En un lejano mundo vivía tan solo un gigante que, rodeado por una isla de tierra no hablaba ni escuchaba... Día y noche paseaba por toda la isla. Miraba al cielo y se sentía pequeño; al sol y se sentía contento; al inquieto mar que trataba de mojarle sus pesados pies y se sentía con sueño.
Un día en que el gigante iba y venía se sintió tan cansado que se puso a descansar sobre una loma de tierra, durméndose al intante por mucho tiempo. Cuando despertó vio al cielo, al sol y al mar y supo que: todo continuaba igual. Entonces, cerró los ojos y durmió para siempre...
El cielo, al verlo dormir extrañaba su andar incansable; el sol, su alegre sonrisa; y el inquieto mar, su profunda mirada... Un día, mientras el gigante dormía, el mar penetró por unos túneles bajo la isla y tocó los pies del gigante, pero no le pudo despertar... Apenado, el mar le retiró. Entonces, el cuerpo del gigante comenzó a secarse y volverse de madera. De sus brazos y pies le salieron ramas que crecían y crecían hacia el cielo y el sol. De su espalda le brotaron negras y delgadas ramas peludas que se metían adentro de la tierra como si fuera una mano de muchos dedos buscando el agua del mar... Entonces, el cuerpo del gigante se vio convertido en un árbol muy grande...
Al ver esto, el cielo y el sol comenzaron a llorar de tristeza, cayendo sus lágrimas sobre la isla, el mar y, sobre el árbol haciendo que de sus ramas le brotaran verdes hojas con extrañas flores y frutos... Cuanto más crecían sus hojas, las extrañas flores se transformaban en niñas y, los extraños frutos en niños que, durante el día cantaban con gran alegría, y durante la noche mientras dormían les crecían alas muy delicadas. Al madurar los frutos y las flores abrirse, los niños y niñas se volvieron en ángeles, dejando el árbol y volando y cantando juntos rumbo hacia el cielo y el sol, como una gran sinfonía de bailes y coros celestiales.
Mientras más se acercaban al sol, sus cantos se convertían en aves de diferentes colores y tamaños; sus alas arrojaban semillas que caían en la isla llenándola de plantas, y en el mar habitándola de peces de tamaños variados; y sus cuerpos esparcían una escarcha dorada que hermoseaba el cielo de estrellas... Cuando llegaron a los cálidos brazos del sol, de ambos floreció en los cielos una amplia sonrisa de muchos colores que llamaron: el arco de iris.
Así pasó, y así la isla, el mar y el cielo se poblaron de plantas, de peces y de estrellas... Hasta que un día, mientras los niños y niñas cantaban y cantaban, de uno de los frutos brotó un niño que lloraba y lloraba, y de una de las flores brotó una niña que reía y reía.... Cuando estuvieron todos maduros, los ángeles, como siempre, viajaron cantando hacia el sol, menos el niño que lloraba y la niña que reía pues no les crecieron sus alas, cayendo suavemente hasta pisar la tierra.
De pronto, cuando la niña que reía, y el niño que lloraba se encontraron al borde del árbol se miraron a los ojos, dejaron de reír y de llorar al mismo tiempo. Se acercaron lentamente y se abrazaron como hermanos, brotando de ellos un esplendor más hermoso que el sol... De pronto, los ángeles que vieron aquel precioso brillo que afloraba de los dos niños, callaron. Dejaron de viajar hacia el sol y bajaron a la isla atraídos por aquel brillo. Y cuando pisaron la isla se convirtieron instantáneamente en ovejas, perros, venados y toda clase de animales que siguiendo al resplandor de los niños pasearon por toda la isla que estaba llena de árboles y plantas. Con un sol que alumbraba su belleza durante el día; y un cielo repleto de estrellas y la luna que cuidaba sus sueños mientras dormían durante la noche... Una creación, un paraíso, un lugar para vivir y compartir el cielo, la tierra, el mar y el sol en total armonía...
Joe 19/08/04
Me ha gustado mucho, es una historia preciosa y llena de ternura y sentimiento. Enhorabuena por tu escrito y espero que sigas dejandonos textos tan bellos como este