardeo para después tener que vérselas con un albatros.
Martín estiró su mano izquierda y agarró el paquete semiabierto de plumas blancas y puntas negras.
--- ¿Qué tiene que ver un pájaro con todo esto?--- preguntó.
--- Primero veamos que es un albatros --- dije yo y retomé la búsqueda en la libreta.
Estuve más o menos un minuto buscando la información que requería, y me maldije más de una vez por ser tan desprolijo y desorganizado con mis anotaciones. Intercalados entre las líneas escritas en mi letra despatarrada había dibujos de barcos, revólveres, plumas y demás objetos.
Esta vez el dibujo de un pájaro recuadrado concienzudamente en tinta para que yo mismo lo notara, hizo que mi búsqueda finalizara.
--- Al Inglés no le gustaban los pájaros ---dijo Martín sonriendo--- si te sirve de algo…
--- A mi tampoco ---le contesté y me dispuse a leer.
Capítulo IV
(Un ave muy blanca y una sombra muy negra)
---Existen tres especies pertenecientes al orden de los proceláridos. Estos pájaros oceánicos tienen como rasgo característico las aberturas de la nariz, en el pico, en forma de pequeños y cortos tubos a cada lado del centro de su mandíbula superior. Una de estas tres especies es el albatros, que abarca una gran familia de trece especies en total. Estos animales permanecen el mayor tiempo en el mar y solo tocan tierra firme para tener a sus crías.
La clase de albatros que normalmente mencionan los marinos oceánicos es el Albatros Vigilante. Es el más grande de la familia y sus alas desplegadas pueden alcanzar hasta tres metros y medio, con un peso de entre ocho y diez kilogramos.
Hace muchos años los marinos británicos consideraban al albatros como un pájaro sobrenatural, ya que se decía que en estos animales se encarnaban las almas de los marinos muertos en el mar. De esta manera mientras esta superstición acompañó al ave, el albatros estuvo protegido de ser deliberadamente cazado por los hombres de a bordo.
Más tarde se hizo bastante común la captura de estos pájaros. A pesar de que el fuerte sabor a aceite de hígado de su carne impidiera que fuera utilizado para consumo humano excepto en raras ocasiones, el pico y las palmas de las patas eran usualmente usados para la confección de artículos tales como mangos de bastones o bolsas para el tabaco.
Hice una pausa y retrocedí unas cuantas hojas en mi libreta.
--- Como ya habíamos dicho, el Highland Chieftain ahora rebautizado como Calpean Star se desempeñaba como buque frigorífico. Transportando principalmente carne congelada de ballena. En 1959 el capitán de buque, haciendo acopio de coraje frente a los marinos hizo subir a bordo a un gran albatros por pedido de un zoológico noruego que deseaba exhibir a este animal de gran envergadura. La tripulación todavía creía que la presencia del fatídico pájaro traería mal tiempo para la navegación o mala fortuna a sus tripulantes. Lo cierto es que después de algunos días, con una dieta no natural de pescado muerto y la imposibilidad de extender las alas y tomar contacto con el mar, el ave murió.
Existe un antiquísimo mito que dice que los albatros igual que las gaviotas no deben ser molestados por el hombre. Únicamente en caso de ser la diferencia entre la vida y la muerte, este animal puede ofrendar su carne a un marino náufrago. Solo así un hombre puede matarlo, aceptando el sacrificio del albatros dado que ambos forman parte del mismo universo de acción y reacción.
Meses después de este acontecimiento en una travesía desde las islas Georgias a Oslo el buque experimentó problemas en su planta propulsora y el capitán decidió hacer una recalada en Liverpool, su puerto de bandera.
Los tripulantes culparon por este hecho al albatros que había estado cautivo. Cincuenta marinos montaron una huelga para terminar con el desafortunado viaje y muchos de ellos pidieron la parte correspondiente de su paga y desembarcaron en esa ciudad aprovechando que el buque permanecía en reparaciones.
Siendo el albatros un símbolo de amistad para los marinos, cualquier daño devendría en sinónimo de culpa y de vergüenza. Y la muerte del ave se convirtió entonces en un mal presagio. Desde ese momento el Calpean Star fue considerado un barco maldito y sus ocupantes no pensaron para él, otro final mas allá del que tuvo.
