Durante toda la tarde me sentí cargado de ansiedades. Era como si tuviera miles de fuerzas dentro de mí. Traté de conservar la calma pero era como si deseara ir al baño para mixionar y no saber dónde está el bendito baño. En este caso, era una energía incontenible.
Mientras la hora del trabajo avanzaba, pensaba en las cosas que podría hacer para calmar mi ansiedad. "¿Será necesidad sexual? - me preguntaba - ¿El vacío por no conocer el sentido de la existencia? ¿Cambio de costumbres?..." Creo que estuve en aquellos pensamientos por horas y horas mientras atendía a cada cliente que buscaba comida para perros. Perdón, trabajo en un negocio de atención a animales domésticos, como perros, gatos, humsters, aves, etc. Me parecía increíble que la gente no se diera cuenta del tormento que ocurría en mi interior. Inclusive mi jefe me dijo que se me veía con un excelente rostro, brillante y feliz... En fin, eso de las expresiones físicas jamás revela la verdad interior.
Apenas llegó la hora de salida, salí a la calle y, sin saber hacia donde ir, tomé un taxi. "Lléveme al cine, por favor", le dije al taxista. Me preguntó a cual de los cincuenta cines. Le dije que al que esté más cerca del centro de la ciudad. Nos demoramos quince minutos y cuando llegamos, le pagué y bajé.
Y allí estaba, en la puerta del CPUC, que parecía un monstruo esperándome, con las fauces abiertas para embutirme vivo, y llenarme de más y más entretenimiento cultural. Si, eso es lo que pensé mientras grupos y grupos de personas hacían sus colas con el fin de entrar y ver la película que estaban invitando.
Me puse en la cola y esperé a llegar a la cabina y pagar mi entrada. Cuando compré el boleto de entrada, recién me fijé que era una película francesa titulada: "El idiota". Me sentí identificado, pero algo podía pasar mientras ocurría todo esto. En efecto, entré al cine y me senté. De pronto, una linda rubia de no más de veinticinco años, hermosas piernas, y vestida como una niña se sentó a mi lado con una botella de agua y una bolsa de maíz reventado. Me miró, y con una sonrisa que me pareció un sol, me dijo: “Hola”...
Durante toda la película estuvimos conversando de muchas cosas hasta que el público nos pidió que saliéramos a la calle a seguir hablando. Eso hicimos. Nos metimos a una cafetería. Le pregunté su nombre, su dirección; le di el mío y con un beso cerca de los labios, nos despedimos hasta el día siguiente en el mismo lugar, es decir, en la cafetería del CPUC.
Mientras caminaba por la calle, me di cuenta que todas mis ansiedades se habían ahogado en lo inesperado de mi historia. Me sentía muy bien, tan bien que ni me di cuenta que había caminado cerca de dos hora hasta llegar a mi casa.
Cuando llegué, mi padre, me preguntó si había ocurrido algo malo. "¿Por qué?", le pregunté. Y el le respondió que tenía una cara muy rara, como si estuviera drogado, borracho... No le dije nada, y me fui a mi cuarto pensando en las miles de formas que el destino tiene para ilustrarnos los pasos correctos a dar, es decir, el hacer las cosas sabiendo que haces lo correcto, aquello que te lleva al mejor de los destinos, es decir, al tuyo... Pero antes de acostarme, para dormir mas tranquilo, la llamé por teléfono. Esa noche, dormí como un rey y más que un rey...
Lima, junio del 2005