Don Diego Velázquez maldecía la guerra cada vez que recordaba a su hijo menor, quien había muerto en Irak. No podía resistir la mirada muerta de su mujer, quien lo acusaba de haber inducido a su hijo a ingresar al ejército norteamericano. Recordaba sus sermones patrióticos, sus ideas libertadoras, sus pamplinas filosóficas.
__"La guerra es un mal necesario"-decía enfáticamente el viejo- "ALguien tiene que detener a esos endemoniados terroristas que no respetan la vida ajena". En una esquina su hijo menor pensaba en las palabras de su padre. Veía en la guerra la oportunidad de escapar de aquel infierno, de aquel patán que por desgracia era su padre. Empezaba a odiarle, no le agradaba la forma en que se expresaba de los árabes, pues él tenía un buen amigo del líbano. Siempre ocultó esto, pues si su padre se enteraba sabía que no le iba a ir muy bien. El viejo destilaba odio hacia los árabes.
No podía entender cómo su padre iba al templo a pedir a Dios que acabara con todos los árabes del mundo. No soportaba sus sermones acerca de la democracia y del poder de los Estados Unidos.
"Dios bendiga a los Estados Unidos" decía a cada momento. El viejo estaba maniático. Todoas las noches a las siete ponía el himno norteamericano y frente a la bandera obligaba a su mujer y a su hijo a permancer con su mano derecha sobre el corazón. Era un ritual que no podía faltar.
Fue tanto el sufrimiento del muchacho que un día le pidió al viejo que lo llevara a inscribir en el ejército. Esa día el viejo no durmió en toda la noche. Su hijo sería un gran militar. Lo veía con su hermoso uniforme cubierto de medallas.
Llegó la mañana y padre e hijo caminaron hacia la oficina de reclutamiento militar que quedaba en la ciudad. El padre no discimulaba su orgullo. Cada vez que se encontraba a un conocidio en el camino se detenía para decirle:"Mi hijo ha ingresado al ejército". Mientras el viejo se alegraba la pobre Matilde se consumía del miedo.
Ella había escuchado que ya habían muerto más de 60 muchachos en esa guerra. No era justo que un joven, quien no tenía derecho a votar por el Presidente, tuviera que sacrificar su vida en la guerra. Eran las peleas de día a día. Las quejas de Matilda y el gozo del viejo.
Y llegó la hora de la noticia que Matilda no deseaba escuchar. Su hijo fue llamado al ejército y asignado al campo de batalla en Iraq. Pasaron cinco meses y el chico se encontró en mediode las balas de un ataque de las fuerzas rebeldes.
Mauricio no sabía por qué peleaba, no encontraba razón alguna para estar en aquel campo de batallas. Recordaba la amabilidad de su amigo libanés. Su convicción religiosa, su rectitud, su amistad, sus consejos.
Una nube de polvo cubrió su cabeza, el fuego se apoderó de su lugar y cerca de él, salpicándolo de sangre, cayó el cuerpo destrozado de uno de sus compañeros.
Corrió desesperadamente y se encontró entre los escombros de un angosto pasillo. Quedó petrificado al descubrir los cuerpos de tres niños, quienes sangraban profusamente, mutilados por el bombardeo. Aquello era una pesadilla. Escuchó varias exploxiones y la sombra de la noche lo cubrió. Cuando despertó en el hospital militar ya había pasado quince días, quince días que estuvo en coma, quince días en los cuales había luchado contra la muerte y contra el demnio de sus
imágenes. A los seis meses el viejo recibió la noticia. Nauricio había muerto a causa de sus heridas.
La vieja Matilde no pudo con la noticia y enloqueció. Se paseaba por toda la casa con una foto de su nene, como lo llamaba. El viejo maldecía la guerra, pero seguía endiosando a lso yanquis. Una noche cuando fue a rendirle tributo a la bandera yanquis, vio con asombro, que no estaba. Llamó a su mujer, pero el silencio fue su respuesta. Gritó y gritó.¡Maldita, dame mi bandera!. Peros sus gristos no tuvieron respuesta. Entomce corrió al cuarto. pero no estaba. gritaba como un loco.¡dame mi bandera perra. La buscó en la cocina y nada, la buscó en la parte de abajo de la casa, pero nada. Sudaba como un caballo viejo.¡Mladita responde,¿dónde está mi bandera?.Todo era silncio.el perro aulaba- entonces sunió al baño. y allí estaba la bandera idolatrada.
Y colgando en ella el cuerpo de la pobre Matilde quien había tomado la decisión de partir de este mundo.