No sin gran dificultad se consiguió reclutar nuevos tripulantes para la ya diezmada tripulación y una vez finalizados los arreglos en los motores, el navío se hizo a la mar una vez más.
Entre los nuevos marinos se encontraba un inglés de treinta años, de una robusta contextura física y una gran afición al whisky creada en base de navegar aguas heladas para otras compañías navieras durante mas de diez años.
Rómulus Stanwell conocía a la perfección su oficio y para nada le importaban las habladurías acerca del Calpean Star que corrían en los bares del puerto de Liverpool.
Deseoso de hacerse a la mar después de un par de meses en tierra, aceptó sin más el ofrecimiento laboral y se enlistó a bordo del navío. Rómulus tenía un extenso curriculum de trabajo y excelentes referencias, estaba solo allí y nada lo ataba a tierra excepto los bares adonde solía gastar su paga participando de tanto en alguna reyerta entre borrachos. Vivía su vida al día, sin miras de cambios o mejorías en el futuro. Pero lo esperaba una gran sorpresa a bordo. Por alguna extraña razón, trabaría una especie de amistad con un marinero a bordo de características muy diferentes a las de él.
Entre los antiguos tripulantes se encontraba William Hardgrave de veintiséis años que a pesar de haber participado en la huelga había permanecido en el buque para continuar el viaje. Era un tipo que se exaltaba fácilmente y de una apariencia débil pero de un carácter voluntarioso. Hardgrave necesitaba reunir todo el dinero posible para viajar a América. Para ser más exactos a la Argentina. En Buenos Aires lo esperaba una mujer y en su vientre un hijo, a decir verdad una hija.
Hardgrave había conocido a una joven de veinticuatro años que trabajaba en la aduana del puerto de Buenos Aires cuando estando a bordo de otro navío, este había parado por unos días en Bs. As. Ambos se habían enamorado de inmediato y después de pasar tres días juntos, Hardgrave volvió al mar con la promesa de volver por ella. Un mes después, estando de regreso en Liverpool se había alistado a bordo del Calpean Star. Pero había dejado algo más que una promesa. Cuando la chica observó los primeros síntomas de su embarazo y transmitió la novedad a sus padres, estos le pidieron que abortara ante la inconveniencia y la vergüenza que acarrearía un nacimiento siendo ella soltera. La chica decidió abandonar su empleo y se marchó a la casa de sus tíos maternos para tener a su hijo y esperar el retorno de William.
Sus tíos la recibieron con los brazos abiertos y sin prejuicios. Teniendo ellos un buen pasar económico, su sobrina estaría en buenas manos. Por tales motivos Gabriela Esquivel, tal era su nombre, decidió mudarse a la ciudad de Zárate. Sus padres jamás volvieron a tratar de contactarse con ella. Su madre de tanto en tanto llamaba a la tía de la chica, y le preguntaba por ella. Pero las llamadas se volvieron más distanciadas con el tiempo y cuando su madre murió, unos 9 años después, ya nadie más volvió a preguntar por Gabriela.
Cierto día ella recibió una llamada desde Liverpool. Era William, quien le aseguraba que después de su último período a bordo del Calpean Star viajaría a la Argentina para reunirse con ella. Sólo tenía que esperar unos meses más.
Pero William Hardgrave Jamás llegaría a Zárate, en su lugar lo haría Romulus Stanwell trayendo consigo una terrible noticia.
Capítulo V
(Desde el pasado)
Mirtha frunció el seño y me miró con cierto rechazo.
--- La chica se llamaba como mi madre…y mi mamá no tenía trato con mis abuelos.
Yo apoyé las manos en la mesa y las noté sudorosas. Después de algunos segundos arrojé la bomba.
---Bueno… esa chica era su madre.
La mujer sonrió y enarcó las cejas.
--- ¿Estas seguro? ¿De dónde sacaste eso, querido? Mi madre nunca dijo que trabajó en la Aduana de Bs. As. Yo sabía que había nacido en Capital, pero tenía la idea de que la habían criado sus tíos desde que era chica.
