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Categoría: Ciencia Ficción

Las pirámides de plata (I)

Jerry

 

Irlanda, 1954. La apartada bahía de Dingle, en el Sur-Oeste de Irlanda es, para muchos, el lugar más bello del mundo. Forma parte de la Irlanda profunda; allí donde, entre brumas y nostalgias, se oye hablar y cantar en gaélico, su lengua ancestral.

 

El pequeño pueblo pesquero de Dingle tenía entonces unos 1.500 habitantes. Apenas había llegado el turismo, pero el lugar empezaba a ser venerado por gente bohemia; pintores, escritores… en general personas mayores, procedentes de Dublín o Londres que, una vez retiradas de sus aburridas vidas laborales, se habían instalado allí.

 

Jerry Lisburn había nacido en Dingle y, en su vida de 57 años, apenas había salido de allí. Una vez de joven, sus padres le llevaron a Dublín por algún trámite administrativo; y después había ido una media docena de veces a Cork. Y nada más. Su vida se había desarrollado íntegramente en Dingle. En realidad Jerry no necesitaba ir a ningún otro sitio ni tenía el menor deseo de ello.

 

Jerry vivía solo en el primer piso de una casita de pescadores en el mismo centro del pueblo, al lado de la lonja en donde tantas veces había vendido su pescado. Porque Jerry había sido pescador toda su vida, hasta que hacía seis años sufrió un infarto. Lo sufrió en plena faena, mar adentro. Sus dos compañeros le obligaron a tumbarse y quedarse quieto y consiguieron llevarle vivo hasta el pequeño puerto. Allí le esperaba ya una ambulancia que le llevó inmediatamente a un centro hospitalario de Corq.

 

Se salvó, pero los médicos le prohibieron volver a faenar. Le concedieron la incapacidad laboral y le aconsejaron que hiciera una vida muy tranquila. Algunos paseos sosegados, pero nada de esfuerzos ni fuertes discusiones.

 

Jerry era hijo único. Había nacido y vivido con sus padres en la misma casa en la que siguió viviendo tras la muerte de éstos. No se había casado ni había tenido nunca novia. Era muy tímido, reservado, callado y no muy inteligente. Él lo sabía.

 

Desde el infarto su vida era absolutamente monótona. Se levantaba hacia las ocho de la mañana. Tras un abundante desayuno, salía a caminar. A las nueve de la mañana ya estaba dando los primeros pasos. Como no tenía nada que hacer, daba larguísimos paseos, siempre despacio, tranquilo, como los médicos le habían indicado. Unos días avanzaba por la línea de la costa, atravesando pequeñas calas salvajes y coronando altos acantilados: Cloosmore, Ballymore, Clochan, Ventry… Otras veces se dirigía hacia el interior: Balleightragh, Ballyrana… No le asustaban las inclemencias del tiempo. Había convivido con la lluvia, la niebla y el viento durante sus 57 años. Se orientaba bien; e iba adecuadamente pertrechado.

 

Andaba cinco o seis horas prácticamente todos los días. Al volver al pueblo, comía en el pub O´Flaherty´s.Jerry no sabía cocinar. Se preparaba como podía el desayuno y la cena, pero le gustaba comer algo caliente y sabroso al mediodía. Su pensión de incapacidad se lo permitía.

 

Después del almuerzo, iba a su casa, echaba una pequeña siesta y oía un poco la radio. No leía nada; apenas sabía leer y le costaba mucho esfuerzo hacerlo. Además, cuando lo intentaba, no sacaba casi nada en claro. Le costaba mucho trabajo entender lo que ponía en aquellas líneas apretadas del periódico, que, con retraso, llegaba de Corq.

 

Hacia las siete y media, después de haber cenado algún bocadillo, fruta… volvía al pub. Allí se sentaba siempre en la misma mesa y bebía pintas de Guiness. Normalmente se tomaba tres o cuatro; hasta las diez y media, hora en la que puntualmente volvía a su casa.

 

El pub era muy animado. Se cantaban canciones tradicionales irlandesas, en muchas de las cuales el motivo principal era la burla o los ataques a los ingleses. Se hablaba sobre todo de pesca y de futbol. También, a veces, de temas políticos; noticias que traía el periódico acerca de aconteceres en Dublín, en Londres o en cualquier parte del mundo. Un tema recurrente era la hambruna de la patata, acaecida en toda Irlanda en el siglo anterior. A su juicio, los responsables de la misma habían sido los ingleses, debido a la forma de distribuir los cultivos en el terreno. Todos los asiduos del pub tenían su propia teoría al respecto. Excepto Jerry. Jerry no tenía opinión alguna. Cuando surgía el tema siempre repetía mecánicamente frases vacuas.

 

Con respecto al deporte nacional, el futbol, Jerry seguía los resultados de las ligas irlandesa e inglesa por medio de la radio o el periódico. Pero tampoco era capaz de entrar en discusiones acerca de jugadores, entrenadores…

 

 

La primera pirámide

 

Aquel día había salido, como todos los días, a las nueve de la mañana. Había tomado el camino de la costa. Hacía buen tiempo, buena visibilidad, sin niebla ni lluvia. Era primavera, el mes de mayo.

 

Tras dos horas y pico de marcha se encontraba en las proximidades de Clochan. A unos quince metros de donde estaba, en una zona de rocas próxima a una pequeña calita, vio algo que brillaba. Se acercó. Era un pequeño objeto plateado. Le recordaba a las pirámides de Egipto que había visto en algunas fotografías. Pero era de un tamaño que podría caber en su puño. Se extrañó. Con cierto reparo se acercó a coger el objeto. Al cogerlo sintió un pequeño calambre en la mano y una especie de dolor instantáneo en la cabeza, como un pinchazo. Lo soltó alarmado. Pero se quedó mirándolo, abobado. No entendía nada. Sin saber porqué, volvió a cogerlo. Sintió el mismo calambre y pinchazo, pero metió el objeto en un bolsillo. Ya no sintió nada más. Siguió caminando.

 

Aquella noche en el pub, Jerry intervino activamente en todas las conversaciones ante el asombro de todos los habituales contertulios. Había leído varios periódicos y lo había hecho con agilidad y rapidez, entendiendo perfectamente todos los artículos que hablaban de futbol, política local irlandesa, economía, política internacional… Así mismo, había oído y digerido perfectamente todas las noticias de la radio. Por la noche, al ir a la cama, tenía un cierto dolor de cabeza; pero durmió normalmente.

 

Y así siguió los siguientes días y semanas. Al dar sus paseos pensaba en cosas en las que nunca había pensado, cosas tan diversas como sistemas para incrementar la eficacia en la pesca, posibles soluciones del enquistado problema de los irlandeses con los ingleses, la guerra fría en el mundo entre los dos bloques…, etc. Apreciaba y disfrutaba inusitadamente de todos los alicientes del paisaje, de los pequeños animales, de las plantas en flor. Experimentó algo que nunca había sentido: la alegría de estar vivo y ser partícipe de toda aquella naturaleza; y el orgullo de ser irlandés.

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