Decidí formar la mujer Frankestein.
La verdad no sé como fue. Quizá me atravesaba el pecho un rayo de soledad que traía consigo aromas de romanticismo y nostalgia. Extrañé durante infinitas noches el arte del roce de los labios ajenos.
Había intentado olvidar a una mujer durante más de cinco años a fuerza de permitirme la compañía de bellas mujeres, pero ante el fracaso terminé convenciéndome que su nombre se ocultaba detrás de todas las formas de mujer, Inés.
Una noche que hubiera matado por una caricia o algo de abrigo pensé que quizá si pudiese sumar las partes de todas las mujeres que fueron mis parejas, tal vez podría crear una criatura tan perfecta que tendría el poder de hacerme sanar de Inés. Tan sólo me llevó una noche confeccionar el diseño de mi desalmado plan. Lo pude lograr recortando viejas fotografías.
Los ojos.
El dicho popular afirma que los ojos son las puertas del alma. Raro es que los ojos de esta mujer no los haya escogido de color verde, miel o celestes. Eran de una color común y ordinario como tantos otros. Cuando conocí a Cecilia me supuse que se encontraba bajo los efectos de alguna droga por la dureza de su mirada. No podía estar más equivocado. Sus ojos eran gigantes, ovalados como los de los gatos. La puerta de su alma era completamente sincera. Con ella comencé a confirmar mi teoría que detrás de cada mujer hermosa se esconde el demonio.
Había pensado en secuestrar a Cecilia y arrancarle los ojos con una cuchara, pero luego desistí y opté por robar su mirada de una manera apenas un poco más diplomática. Me le aparecí por sorpresa en la calle gritándole por detrás, cuando ella se dio vuelta asustada sin comprender lo que sucedía alcé mi puño y lo cerré fuertemente frente a sus ojos. Ya tenía la mirada para la mujer que yo ansiaba.
La sonrisa.
Escogí una sonrisa de niña para mi hermoso plan. Cuando estuve junto a Romina éramos dos niños, nuestra relación fue inocente basada únicamente en los buenos sentimientos, y aún hoy, cuando el destino nos cruza en algún lugar siguen aflorando esos niños que fuimos. Su sonrisa sigue intacta.
Conseguir esto fue lo más sencillo de mi cruzada. Le expliqué detalladamente mi plan a la propietaria de la sonrisa, y aún sin comprender demasiado mi idea, accedió a sonreír frente a un frasco de cristal para que yo pudiera encerrar su sonrisa.
Las manos.
Raro es que me fije en las manos de una mujer, más aún cuando esa mujer sólo ocupa un lugar en mi vida como amiga, y aún más raro, cuando la propietaria de esas manos tiene facciones absolutamente bellas como para escoger de ella sólo eso. Las manos de Verónica eran pequeñas, suaves y tibias, y olían a romero. Una vez tomó mi mano entre las suyas y me transmitió infinitas sensaciones, me sedó, me erotizó, me contuvo, encendió fuego en mis manos.
Si bien Verónica era mi amiga y habría mostrado buena disposición para ayudarme en mi proyecto, yo no podía revelarle que estaba enamorado de sus manos. Entonces, inventando no sé que excusa, fingí llorar desconsoladamente frente a ella. Era de buen corazón y no dudó en abrasarme y acariciarme para frenar mi llanto. Ya tenía las caricias de las manos que deseaba para construir mi mujer.
Los pechos.
La piel de Alina era fresca y suave, y sus pechos eran enormes, redondos y firmes. La relación con ella fue traumática para ambos, de hecho todo el tiempo que estuvimos juntos sólo llevó a un mismo lado: una buena cama por las noches y destruirnos durante el día.
La verdad es que preferí no toparme con Alina por el mismo motivo de nuestra traumática relación. Eso imponía un gran impedimento para mi plan. Frente a una caja de zapatos me puse toda una noche a recordar sus formas, y cuando el tacto de sus pechos revivió en mi, cerré la caja para poder dejar encerrados allí sus senos.
El trasero.
Contrariamente de lo que le produce a muchas personas, el trasero de las mujeres no me produce un instinto de lujuria, sino que me inspira ternura. Siempre me gustaron las grandes caderas y las nalgas carnosas.
El trasero de Alejandra era todo lo contrario del estereotipo que me gustaba. Tenía unas proporciones delicadamente colocadas, era redondo, firme y parado, de hecho, yo solía bromear con ella diciéndole que tenía un trasero para ser usado en propagandas de jeans. Tuve poco tiempo junto a ella como para poder disfrutar su anatomía, pero dejamos una buena relación. Alejandra había reiniciado su vida felizmente, de hecho, cuando la visité de improvisto planeando realizar mi plan, se encontraba en presencia de su novio. Lejos de caerme mal, el muchacho me resultó simpático y era muy atento conmigo. Era una suerte que ella hubiera encontrado a una persona tan agradable. Los tres tomamos café y conversamos de todo. El asunto es que la presencia de su novio significaba un estorbo en mi camino.
Cuando anuncié mi retirada, él se paró y me estrechó fuertemente su mano mientras que ella me acompañó hasta la puerta de la casa. Le arrimé un beso en la mejilla y en ese momento mi mano se prendió fuertemente de sus nalgas como queriendo arrancarlas. Ella gritó e intentó zafarse, su novio no entendió lo que sucedía mientras miraba atónito, y yo huí.
Ya tenía el trasero.
Las piernas.
Raro es que recuerde las piernas de Gimena cuando ella significó las primeras lagrimas por amor. Sus extremidades eran largas, suaves y estilizadas. Tenía un vago recuerdo de ella, e incluso hacía ya varios años que había perdido la noción sobre sus nuevos paraderos. Pese a lo que ella significó en mi vida la consideraba intrascendente, ya que había asumido esas primeras lagrimas como un proceso natural por el cual todos debemos bautizar al corazón para prepararlo para la llegada de nuevos amores más fuertes y duraderos. Al desconocer su paradero no podía idear ninguna artimaña para intentar extraerle las piernas, así fue como durante largas noches busqué la compañía de piernas dignas de la divina criatura que estaba por crear, pero todas las mujeres me resultaban vulgares.
La noche que menos las esperaba, conseguí la compañía de unas piernas largas, finas, suaves y firmes hasta que asomara el nuevo sol.
Las facciones que faltaban las conseguí sin demasiado esfuerzo. La nariz, el corte de cara, el cuello, la espalda y el abdomen.
Cosí las partes usando cabellos como hilo. Esta tarea apenas me demandó dos noches.
La criatura desnuda echada en mi cama era bellísima, divina, celestial, pero no respiraba, inútil era que la bautizara si no iba a moverse de allí. Cuando lo comprendí, desesperado, impotente y desencantado, me eché sobre su vientre a llorar desoladamente.
Al cabo de unos minutos, las manos de Verónica me quitaron de encima. Atónito por el hecho enmudecí, me moví hacia un costado de la ventana de la habitación y sólo contemplé lo que sucedía. La durísima mirada de Cecilia se clavó en mi un instante. El cuerpo se corrió, se sentó sobre las nalgas de Alejandra en un costado de la cama, y luego se puso en pie. Examinó minuciosamente la habitación durante unos segundos, y luego los pechos desnudos de Alina caminaron lento hasta pararse frente a mi. La sonrisa de Romina dejó de ser sonrisa cuando la criatura me dijo: Ya ves lo inútil que es, detrás de cada mujer me escondo yo. Yo soy Inés.
La criatura se dio media vuelta y caminando desnuda en piernas extrañas me abandonó saliendo por la puerta.