Yo había agarrado la taza de café y sin probarlo siquiera lo dejé otra vez sobre la mesa. Si se conservaba caliente lo tomaría mas tarde. Desde la mañana después del funeral conservaba aún las ganas de un buen café caliente, pero todo parecía indicar que cumplir ese deseo se volvería algo complicado.
--- Tengo algo que le va a interesar…
Tomé el recorder y oprimí el botón de reproducción. Durante algunos segundos el silencio fue tal que solo se escuchó el sonido del pequeño motor eléctrico arrastrando la cinta. Después sonó la voz del Inglés como si hablara desde un lugar muy lejano.
--- ¿Eso está funcionando?
--- Si Rómulo, todo lo que usted diga va a quedar grabado ---esta era mi voz--- comience cuando quiera.
El inglés carraspeó. Se escuchó el ruido tenue de vidrios tocándose cuando se sirvió un poco de whisky en el vaso.
--- ¿Y que puedo decir?
--- Creo que lo mejor sería que cuente lo que pasó el día del naufragio, o días antes.
--- Ah si…bueno…te cuento. William había quedado muy afectado por la muerte del albatros. Sobre todo porque unas semanas después de eso uno de los marinos mas jóvenes reclutados en Liverpool murió ahogado en un accidente muy raro. William y otros dos fueron llamados a reconocer el cuerpo. Los tripulantes restantes comenzaron a decir que este acontecimiento fue causado por la mala suerte acarreada por el pájaro. Yo creo que el tipo estaba borracho, tropezó y se cayó al agua. Se debe haber golpeado la cabeza en la caída.
William entonces empezó a comportarse de un modo extraño, sabes. Bebía bastante y decía que el Capean se hundiría por culpa del albatros. Dejó de hablar con la mayoría de la tripulación.
El Inglés hizo una pausa. No quedó registrado en la cinta pero estaba vaciando el vaso mientras yo encendía un cigarrillo.
--- Pasaron unas cuantas semanas, tal vez unos dos meses no estoy seguro, cuando William se mostraba muy asustado. Insistía con eso de que de regreso a Inglaterra el barco se iría a pique y el no volvería a ver a la mujer que había conocido en Buenos Aires. Y que jamás conocería a su hijo. Desde Liverpool antes de emprender el viaje había hablado con ella, y Gabriela le había dicho que estaba embarazada.
La idea de no sobrevivir al viaje le había obsesionado y lo estaba enloqueciendo. Una noche me comunicó que planeaba dejar el barco en el primer puerto de llegada y pedir su paga. Volver a Liverpool por el resto de sus ahorros, vender su casa y regresar a la Argentina por su mujer e hijo.
Lo cierto es que unos cuatro o cinco tripulantes empezaron a acosarlo con burlas acerca del albatros. Una noche uno de ellos exageró y William lo golpeó hasta hacerle perder el conocimiento. Desafortunadamente para William, los amigos de este tipo comenzaron a confabular en su contra y planearon una venganza…
--- ¿Se siente bien Rómulo? ---mi voz rompió el monótono murmullo del Inglés que se había tomado el abdomen con una mueca de dolor.
--- Si, ya estoy acostumbrado…---dijo sonriendo, tomó otro trago y continuó con su relato.
--- El buque comenzó a tener problemas…había sido destinado a la flota noruega del Antártico. Primero fallaron los generadores, después se detectó una filtración de aceite en el suministro de agua. Estuvimos varios días a la deriva por una rotura en el compresor principal y cuando se completaron las reparaciones falló el timón...
El barco tuvo que ser remolcado hasta Montevideo para ser reparado. Esta era la oportunidad que William esperaba y así también los enemigos que había hecho recientemente. Estos hijos de puta le robaron al pobre William todas sus pertenecías y las escondieron. Sin dinero ni documentación estaba varado sin poder dejar el barco para volver a Inglaterra.
--- Tan lejos y tan cerca de Gabriela, pobre tipo, debe haber sido desesperante ---mi voz otra vez molestando en la cinta.
--- William habló con el capitán pero el hombre tenias otras preocupaciones así que no le dio mayor importancia, creyó que solo era una broma pesada. Solamente habló con algunos tripulantes y ordenó que aparecieran las cosas. Con tal suerte que durante los pocos días que duró la reparación del barco, William tocó tierra firme solo una vez.
