Hace cuatro días que cascó el insigne gorila Copito de Nieve, un bicho que pasó su vida vigilado, controlado, estudiado, analizado,y cómo no, mimado y protegido. Él nunca decidió nacer blanco. Nadie decide nacer, y mucho menos hacerlo de tal o cual manera. Nadie es dueño de venir al planeta en una choza o en un trono.
Copito se presentó al mundo vestido de novia, blanco y radiante. Pero fue a hacerlo en el seno de una especie tradicionálmente oscura.
Si llega a nacer gaviota, no hubiese montado ningún revuelo.
Por lo demás, el famoso animal era otro gorila como tantos. Nada lo distinguía. Su comportamiento, sus reacciones, sus necesidades, sus instintos y sus gustos, no diferían del resto de sus congéneres.
Sólo era blanco, nada más y nada menos.
A partir de ahí, ya todos lo sabemos, devino en ser la mascota universal, un mono famoso, el más famoso de todos los tiempos, tal vez después de King Kong. Un animal histórico, emblemático, y como se dice ahora, mediático.
Pues bien, cuatro jaulas más abajo, según se mire, vivía acompañado de siete más, un chimpancé vulgar, tirando a feo, que jamás llamó la atención de los medios, ni en particular del público y lo que es peor, ni siquiera de los equipos veterinarios del zoo.
Un chipancé desapercibido que escondía una particularidad mucho mayor que su primo albino.
Nadie se dio cuenta de que este simio no era como los demás.
Pegote de Estiércol, ( tengo que ponerle este nombre, no he podido contenerme) no subió en toda su vida a una rama, ni a una reja, ni a la rueda columpio que se balanceaba en el centro de su jaula, ni gruñó su poderío golpeándose el pecho, ni peleó con los otros machos para hecerse con el mando, ni pidió cacahuetes a los niños, ni posó para las fotos.
No le divertían las monadas de sus hermanos. No podía evitarlo. Eso es como el nacer; lo que te gusta y lo que no te gusta, tampoco se puede decidir.
El chimpancé Pegote de Estiércol, de entre las brumosas y jeroglíficas reacciones químicas de su cerebro, extrajo que no sabía cómo y no sabía por qué, pero no quería triunfar, ni ser famoso, ni salir en las postales de los turistas, ni tener reproducciones suyas en forma de muñeco de trapo, ni ser un cuerpo de estudio, ni ser llorado a su muerte, ni ser objeto de culto.
El chimpancé Pegote de Estiércol sentía pena por Copito, que nunca eligió ser blanco o negro, y que pasó la vida como una estrella rodeada de guardaespaldas.
El chimpancé Pegote de Estiércol, sólo quería ser lo más él mismo posible, diferente, absolútamente diferente, sin que su vida estuviera relacionada jamás con los índices de audiencia.
Aun no ha muerto, pero nadie lo sabe, porque él se ocupa de que no se note lo más mínimo.