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Categoría: Fábulas

En el país de los sueños

Más allá de los densos y grises nubarrones que cubrían la tierra, estaba la cima más alta de todas, tan orgullosa, tan sublime,...tan peligrosa para todo aquél que osase escalarla. Hasta el momento sólo unos pocos locos habían conseguido llegar hasta la cumbre, en busca del sagitario de oro que según la leyenda los dioses habían puesto allí para fastidio de los Hombres, pero ninguno regresó.
De todos modos para qué necesitaban tal cosa, si la Naturaleza les daba todo lo que podían desear y más, pero ya se sabe, los Hombres cuanto más tienen más quieren. A los pies de la montaña, grandes y frondosos bosques se extendían hasta el mismo horizonte, tan frondosos que una vez dentro era un milagro encontrar una senda que llevase al exterior. Y en esos bosques había animalitos de todos los tamaños y colores, aunque los que más abundaban eran las ardillas.
Más allá estaban los barrancos, por entre los cuales discurría sinuoso el río, y al otro lado la primera calzada que llevaba a un lugar habitado. En verano el río se secaba, y algunas alimañas bajaban al lecho para devorar a sus presas, protegidas de otros predadores por el misterio de las grandes paredes rocosas, y en invierno, cuando todo estaba cubierto por un grueso manto de nieve, los nómadas del oeste pasaban cerca de allí.
Pero el lugar más evocado no era aquel río, ni la montaña del sagitario, ni siquiera las cordilleras que como serpientes de roca se extendían hasta el océano, sino una pequeña llanura ajena al bullicio de los Hombres y casi de todas las criaturas, donde hace mucho tiempo, cuando los que ahora eran viejos decrépitos aún no habían nacido, tuvo lugar la batalla más cruel y sangrienta que jamás hubiera ocurrido. Y todo porque un ladrón de sueños, uno de esos mequetrefes malévolos que no tenían casa pero vivían en la de todos, robó un sueño de amor a una princesa. Enseguida una partida de soldados salió en busca del ladrón, pero éste tenía amigos poderosos, y oscuros, y el asunto se complicó, hasta que acabó en una guerra abierta. Si ganó uno u otro, nadie lo recordaba, sólo se sabía que el ladrón fue atrapado y la princesa volvió a sonreir en sueños, pero ése era otro cantar.
Desde esa llanura, cuando las nubes no lo impedían, podía verse el mar, con las islas de los viejos piratas al fondo, y algún que otro dragón doméstico sobrevolando las aguas. Pero allí también se vertió sangre, y hubo dolor, y por eso nadie sabía ni quería saber cómo llegar, aunque fuera para ver aquel paisaje. De todos modos, los Hombres de la época, salvo los nómadas, a los que no les importaba qué camino seguir hacia las nuevas tierras, eran bastante crédulos con mitos y fantasías y también recelosos, y ninguno había ido más allá del río, salvo esos pocos locos que un día intentaron escalar la gran montaña, y no volvieron.
Datos del Cuento
  • Categoría: Fábulas
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Roberto Cifuentes
invitado-Roberto Cifuentes 27-09-2004 00:00:00

La verdad es que te has puesto demasiado aburrido, Flandes, aunque escribes bien.

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