Miras por la ventana y ves la tristeza de la vida reflejada en la pobreza de todo lo que te rodea. Tratas de pensar en un mundo feliz. Es difícil. La radio suena melancólica, alimentado tus miedos. Escuchas el sonido de saxofones y esa voz que te gusta tanto. “....Si esto llegase a acabar, mírame directo a los ojos, sabré mentir a Dios, por verte hoy...”. Sientes el peso de tus culpas. Quieres ser expiada. La vida no es fácil, no para ti.
-¡Martita, baja mi amor!-te llama tu madre-¡Juan Francisco ya llegó!
Te sientes rodeada, acorralada por tus pensamientos. Tus acciones son irreales, respuestas automáticas a tus sentimientos. Bajas lentamente, mirando siempre hacia atrás, vigilando tu alma. Llegas a la sala, saludas y te internas en un mundo nuevo que ya conoces. Un chillido te saca de tu abstracción.
-¡Oh, perdón!-dice Laura, la empleada, está atónita
Acaba de derramar el cafecito sobre el pantalón de Juan Francisco, que luce radiante como un modelo salido de un catálogo. Piensas en ella, en lo triste y monótona que debe ser su vida: cocinar, limpiar, lavar, planchar... Luego te das cuenta que ella tiene amor, tiene una familia que la espera ansiosa los fines de semana. Tu momento de gloria se va al piso.
-Te ayudo-dices con una voz que suena áspera.
Llevas las tazas de café a la cocina y sirves más. Regresas y las miradas se posan sobre ti. Te olvidaste de cambiarte de ropa y estas causando un espectáculo. Sabes lo que dirá más tarde tu mamá. Puedes oír sus gruñidos. Dejas las tazas y subes a tu habitación.
Te sientas frente al espejo y observas que tu reflejo es una burda distorsión de la realidad. Coges un pequeño espejo con mango nacarado, lo tiras y recoges los pedazos. Los pones sobre la cama. Cierras la puerta de tu cuarto y las puertas de tu vida también. Escuchas los chillidos de tu madre rogándote que no lo hagas. Coges un pedazo, el más afilado, y los pasas violentamente sobre tus muñecas. Ves surgir la sangre. Te asustas, pero sabes que es inevitable. El momento ha llegado. Te sientes mareada y empiezas a caer lentamente sobre tu cama. Ves tu vida en un instante, pero la sacas de tus pensamientos. No soportas ver a tu familia en un momento tan importante para ti. Porque la muerte es un ritual. Recitas : “Salgo desde el fondo de la tierra, para hundirme en una vieja oscuridad. Buscando penetrar las entrañas del mundo mi sangre se decolora fugazmente. Mi desalmado cuerpo pierde fuerzas en la quema de espíritus.
Me estoy agotando en este vacío”. Entras en un laberinto donde tus pecados son la única salida visible. Dejas de respirar lentamente. Aún puedes ver las paredes del sanatorio, un carro, tu mamá que te fue a recoger. Tu mamá, te habías olvidado de ella. Haces un esfuerzo por entender algo en los confusos gritos. Te paras y con las pocas fuerzas que te quedan escribes con tu sangre en la blanca pared: Te odio.
En dos palabras has resumido tu vida. Miras a tu alrededor y ves tu mundo lleno de sangre, nublado e insignificante por la belleza de aquel líquido rojo que brota de ti. Cierras los ojos y caes lentamente. Estás muerta.
De verad, este cuento me pareció muy bueno. Es un poco triste, ya que la protagonista denota locura y rabia al ver la sociedad que la rodea...pero algunas veces es así: nos sentimos impotentes