Siempre amé la noche y no porque el día no me subyugue con sus tonos de luz y color, sino porque me atrae el delicioso y profundo misterio de la noche, como dice el tango arrabalero, “silencio en la noche, ya todo está en calma...”, esa calma a mí me excita, me estimula, incrementa si cave mi creatividad, soy fecunda de noche, me gusta escribir, leer, estudiar, oír música robando horas al sueño, porque los “sueños, sueños son” y siempre habrá un rato para dormir.
Cada noche es un nuevo día para mi, porque cada noche descubro los entresijos de mi alma, profundizo en el conocimiento de mi persona y potencio el crecimiento espiritual en una avidez sin fin para saber mas cosas y entenderme mejor.
Antes las noches eran para la ronda, la fiesta, la diversión, hoy son y están preñadas de saber, conocimiento y cultura, a veces es una mezcolanza curiosa entre la música de fondo, la lectura y el escribir. Pero siempre, cada noche, cuando enciendo la luz que ilumina mi alma, siento en lo mas recóndito de mi ser que algo se enciende conmigo.
Es como si esa lámpara que se enciende dentro de mi se iluminara para no tener ningún miedo en mi camino, y entonces, con esa luminosidad nocturna que son lo que pienso, lo que siento y lo que hago.
Hijos de la noche, bellas criaturas que de alguna forma me van sembrando en mi camino en una casi insospechada citación de éxtasis humano.
Me sorprendo a mi misma a altas horas de la madrugada enfervecida con la idea de hacer algo más, conocer lo desconocido y profundizar en aquello que fue superficial.
Seguramente es mi pasión y vehemencia latina, pero encauzada de esta forma es todo un encuentro con el alma de lo que sin duda latía en silencio y adormecido en mi y que era aprender una pizca de sabiduría que me lleve a entender al ser humano y a conocerme mejor a mi misma.
Como dice Tagore: “No es posible tocar el pétalo de la flor sin que se estremezca una estrella”.
Así son mis noches mágicas.