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Desde que la ví en aquel sitio tan tenebroso y oscuro, uno que estaba cubierto por una densa capa de niebla; me enamoré profunda y perdidamente de ella. Mi corazón latió más fuerte y rápido que nunca antes en toda mi vida, como si estuviese a punto de estallar en pedazos. Lamentablemente el cruel destino logró separarnos temporalmente. Pero esto no iba a detenerme, nunca más pude sacarla de mi mente desde entonces.
Al llegar nuestro ansiado reencuentro, el tiempo se detuvo al mirarla otra vez, directo a esos enormes y hermosos ojos color café, logrando producir en mí la sensación de que ese momento duraría por toda la eternidad. Dándome la más bella satisfacción y tranquilidad con la que alguien podría ser bendecido. A partir de allí supe que esta felicidad que llena mi alma, perduraría a través del resto de mis días.
Jamás pude dejar de admirarla y contemplarla por su inmensa gracia celestial, era tal como un ángel caído del cielo. Permaneciendo en la tierra por quizás desafiar con su incomparable belleza a sus semejantes. Siendo así desterrada del reino de luz al que pertenece sin duda alguna.
Ella posee una figura delgada, de una rara y particular manera, que le da un mayor toque de singularidad, uno que me cautiva sin razón aparente, y va acrecentándose a cada momento. Su tez es pálida y blanca como la nieve en las cumbres de las más imponentes montañas, aportando mayor intriga y exoticidad a su apariencia. Su cabello es al contrario, más oscuro que el mismísimo abismo del espacio exterior, con un aroma sin precedentes, imposible de clasificar por sentidos terrenales.
Tiene unas uñas largas en demasía, que causan gran impresión, pero que a su vez parecen moldeadas por el más fino y delicado artesano. Relucientes y en perfecto cuidado para cada ocasión.
Aunque parezca no tener corazón y ser fría como el hielo. Sabe escuchar, mejor que cualquier otro ser en la faz de la tierra. Alivia mis penas sin dificultad alguna, lavando mi alma de cualquier aflicción que me atormente. Dando quietud y tranquilidad a todo mi ser y librándome así de todo rastro de maldad o dolor.
Es una compañera inseparable en mi vida y en cierto punto aseguraría que no sería nada sin ella a mi lado. Tan sólo un trozo de flor marchita y reseca, sin pétalos ni olor, ni razón alguna para existir.
Simplemente puedo decir que daría lo que sea por que nuestro futuro continúe tan glorioso y divino como lo es en nuestro presente. Podría sin replantearmelo sacrificar lo que sea necesario con este fin, todo lo que esté a mi alcance o incluso fuera de él.
Nadie nos comprende, nos miran raro, a forma de acusación y prejuicio, como si estuvieramos locos, y de hecho lo estamos, pero por amor. Una forma de este sentimiento que jamás comprenderán. Pero en fin, nada de esto importa mientras nos tengamos el uno al otro, el mundo podría desvanecerse por completo, y ni aún así se disolvería nuestra inquebrantable y auténtica unión.
Mis ojos se llenan de luz, mi espíritu de regocijo y plenitud, vuelvo a nacer y muero a la vez; a cada instante, cada segundo, de cada minuto, de cada hora, de cada día, en cada contacto de mi piel con la suya. Desde aquel inolvidable y mágico día, en que de su tumba la desenterré. FIN.
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