En el Mercado del Puerto conoció a uno de los pescadores de la escollera Sarandí. Esa misma noche y por unas pocas libras compró un revolver inglés de la Segunda Guerra al pescador, a quien el arma le había sido vendida por otro inglés unos años antes. También compró algunas balas. Hizo el negocio en un bar de putas en las calles Misiones y Piedras. A nadie le llamó la atención verlo merodeando por ahí dado que muchos marinos frecuentaban el lugar. Pero William no buscaba a una mujer, el buscaba otra cosa y esa misma noche la encontró. Yo creo que estaba tan enojado que había pensado en matar a los que le habían hecho tan mala jugada. Nunca atentó contra la vida de ninguno de ellos, en algún momento cambió de idea. Yo lo encontré una vez limpiando el arma a escondidas, pero no pregunté nada al respecto. El me contó la historia del pescador.
--- ¿Rómulo quiere descansar un rato? ---por tercera vez mi voz en la cinta sonaba discordante.
--- Si, me voy a recostar un momento. Si querés mañana te sigo contando. Haceme un favor antes de irte, escondé los vasos y la botella para que no los vea Mirtha. Ella se preocupa demasiado por mí, parece que quiere que viva mil años más. Y yo ya estoy tan cansado de esta enfermedad que no me preocupa si salgo vivo de acá o no. Pero bueno, supongo que si se preocupa es porque me quiere…
--- Seguro Inglés…descanse y no se preocupe que mañana vengo por acá y seguimos.
Mirtha estiró el brazo y apagó el recorder. Atrajo hacia si el cenicero.
--- Convidame un cigarrillo --- dijo después de un largo suspiro.
Capitulo VI
(Plumas en la sala de maquinas)
Mirtha le dio una profunda calada al cigarrillo y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando tosió intentando exhalar el humo.
--- ¿Vos querés decir que ese tal William era mi padre?
--- No lo digo yo, lo dice Rómulo abiertamente en la cinta. Debería terminar de escuchar y sacar sus propias conclusiones.
Volví a apretar el botón y la voz de Rómulo siguió con el relato.
--- ¿Dónde quedamos nene?
--- Lo último que me dijo fue que William había comprado un arma.
--- Si, el Enfield…
Transcurrió un breve momento mientras rememoraba los sucesos y retomó la historia.
--- El día que el timón del buque estuvo reparado, como por arte de magia las pertenencias de William reaparecieron en un viejo bolso de lona sobre el escritorio del camarote del capitán. Con el apuro por volver a zarpar, el capitán postergó darle la noticia a William.
Cuando el buque apenas dejó el astillero, William dejó su puesto de trabajo para bajar a la sala de bombas. En su camino se encontró con unos de los tipos que lo habían estado molestando. Este le preguntó porque no se había quedado en Montevideo como planeaba ya que sus cosas estaban en posesión del capitán. A estas alturas la intención de William era conocida por casi toda la tripulación. Esta conversación le fue contada al capitán por este mismo hombre unas horas después del incidente, y en tierra firme cuando hubo terminado el rescate. Por toda respuesta William se puso muy nervioso y continuó su camino hasta la sala de bombas. A punta de pistola hizo que los operarios desalojaran la sala. Yo me crucé con uno de ellos que corría escaleras arriba para dar aviso al capitán de lo que estaba ocurriendo. El me puso al tanto de la situación para que yo no bajara. Sin pensarlo dos veces yo bajé a la sala de máquinas que estaba contigua a la sala de bombas con la triste idea de evitar que William cometiera alguna locura. En el compartimento donde se encontraban los motores diesel estaba él. Se movía de un lado a otro murmurando y empuñaba el revolver en la mano derecha. Bajo la pobre iluminación artificial se podía ver el movimiento rítmico de los balancines de admisión y escape.
William apenas me vio, caminó hacia mí entre los bloques de los motores de babor y estribor y me dio un paquete de tela que tenía unas cuantas plumas. Sólo me dijo que ese sería el motivo por el cual el barco se hundiría si llegaba a altamar. En su expresión solo había calma, ya no era el hombre perturbado de semanas atrás. El olor a combustible impregnaba el aire. Yo sentí los pies húmedos y miré al suelo.
