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Recuerdas cuando nos sumergimos en aquella tristísima balada...
Fuimos como un tango arrebatado y oscuro. Como un plañir de notas dolorosas en cadencia de muerte.
Atravesados de tonos sostenidos en un hilo de llanto, igual que se hundirían las espadas de un histriónico mago en nuestro pecho, caja de renonancia absoluta.
Nada une más que las lágrimas.
Por eso, mi amor, en las despedidas se llora. Necesitan esas gotas de alma salada, unirse al hombro que se amó.
Recuerdas cuando fuimos danza lenta, y un piano nos mordió con su recta dentadura de bocados curvos y ondulantes...
Fuimos los dos una manzana traspasada por el afilado arco del violín.
Y hoguera nacida del ascua, que alentaron los viejos acordeones, sangre de fuelles, hijos del aire, hermanos del fuego, música roja y ardiente.
¡Dios. Cómo hierven las mejillas cuando estás llorando!.
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Noto como arde mi mejilla Por lágrima incontenible, Al leer tu balada sentida Por ese amor irrepetible. (“Balada”, de Luis Jesús)