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En lo particular, creo que hay mucha gente que dirá: No da miedo, es una pérdida de tiempo o sin duda, “Qué poca Imaginación la Tuya”, pero sin duda es muy diferente leerlo, y creer que solo fue mi imaginación, a vivirlo y tener las agallas para recordarlo y relatarlo, porque una experiencia real, siempre supera la ficción.
Eran casi las tres de la tarde, cuando el sol nos pegaba fuerte en el rostro y la caminata se volvía más extensa entre los pedregosos cerros de Salamanca, cerca de Illapel, conocida más bien, como la “Tierra de los Brujos”.
Habíamos pasado por las palmas de Cocalán hacía unos días atrás, cuando había tocado para un matrimonio, (pues soy músico), y esta vez, dos integrantes de mi grupo, (ambos primos míos además), me acompañaron en esta travesía.
Creo ser aficionado a las cosas sobrenaturales, como muchos seguramente, pero mi afición, me llevó a cometer una de las locuras más grandes de todas, una donde sin duda jamás debí meterme.
Como lo mencioné, caminábamos sobre los pedregosos cerros de Salamanca, estábamos buscando la por muchos llamada, “Cueva de Salamanca”, lugar donde los brujos locales se juntaban a celebrar sus fiestas, brujos que convertidos en aves llegaban a vuelo con sus ritos, cantos y celebraciones.
Nunca había visto nada, nunca había caminado por allí, de modo que salirse de la ruta, sería bastante riesgoso, razón por la cual no hicimos nada de ello.
Así anduvimos un par de horas más, con el agua de la cantimplora que casi hervía para el té, con la lengua casi a rastras por el suelo y las piernas que no daban más del cansancio.
Recordé en ese momento que la gente local me lo había advertido:
– ¡No la busques, hijo!- me dijo un anciano minutos antes de partir.
– ¿Por qué?- le pregunté yo.
– Por a la cueva de Salamanca no puedes entrar a no ser que te inviten.
– ¿Y eso…?
– Uno de ellos- me dijo refiriéndose a un brujo.
Solo me reí.
– La encontraré, caballero. Esa solo es una leyenda local.
– Es leyenda hasta que es tangible.
Cuando recordé lo que me había dicho, solo sonreí.
– ¿De qué te ríes?- me preguntó Jairo mi primo y vocalista de mi grupo, dándome un tatequeto en la nuca.
– Es que- le dije-, un viejo me dijo que no encontraríamos la cueva, si los brujos de acá no nos invitaban.
– ¿Qué?- preguntó incrédulo- ¡Dime que me estás huebiando!
– Sí, ojalá- me burlé.
– Y entonces… ¿qué hacemos?- inquirió Andrés, corista y primo mío también.
– Creo que lo más conveniente va a ser devolvernos- propuse señalando la ruta.
Los ojos de los chicos tenían un brillo enojón, además de los ceños fruncidos y la clara falta de ejercicio de nosotros tres nos daba más rabia el seguir caminando, aunque para nuestra suerte, esta sería bajada.
La ruta era larga en sí, y como no continuamos adelante, nunca supimos donde terminaba el camino de tierra por el que íbamos.
Observábamos en todas las direcciones, hacia arriba los cerros pedregosos, hacia el frente el camino de tierra, hacia atrás lo árido que era la flora y hacia abajo las terribles pendientes, largas y que daban a entender que una caía sería desastrosa y terminaría en una muerte segura con el cuello roto.
Íbamos tan cansados que las piernas nos tiritaban y el sol de a poco nos iba dando su adiós dando paso a la total oscuridad.
No tenía la más remota idea de que habíamos caminado tanto. El sendero seguía al frente de nosotros y para nuestro colmo no andábamos con linternas, solo con el aporte visual natural que ya se escondía tras los cerros que cubrían Salamanca.
– ¿Y qué hacemos?- preguntó Jairo.
– No sé- contestó Andrés- lo que es yo, voy a ir a echar la corta, (orinar).
– Ten cuidado no más, pitufo- aludí por su estatura.
Al separarse un poco de nosotros, notamos como de un grito cayó por una pendiente que gracias al cielo era corta. Se había tropezado con algo y rodó loma abajo hasta que un viejo tronco de cactus seco y sin espinas lo detuvo en el trayecto.
– ¡Estás bien!- pregunté.
– Me duele…- se quejó- parece que me quebré una costilla.
– Ten calma- agregué tratando de no perder yo la mía.
Miré a Jairo entre lo que podía observar y sin más lo abracé.
– ¿Qué vamos a hacer?- le pregunté.
– Espera aquí- me dijo- voy por ayuda.
– ¡Qué!- exclamé asustado, no por el hecho de quedarme solo, sino por el hecho de quedarme en la compañía de mi primo, ¿y si moría?
– Es la única salida, o que vayas tú.
No lo pensé dos veces, entre caminar solo por el resto de ruta que quedaba y no escuchar más que mis pasos o el cantar de las lechuzas, o quedarme y tranquilizar a mi primo que se quejaba bastante, prefería mil veces oírlo incesante por su dolor.