Creo que había un nivel de más de cinco centímetros de combustible cubriéndome los zapatos. Imaginé que William había abierto las válvulas de varios purgadores o tal vez aflojado la brida en la tubería de alimentación.
Yo le imploré que subiera conmigo y le dije que tal vez podríamos convencer al capitán de que volviéramos y lo dejara desembarcar. Pero ni yo lo creí, dado el apremio con que habíamos zarpado. El volvió a repetir que el barco se hundiría porque habíamos matado al albatros.
Luego de eso me apuntó con el revolver y me dijo que saliera, que no quería involucrarme en lo que iba a hacer. Yo intenté de nuevo convencerlo, tratando de ganar tiempo hasta que llegara alguien más. Pero William amartilló el arma y con un movimiento de cabeza me dijo otra vez que saliera. Yo giré despacio, le di la espalda y comencé a subir lentamente las escaleras. A medio camino volví la cabeza para hablarle en un último intento por parar esa locura pero lo último que vi fue la puerta de la sala de máquinas cerrarse detrás de el. De pronto sentí miedo y tuve la certeza de que ya nada podía hacerse, entonces corrí escaleras arriba y cuando salí a cubierta me topé con seis hombres que intentaban bajar por la misma escalera. Entre ellos estaba el capitán que empuñaba una pistola. Inmediatamente me preguntó por William y yo intente responderle pero la explosión ahogó mis palabras y me arrojó contra ellos. La sala de máquinas estaba en llamas y lo único que quedaba por hacerse era sacar al barco del canal de navegación y llevarlo a aguas menos profundas con el impulso remanente de los motores que se morían rechinando en el fuego. Y eso fue lo que el capitán sabiamente hizo.
Allí quedó varado el barco, abandonado a su suerte y ardiendo como un infierno. Durante el rescate de la tripulación uno de ellos se ahogó y muchos dijeron que ese mismo hombre había sido el causante de la muerte del albatros. Tenía por costumbre arrojarle a la jaula sobras de comida en vez de pescado crudo. Pero yo pienso que esas son solo habladurías y no un ajuste de cuentas divino como muchos pretendían.
Después se dijo mucho acerca del barco. Que tenía en su bodega un piano de cola valuado en treinta mil dólares, que en la caja fuerte del capitán había joyas y muchas libras esterlinas y cosas así. También escuché que durante las noches posteriores se acercaban pequeñas barcas y hacían alije de esos tesoros y se perdían después en la neblina. Se dijo mucho y se hizo poco por el barco que según creo yo, por una cuestión de seguros parece valer mas hundido que reflotado.
Nada se decía de William, los tripulantes tenían tanto miedo de hablar de él como del albatros. Probablemente todo registro de William en las oficinas navieras de Liverpool haya sido destruido también. William dejó de existir y los motivos del incidente también.
Tiempo después escuché a alguien decir que el barco se había hundido porque alguien había dejado abierta alguna escotilla inferior intencionalmente para echarlo a pique y que esa persona recibiría una buena parte del cobro del seguro. Pero esas no son más que mentiras. Yo conocí a William Hardgrave, y se lo que pasó a bordo ese día.
--- ¿Rómulo, como recuperó el Enfield?
El viejo asintió con la cabeza.
--- El revolver estaba sobre cubierta. Lo encontré a mis pies minutos antes de que nos rescataran. Las cachas de madera estaban quemadas y todavía el metal estaba caliente.
La explosión fue muy grande, suficiente como para abrir un boquete en cubierta de unos seis metros de diámetro. Supongo que entre los fragmentos que la onda expansiva proyectó estaba el revólver. Si ese no es el motivo…entonces voy tener que empezar a creer en fantasmas.
En cuanto a William, si quedó algo de el, aún está entre los hierros retorcidos de la sala de máquinas del barco. Su sepultura es el Río de la Plata…
--- Rómulo,usted nació en Inglaterra ---me reí por la estupidez que estaba apunto de decir--- asumo que sabe mas del idioma inglés que yo, pero el apellido Hardgrave…
El viejo también se rió.
