-Hola mamá.
Mamá me mira y sonríe, pero no contesta. Mamá es como tener una niña grande en casa. O un adulto en el difícil paso hacia la pubertad. Aparentemente no entiende casi nada, ni dice casi nada, ni se mueve casi nada.
La televisión está puesta. Están emitiendo tenis. Mamá se queda fija en la pantalla. Habla con los que allí aparecen. Afirma que conoce a los que están jugando:
-Pero eran chicas, estos son chicos, ya no están ellas. Pobrecitos como corren y no ganarán nada.
A los pocos minutos vuelve a decir:
-Fíjate como sudan y no ganarán nada por eso.
Pregunta quienes juegan, a nadie en concreto. Contestamos que un español y un alemán. Pregunta quien gana, a nadie en concreto. Contestamos que están empatados.
-Entonces está bien. Que terminen ya.
Se pierde en divagaciones...
-Lo mismo no les pagan por jugar. siempre están jugando los mismos. Sin chicos. Yo conocía a las chicas.
Al poco rato cierra los ojos. Se queda adormilada, sentada en el sillón, inclinada hacia adelante, los brazos cruzados sobre las rodillas. en esa incómoda postura se puede estar horas. Dormida o despierta.
¿Sufre? no lo sé. Me gustaría pensar que no. Que así es feliz, encerrada en su mundo particular. Pero me temo que si sufre, porque de vez en cuando es como si tuviera una desconexión y se quedase en blanco y negro. Pone carita triste. Si preguntamos que tiene, no contesta o contesta con una evasiva y dice que somos unos pesados. Hasta que vuelve a tomar el tren con el que retorna a su parcela, a su mundo particular....