– Vuelvo al tiro- me dijo Jairo soltándome de él y dándome un beso en la cara como para reconfortarme.
Sentí sus pasos correr frente a mí y poco a poco se fueron silenciando.
Cuando no oí nada más, le grité a mi primo:
– ¡Andrés!
– ¡Emilio!- exclamó con tono dolido- ¡me duele demasiado!
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Sin mentirles, tenía miedo, a veces pensaba en que sería una buena oportunidad para buscar indicios de la cueva, pero dejar a mi primo votado, ni pensarlo, además, me da miedo andar solo y sobre todo por un lugar que no conozco.
Andrés seguía con sus quejas y Jairo hacía rato que se había ido y no llegaba.
– ¿Qué mierda?, si no fue tanto lo que caminamos- me dije.
Una lechuza irrumpió mis pensamientos.
– ¡Cállate!- le grité, cuando de la nada el aleteo se hizo más fuerte, sentí una parvada de aves y con la rapidez más grande de todas me hice hacia un lado del sendero para gritarle a Andrés y sentir su voz.
Pájaros malditos, pensé.
A ratos le dejaba caer algunas palabras a mi primo para que no nos sintiéramos solos, porque ante todo, prefería escuchar sus quejas y no el silencio que había a esas horas, cuando la oscuridad era inmensa y ni siquiera la más mísera luz del pueblo se divisaba.
– ¡Tué – tué – tué – tué – tué – tué!- oí tan claro que los pelos se me erizaron y no atiné más que a gritarle a Andrés.
– ¡Andrés… un Tué – tué!- le dije-. ¡Qué hago!
– Cállate huevón- me dijo sin signos de dolor- no le digas nada, espera a que se vaya.
Para los que no saben acerca de ellos, los Tué – tué, son unos pájaros muy singulares, si buscan en google, verán que tienen una singular cabeza humana y cuerpecitos de ave, pues bien, ellos, son los señores de Salamanca, los señores que debían invitarme, a su cueva.
Entre el miedo de mi primo, la excitación por el momento y todo eso solo traté de callarme, aunque el pájaro seguía dando su cantar y más nervioso me ponía.
Cabe destacar que articulan la palabra con su pico, (boca en realidad). De ahí su nombre. El nombre de Tué – Tué, viene por la palabra que emiten al cantar.
– ¡Tué – tué – tué – tué – tué – tué!- sentí de nuevo con el batir de alas.
– ¡Ándate por la chucha!- le espeté- ¡nadie te quiere aquí viejo de mierda!
En eso sentí la voz de Jairo que llegaba.
– ¡No!- exclamó- disculpe, caballero- le dijo- ¡ayúdenos con mi primo!, me pegué el pique por el camino y no encontré la ruta del vuelta, ayúdenos a volver y le damos té en la casa, hacemos lo que ud. Nos pida.
Andrés se quejaba abajo, y cabe destacar que él más supersticioso que yo, aunque él elige lo que quiere creer, algo así como un Escotoma, la mente ve lo que quiere ver, el cree lo que quiere creer.
– ¡Jairo huevón, tonto de mierda, yo no pienso hacer tratos con esa cagá de tué – tué!
En menos de cinco minutos, observamos una ligera luz en el sendero, alguien se acercaba con la rapidez de un asno con carga.
– ¡Ehhhh!- le gritamos a un viejo caballero que traía un chón chón en su mano para alumbrar el sendero.
– ¡Mijitos!- nos dijo- ¿qué hacen por estos lados viendo que es tan peligroso?
Vi a un señor de cara morena avejentada por el sol, sonrisa alegre y lo más súper conocida pero no sabía de dónde.
En un principio creí que era el tué – tué en forma humana, pero luego me di cuenta de que no era así.
– ¡Tué – tué – tué – tué – tué!- se sintió de nuevo.
– ¡Cállate mierda!- le dijo el viejecito con aire gracioso.
En un principio no había notado que traía un segundo asno tras del primero con un joven de más menos mi edad, alto, de pelo negro y piel pálida, bien bonito, ojos oscuros y un chaleco, ni comparado con el viejito que iba de poncho y chupalla.
– Váyanse con nosotros pues cabritos- nos invitó.
– Es que, ¿sabe?, un primo de nosotros se cayó por la pendiente y no sabemos como sacarlo- le dijo Jairo.
– Chuta- agregó el señor- saquémoslo poh, yo tengo una soga, se la tiramos, que se la amarre y lo tiramos para arriba.
Así estuvimos y le dijimos a Andrés, le dimos las indicaciones e hizo y acató cada orden, aunque le dolía la costilla.
Cuando estuvo arriba, lo montamos sobre un asno bien firme para que no se callera y para que no le doliera el caminar, porque para nuestra suerte, podía afirmarse en sus piernas, pero el dolor que sentía, decía ser insoportable.
El chico pálido pero bonito se bajó del asno y se puso cerca de Jairo, quien al mirarlo sintió un poco de extrañeza. Mi primo es bonito también, y por un momento pensó que el chiquillo era gay y le había caído en onda, pero no, al parecer, era otra cosa.