--- Si ya sé, si descompones el apellido en dos palabras te quedaría “hard grave”. Y eso en castellano se traduciría como “tumba dura”. Es terrible llamarse así y estar sepultado bajo el agua. ¡Hace más de cuarenta años que me di cuanta de eso!
Apagué el recorder y hurgué en la cajita junto al cenicero.
--- Me acabo de quedar sin cigarrillos… ---dije con una mueca.
Capitulo VII
(La verdad sumergida)
Mirtha compartió en silencio el último Gitanes conmigo mientras Martín examinaba el revolver. Desde la habitación contigua venía el sonido del televisor. Yo tomé nuevamente la palabra.
--- Al día siguiente Rómulo debía ser internado así que lo dejé descansar. Lo que sigue en la cinta fue grabado en la clínica mientras usted llenaba los formularios de internación. Después yo me quedé unas horas haciéndole compañía mientras usted volvió a su casa a dormir un rato. Mas tardé me relevó Martín.
--- Si, me acuerdo… mi papá estuvo muy pensativo esa noche y durmió muy poco.
--- ¿Seguimos escuchando?
--- Si,quiero saber que más tenía para decir.
Sonó de nuevo el botón del recorder con un sonoro clic y la cinta se echó a rodar reproduciendo primero mi voz.
--- Hábleme de Gabriela, si no le molesta, claro.
--- ¿Cómo me va a molestar? William me había hablado mucho de ella. Me había mostrado fotografías. Gabriela era una mujer muy hermosa, realmente.
Después del hundimiento, muchos tripulantes se quedaron en Montevideo. Otros se volvieron. Hubo un grupo de noruegos que se fueron en avión y el aparato también tuvo problemas, aunque no lo creas cuando aterrizaron casi se matan. Hundido el Calpean Star los que volvieron a Inglaterra dieron por finalizada la maldición del albatros. Pero yo nunca creí en esas pavadas.
Yo sentí que era culpable por la muerte de William, siempre creí que hubiese podido haberlo hecho cambiar de opinión o haberlo golpeado hasta derribarlo o no sé… detenerlo de alguna madera. Imagino que la única forma que el pensó para volver a puerto fue dañando los motores del barco. ¿Quien sabe que se le pasó por la cabeza? No se sabrá nunca que sucedió en la sala de máquinas una vez que él cerró la puerta.
Yo sentí que tenía que hablar con Gabriela y contarle como fueron las cosas antes que llegaran a sus oídos versiones distorsionadas. Después de todo a los muertos se les debe respeto y a los vivos la verdad ¿no te parece? Además era lo menos que podía hacer.
Así que unas semanas después vine a Zárate y me puse a buscarla. Me llevó unos días encontrarla, en ese tiempo me hospedé en el hotel mas barato que encontré y recorrí bastante la ciudad.
Fue muy difícil para mí contarle y mas duro aún para ella enterarse de la muerte de William. Era muy joven, estaba muy ilusionada. Yo fui de gran ayuda para ella en ese momento. Además era el único y último punto de acercamiento entre ella y William. Fui su apoyo. Gabriela tenía ya cuatro meses de embarazo y yo me obligué a quedarme con ella por lo menos hasta que su hijo naciera. Mis ahorros estaban escaseando, así que busqué algo que me diera algunos pesos. Hice diversos trabajos para mantenerme hasta que terminé trabajando en un barquito que transportaba troncos talados en la isla. Te aseguro que me conozco cada tramo y canal del Paraná. Años después a finales de los años setenta trabajé en la construcción del puente Zarate Brazo Largo, sabes pero esa es una historia para otro día. En los meses que pasaron, yo me volví muy cercano a Gabriela y ella a mí. Descubrimos que estábamos enamorados y yo me olvidé de Inglaterra pero William siguió siendo un permanente recuerdo en mi conciencia. Gabriela dio a luz una beba hermosa y le dio el nombre de Mirtha. Un año después nos casamos, yo conseguí un trabajo estable y mejor pago en una fábrica. Mirtha creció y se hizo una mujercita.
Se hizo un silencio en la cinta.
