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IV
-Cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Ya! Cinco- cuatro- tres- dos- uno. ¡Ya! Cincocuatrotresdosuno, ¡ya!
Los golpes, aunque esperados, sorprendían por su rapidez y eficacia. A veces pensaba que el entrenamiento era demasiado duro y que, con su experiencia, podría prescindir de los ejercicios de acondicionamiento.
El moverse entre tantos mundos de una manera continua, le provocaba problemas con su densidad interna y con las gravedades externas.
-Cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Ya!
Hasta recibir el imperativo final, el SINDRA se reservaba muy mucho de mover su brazo izquierdo y dirigir el tallo de caña petrificado hacia la cara del mayor Seedus. Si lo hubiera hecho antes de tiempo, sabría que el castigo era irrevocable, pues él no era imprescindible. Hubiera sido sustituido al momento por otro autómata programado para la preparación física del militar.
El viejo ritual de sudar a voluntad encerrado en vapores, seguía siendo instituido para lograr una aceptable respuesta del binomio mente-cuerpo. El preventivo posterior del baño helado daba excitación a la puesta a punto del aparato muscular, y eran envidiables las ganas de actividad febril que despertaba en los que se lo autoimponían.
Un desayuno rico en proteínas completaba el enfrentamiento a un nuevo día. Aunque en este caso, el día era únicamente aludido por los aparatos de temporalidad, ya que el crucero sideral navegaba en un negro vacío. El próximo lucero aparecería reflejado en el pulimentado casco de la nave nada más salir del hiperespacio al que estaban sometidos los tripulantes del Montgomery.
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Espaciopuerto de Zemos, uno de los núcleos urbanos más habitados del Planeta Enlacer.
Una carga muy especial viene a bordo del siguiente convoy espacial. Su origen, la Tierra. Su modalidad, Mayor de las Fuerzas Especiales de Pacificación VENUSI y vicepresidente en funciones de Incógnita. Su nombre, Thomas Seedus. Su misión, desconocida.
La gran plataforma sobre la que se ha posado la inmensa mole Montgomery, desciende lentamente por el hueco antigravedad. Cuando se interna a cien metros de la superficie, cesa el movimiento. Con un aspecto sublime, el humano se dirige hacia la salida más cercana.
Totalmente de incógnito, atraviesa la Avenida América, llamada así en honor del penúltimo submundo descubierto en la Tierra, llega a la Pla Stu, lugar de encuentro de los jóvenes de la ciudad, y termina su recorrido en la zona residencial de Landas, la élite de los habitantes de Zemos. Cuando llega a su destino, se siente azorado, el corazón le late mucho más deprisa de lo normal y la respiración empieza a entrecortarse. Tiene miedo.
La mansión contiene claras referencias a la forma de vivir de los terráqueos de antaño. Su estilo victoriano denota el gusto por lo exquisito del dueño y constructor. Pero esto es secundario.
-Señor Seedus, le estábamos esperando.
Acompañado por el pequeño ser que le ha dado la bienvenida, se introduce en un largo corredor de paredes cristalinas. Aunque andan a una velocidad castrense, logra atisbar unas formas rectangulares que aparecen adheridas a ambos lados: son cuadros. Su ignorancia sobre cualquier tipo de arte se transforma en asombro. Cuando desembocan en algo que asemeja un cicloinvernadero, el humano se queda a solas con cientos de vegetales. Tras varios minutos de interrogantes, sus pensamientos quedan turbados por otra presencia no humana. Sin embargo, él la reconoce.
-Almirante Kras, ¡cuánto me alegro de verle!
-¿Cómo ha transcurrido el viaje?
-Sin novedades destacables, señor- logrando reprimir la excitación.
-¿Y su paseo hasta aquí desde el espaciopuerto?
-Perfecto. Gracias por su interés.
En una breve pausa, Seedus parece inspeccionar el lugar en que transcurre la conversación.
-¿Es un experimento?
-¿Qué le parece mi planta de oxigenación natural?- por primera vez, la sonrisa aparece en su parco semblante-. Acompáñeme a mi estudio.
Tras los pasos del almirante, los suyos le colocan en una senda de la selva semiartificial que se extiende cien metros. Antes de ingresar en una habitación sin ventanas y con una única entrada-salida al exterior, no puede dejar de echar una última ojeada al gran conjunto verde. Están en el reino de Kras. Éste indica un asiento, especie de trono propio de un monarca del Medioevo terrestre. Kras se sienta frente a él en una réplica exacta del sillón que ocupa Seedus. El corto espacio que los separa, está ocupado por un monitor bicilíndrico.
-Vayamos al meollo de la cuestión por la que le he emplazado aquí: Parece ser que no hay resultados patentes en las negociaciones.
Las mandíbulas apretadas sugieren tensión en la cara del mayor.
-Parece como si hubiera una suerte de impotencia general ante los problemas que aquejan a gran parte de la Confederación. Creo que tenemos que... ¡Tenemos que proceder inmediatamente o si no el futuro de la Unión abarcará un corto, pero que muy corto plazo!
-¡Cualquier exportación debe ser inutilizada!- pareciera que los ojos de Seedus se fueran a salir de sus cuencas.
-Perfecto, pensamiento ágil- una gran carcajada se deja escapar de su boca.
-No se burle, almirante. ¿Y cuándo...?
La respuesta completa a la pregunta interrumpida, es tajante.
-¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!
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