El chón chón alumbraba harto, para ser solo un tarro de choros vacío con una vela encendida y un agujero al frente para que la luz señalara el camino.
Andrés de a poco comenzó a incorporarse y a ratos se reía con nosotros, a excepción del chiquillo ese que al rato empezó a darme mala espina.
Jairo seguía nervioso, pero bueno, se había sacado el peso de hacer el trato con el Tué – tué. Dicen que cuando uno los escucha hay que decir: Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana, para que no escuchen lo que se habla de ellos, o que simplemente se los invite a tomar té, y al otro día, llega en su forma humana, eso cuentan los Salamancos. Como sea, el hecho fue, que mi primo creyó haberse sacado el peso de ese trato de encima, aunque no era muy así.
Cuando comenzamos a ver luz, bajamos por un cerro que daba un terreno descampado, allí nos separamos y el viejito tomó ruta por una cuesta cerro arriba de nuevo, aunque eso no nos causó extrañeza pues en los cerros también había casas y por esa ruta se llegaba a algunas de ellas.
Andrés trató de caminar, y para sorpresa nuestra, su dolor había desaparecido.
– Flojo de mierda- le dijo Jairo- te hiciste el huevón para no venirte caminando.
– No, no, no- farfulló Andrés- te juro que no.
Como sea, el hecho fue que arribamos a la casa y cuando llegamos, Carlos, nuestro baterista nos retó como nunca por haber desaparecido tanto rato, Danilo, el bajista nos dijo que de ser por él no hubiéramos vuelto, es más, la puerta estaba abierta por si queríamos salir de nuevo, (bromeando obviamente), aunque el hecho de haber visto la puerta abierta cuando nos cercioramos de cerrarla nos dejó cierto ademán de extraño.
Jairo se apresuró a ver si alguien rondaba la cercanía al interior o al exterior de la casa donde alojamos aquella semana y al no ver a nadie cerró la puerta.
– ¡Pum, pum, pum, pum!- se escuchó apenas la puerta estuvo cerrada.
A cada quien se le paralizaron los pelos del cuerpo, todos y sin excepción Jairo simplemente atinó a abrirla nuevamente sin miedo, o por lo menos simulando no tenerlo.
Al abrir no vio a nadie de modo que se alejó de la puerta.
Nos dimos un baño, (en forma separada claro está), y luego de eso nos acostamos, ahí si lo hicimos en la misma habitación, había solo dos camas, una de plaza y media para Andrés y en la de dos plazas, dormíamos Jairo y yo, aunque de una forma desagradable porque el roncaba y yo me daba demasiadas vueltas en la noche a causa de sus ronquidos.
– ¡Tic, tic, tic- sentí en el vidrio de la ventana.
– ¿Qué pasa?- preguntó Andrés que también oyó.
– No sé- le dije irguiéndome de la cama.
De nuevo el mismo sonido.
– ¿Qué huevada pasa?- inquirió Andrés.
– Corre la cortina poh sacowuea, ahí a lo mejor puedes ver- le dije.
Lo hizo, pero no se vio nada, la más mísera criatura o rastro de algo sobre el vidrio.
– ¡Pam, pam, pam!- en la puerta de la habitación y tan estrepitosamente que esta vez, Jairo también se irguió sobre la cama.
– ¿Qué pasa?
Las voces del resto de las personas del grupo se sentían en la casa y la puerta de la habitación que seguía sonando.
El bajista nos habló, y creímos que era una broma de ellos. Tratamos de salir pero la puerta había quedado trancada, gritamos y sin más, Jairo la derribó de una patada.
– ¿Qué wea?- preguntó Carlos, el baterista-, que arman tanto escándalo el trio de amigos.
Wilson, uno calvo que tocaba la guitarra nos regañó:
– ¿Creen que estamos para su hueveo?, pues fíjense que no poh, cabritos, miren, ya son las tres de la mañana, ustedes están cansados, nosotros estamos cansados y todavía nos quedan dos matrimonios donde tocar este fin de semana. Paren su hueveo y déjennos dormir, ¿Ya?, ¿o les hago un dinujito?
– Pero Wilson – le dije buscando arreglar las cosas.
– Nada- espetó.
En ese momento, la puerta sonó tres veces y de una forma ronca.
Todos miramos en silencio hasta que Jairo se decidió y abrió con cuidado.
Era el chico que andaba con el viejo que nos ayudó cuando buscamos la cueva de Salamanca. Entró con un poncho plomo y una chupalla de paja.
– Pasa- le dijo Jairo.
– Hola- saludó.
– Hola, wn nos asustaste, nosotros creímos que eras…
– Usted me invitó- dijo el joven- me invitó a tomar té- agregó sacándose la chupalla de paja.
Todos nosotros quedamos perplejos ante ello, creíamos que era un juego, hasta que la seriedad en el rostro de aquel joven nos demostraba que no era así.
Seguramente encontraron largo el texto, tal vez no de miedo, pero es real, y para gracia de ustedes y no aburrirlos, lo haré en dos partes pues para el administrador ha de ser trabajo poder publicar toda esta extensión saber que no asustará a nadie.
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