--- Después Gabriela se enfermó y murió a los cuarenta y tres años. Yo seguí trabajando hasta que la fábrica cerró y con la indemnización puse un kiosco. Mirtha se casó y se fue de la casa. Tuvo a sus dos hijos y enviudó muy joven, pasaron unos cuantos años y yo me jubilé, no sé qué más contarte, fue bravo cuando Gabriela se me fue.
--- Lo mejor va a ser que descanse un rato Rómulo. Si usted quiere…
--- No, no, ¿ésto lo va a escuchar Mirtha?
--- Si usted quiere.
--- Mirtha, mi amor, vos y tu madre fueron lo mejor que me pasó en la vida. Quería que lo supieras. Martincito es maravilloso como vos y Gabriela. Perdonen los errores de este viejo que pronto se va a ir.
Rómulo se quebró en un sollozo ahogado y la cinta se detuvo. El botón de reproducción saltó y reinó el silencio por un instante. Mirtha tenía los ojos vidriosos, Martín permanecía con la mirada fija y perdida en el recorder.
Yo metí la mano en el bolsillo interno del saco y extraje otro cassette y lo dejé frente a Mirtha.
--- Esta cinta tiene una grabación de Rómulo. Yo no la escuché, de hecho le dejé el grabador por un momento y lo dejé solo la última vez que estuve con él. Quién me pidió que se la diera a usted únicamente. Supongo que el Inglés tenía mas cosas para decir, pero no a mi.
Mirtha giró el cassette sobre si mismo con el dedo índice.
--- Esto es toda una sorpresa ---dijo sonriendo apenas--- voy a tener que asimilar la noticia. Dejame por favor el recorder, voy a escuchar la cinta y otro día te cuento. Creo que te mereces saber cómo termina.
--- Si usted lo cree… ---me ardía la cara de vergüenza.
Martín señaló el revolver otra vez.
--- Me gustaría quedarme con eso, después de todo era de mi abuelo. De los dos en realidad.
--- Seguro, les dejo la caja y las plumas también ---me apresuré a contestarle.
Yo miré la taza de café, ya estaba helado.
Me puse de pié. Martín dijo que me acompañaría hasta la puerta. Mirtha me dio un beso y me agradeció por lo que acababa de hacer. Yo salí al exterior de la casa, me despedí de Martín y caminé hasta el auto temblando de frío. Abrí la puerta del acompañante y busqué en la guantera otra caja de Gitanes. Miré el reloj, todavía tenía tiempo de tomarme una taza de café en algún lugar del centro. Eso me reanimaría un poco, lavándome la tristeza que me embargaba.
Ya estaba hecho. Ya había cumplido con la voluntad del Inglés.
Encendí un cigarrillo, apoyé los codos en el techo del auto y le di una buena calada.
Decidí que ya era hora de cambiar de marca. Me pareció que nunca antes había probado un cigarrillo tan amargo.
“No hay ningún viento favorable para quien no sabe a que puerto se dirige.”
Schopenhauer.
Data.
El Calpean Star figura en las cartas náuticas. Desde las costas de Montevideo aún se pueden ver los palos que señalan el lugar del naufragio. Hubo algunos intentos de reflotarlo, pero sin éxito. En un reconocido sitio de Internet se remata una cuchara grabada con el escudo del navío por $1000.
Nunca se aclaró en detalle técnico cómo se produjo el incendio en la sala de máquinas, tal vez la desconexión intencional de alguna tubería de combustible, pero éso es sólo una conjetura mía. Imagino que los restos de William Hardgrave aún yacen en la sala de máquinas, ciego y mudo por las aguas del río color de león.
Los restos de Rómulus James Stanwell están en el cementerio de Zárate junto a los de su esposa, Gabriela Esquivel.
Mirtha y su hijo escucharon la cinta y me confesaron que encontraron su contenido demasiado íntimo para que yo la escuchara. Y está bien, creo que así debe ser.
La libreta con mis notas está oculta en algún cajón y en su interior se esconde una de las plumas del albatros que maldijo al Calpean Star. La historia de este infortunado navío ya está contada. También ha sido dicha la verdad que tanto atormentaba a Rómulus.
Y el resto, recordado.
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