Hace unas horas atrás el enfermo en medio de una gran desesperación pedía a gritos que le pusieran a la vera del camino por donde había de pasar el maestro, “por amor de los Patriarcas, llévenme a orillas del Jordán, yo se que el Maestro curará mis decrépitas y múltiples heridas”, así que en reunión familiar accedimos a los deseos de su corazón.

El tumulto era terrible, hasta las bestias seguían al Maestro, por un momento quisimos quitar al aquejado de la dirección que llevaba aquella riada humana, pero una señal del ya cercano Señor nos persuadió de hacerlo.

No se logró lo que deseábamos, el Señor no pudo tocar a nuestro amado deudo, solo una porción de su sombra atinó a pasar sobre él y sin embargo esto pareció ser suficiente, cerrando sus ojos, el enfermo murió.

Yo grité, no era justo, el tenía fe en el Maestro, porque aquella muchedumbre egoísta no permitió que el Señor tocara a nuestro amado, otra cosa hubiera sido si El al menos le hubiera hablado, mis lagrimas nublaron mi vista haciendo incoherente el grupo que se alejaba. De pronto ante mis ojos apareció el moribundo acompañado de un hermoso hombre de aspecto angelical, viéndome a los ojos me dijo:
- No llores más, ante que mis llagas estaba el dolor que mi alma aquejaba, el pecado que mi Maestro tan solo con el paso de su sombra sobre mi cuerpo ha perdonado echando al olvido mis afrentas, ahora yo voy al descanso, lucha tu por lograr la aprobación, y no critiques a aquellos que ávidos buscan también de ese perdón vivificador.
El tumulto se alejaba, mientras yo recogía los restos de nuestro querido deudo, que esbozaba en su ya dormido rostro la más espléndida de las sonrisas.